Esta semana, las autoridades antioqueñas se lucieron. El gobernador Luis Pérez se apareció con la idea de crear “Vicealcaldías de seguridad” para los municipios de su departamento que han sido desalojados transitoriamente por las Farc, ahora ubicadas en zonas veredales. Como si la dejación de armas significara que cortan su umbilicalidad con esas poblaciones en las que históricamente han tenido asentamiento y, por ende, influencia.
Las Vicealcaldías del calenturiento gobernador estarían comandadas por un coronel activo y tendrían sicólogos, ingenieros, médicos, “para mantener la armonía social, pues por ahí hay muchos milicianos de las Farc y cultivos de coca”.
No hay manera de que el gobernador Pérez se tranquilice y deje de aportar iniciativas estorbosas. No aprende el hombre, ni entiende lo que se dice nada. Y como es tan avispado, cinceló una frase rarísima: “el acuerdo de paz es nacional, pero el posconflicto es regional”.
Es obvio que localmente algunas iniciativas del posconflicto deban adecuarse a circunstancias que varían entre una región y otra —pues Pondores, por ejemplo, al quedar en la Guajira, no es igual que Ituango o Remedios, que quedan en Antioquia—, pero esas variables deben estar subordinadas a una estrategia nacional que desde luego se encuentra en el Acuerdo de Paz. Y si cada gobernador, alegando la entelequia de la soberanía en su jurisdicción, se antoja de volverse muy creativo, e inconsultamente genera hechos cumplidos, y peor aún, contrarios al principio inspirador del Acuerdo de Paz discutido durante cinco años por los propios negociadores, y avalado por instancias internacionales prestantes, la fase del posconflicto va a convertirse en un popurrí quizás un poco más caótico que pintoresco. De modo que el gobernador Pérez es mejor que se vaya con sus coroneles a otra parte. Es que en realidad sus tales Vicealcaldías tienen un aire como de brigadas cívico-militares bastante rancias. O de post-convivir, mejor dicho. Ya está bien de esa maña paisa trasnochada —lo digo por su actual dirigencia— de convertir el acuerdo de paz en una cosa ahí para volverla leña.
Y aquí otra patada de antioqueño: con motivo de la caída en flagrancia del director de seguridad de Medellín, Gustavo Villegas, quien negociaba a su antojo con hampones de la “Oficina” (de Envigado), encargándoles, por ejemplo, capturar fleteros, o rescatarle vehículos robados a su familia, la periodista y politóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana (hay que empezar a decir de qué universidad es cada quien), Luz María Sierra, decía lo siguiente en el programa Semana en Vivo, de María Jimena Duzán: “esa es la misma forma de coadministrar decisiones que puso de moda el acuerdo de paz. A lo mejor, Villegas estaba infiltrado en el crimen organizado para someterlo a la justicia. ¿cuál es el problema?”. Ella dice esos exabruptos toda sobrada, como si a Gustavo Villegas, para ordenar esos “cruces” o “vueltas”, le hicieran acompañamiento la ONU, la UE, los gobiernos de Noruega, Cuba, Chile, Venezuela, y hasta el papa Francisco y el presidente Obama.
Desde esa perspectiva caricaturesca y éticamente minimalista, sería lógico que Humberto de la Calle le pidiera a un comando de las Farc recuperarle una bicicleta robada a un nieto suyo. Y que las Farc le hicieran ese “catorce”. ¿A qué jugamos, doña Luz María? Y don Luis Pérez, ¡¿qué le pasa a Antioquia, papá?!
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