La causa de la paz hoy más que nunca pertenece a los pueblos, entraña justicia y derechos. Colombia lo sabe.
Por: Gabriel Ángel
De los 53 años de las Farc pasé los últimos treinta en sus filas. Llegué en 1987, un mes antes de que cayera asesinado el doctor Jaime Pardo Leal, presidente del movimiento político Unión Patriótica, al que me había vinculado menos de dos años antes. Era abogado y provenía de la ciudad, así que el contraste con mi vida anterior fue enorme.
Las noches me parecían demasiado oscuras y no dejaba de causarme extrañeza el incesante coro de grillos que sólo desaparecía con la luz del día. Caían aguaceros con rayos ensordecedores y había que caminar por entre barrizales monstruosos. El peso a la espalda y las armas se tornaron en nuevos órganos que había que aprender a dominar. La única alegría provenía de los otros.
Con los días, los meses y los años aprendí que el campo y la selva poseen sus aromas propios, y que estos se adhieren al cuerpo sin que uno lo note. En mis tiempos en la Sierra, divisaba desde las alturas en ocasiones los resplandores nocturnos de Barranquilla y otras ciudades. También, en los días de sol resplandeciente, apreciaba el inmenso azul del mar fundirse con el cielo en el horizonte, en contraste prodigioso con el verde de la vegetación a las espaldas.
Me maravillaron las inmensas moles blancas de los nevados, que en las madrugadas despedían un vaho helado. Después, cuando fui trasladado al Magdalena Medio, los hermosos paisajes se trocaron por otros más hostiles. En ninguna parte encontré tal calor ni tantas nubes de mosquitos. Se nos echaban encima y sólo el toldillo en las noches nos protegía de ellos.
Por ellos conocí las fiebres palúdicas, así como las medicinas para curarlas. Si en la Sierra aprendí de serpientes venenosas, en mi nuevo hogar confirmé lo terrible que podía ser su mordedura. Observé que en las tierras planas los ríos no llevan piedras sino fango, y sus aguas son pardas o negras como las del Opón. En ellos acecha invisible la raya con su daga silenciosa y cruel.
En la Sierra hablábamos de la Contraguerrilla como una tropa de cuidado. En el Magdalena Medio eran las Brigadas Móviles. En la costa el paramilitarismo apenas comenzaba a florecer, mientras que en Santander dictaba cátedra de perversidad criminal. Los Masetos empleaban el terror para imponerse a la población campesina y volverla contra las guerrillas. Su trabajo coordinado con las fuerzas militares y la autoridad civil les otorgaba impunidad.
Mi mejor recuerdo de la Sierra y el Magdalena Medio
es el cariño inmenso que nos dispensaba la gente.
es el cariño inmenso que nos dispensaba la gente.
Mi mejor recuerdo de la Sierra y el Magdalena Medio es el cariño inmenso que nos dispensaba la gente. Había que ver la fe que tenía en los comandantes guerrilleros, el respeto, la solidaridad y la disposición al sacrificio que mostraron siempre con nosotros. Sus organizaciones y su espíritu de lucha eran el mejor estímulo para darlo todo por ellos.
Vendría luego la época del Caguán, de las audiencias públicas llevadas por la radio y la televisión al país. Emocionaba el fervor de hombres y mujeres que llegaban de los más remotos lugares de Colombia, sus ponencias repletas de inconformidad, de proyectos y sueños para sus regiones. El gobierno debió quemar todo aquello, del mismo modo como se deshizo de la Agenda Común para el Cambio, firmada como temario del Proceso de Paz con las Farc.
Rotas las conversaciones permanecí largos años en el Bloque Oriental. Allí conocí lo más intenso de la guerra. Ya no hubo más población civil a la que asistir, solo selva, marchas, inviernos, veranos, sobrevuelo de aviones, bombardeos, desembarcos, ametrallamientos, combates. Una mañana de noviembre nos abrazamos con Domingo Biohó, Simón Trinidad y Lucero que partían hacia el sur sin imaginar la suerte que les esperaba.
Compartí con muchachas y muchachos de aguante heroico en las más difíciles circunstancias. Era frecuente enterarse de sus muertes o heridas, o de su desaparición tras un combate sin volver a tener jamás noticia de ellos. Daban la vida por la causa y ni siquiera había tiempo de llorarlos. Cómo se truncaban amores y sueños, pero cómo volvían también a renacer ilusiones sin fin. Qué bella sonrisa tenían las guerrilleras, qué ruidosas carcajadas soltaban los guerrilleros.
Atravesé centenares de kilómetros por parajes casi vírgenes hasta el Catatumbo. Al lado de Timo vinieron las conversaciones de paz y el Acuerdo Definitivo con el gobierno. El reconocimiento a las Farc como prestigiosa fuerza política adquirió dimensión universal. En premio a Jacobo y Manuel, a las decenas de miles de combatientes con sus historias repletas de humanidad y grandeza.
La saña destilada contra nosotros por 53 años no cesó nunca.
Cómo temen a las palabras los poderosos, los avaros, los intolerantes.
Cómo desesperan por silenciarnos
Cómo temen a las palabras los poderosos, los avaros, los intolerantes.
Cómo desesperan por silenciarnos
La saña destilada contra nosotros por 53 años no cesó nunca. Cómo temen a las palabras los poderosos, los avaros, los intolerantes. Cómo desesperan por silenciarnos. Al volver al país desde La Habana, estamos seguros de alcanzar buen puerto. La causa de la paz hoy más que nunca pertenece a los pueblos, entraña justicia y derechos. Colombia lo sabe.
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