No me produce ninguna extrañeza el escándalo armado por el Centro Democrático a causa de la fiesta de las Farc, en La Guajira, para despedir el año.
Por: Lisandro Duque Naranjo
Esos alborotos de prefectas de disciplina de convento viejo —“¡Herejía: las novicias fumando con los jardineros! ¡Y de noche!”— empezaron hace rato: no me olvido del embajador de Colombia en el Reino Unido, Carlos Medellín, por allá en el 2008, pidiéndole airado a una galería de arte londinense el retiro de un video en el que se ven guerrilleros de las Farc bailando en un campamento. El ahora exembajador dirá: “Bueno, pero es que en esa época estábamos en guerra”. Pero ni aun así se la valemos, doctor Medellín.
También recuerdo a Fernando Londoño, en su programa La Hora de la Verdad, desmelenado durante toda una semana porque supo que, en un receso de las conversaciones en La Habana, Humberto de la Calle fue sorprendido en flagrancia tomándose un tinto con Iván Márquez. Y de la histeria que cundió por doquier cuando el propio Márquez, Sandra Ramírez (viuda de Marulanda) y Jesús Santrich fueron fotografiados por un paparazzi uribista tomándose una copa en la cubierta de un catamarán habanero. ¡En traje de baño ella y en bermudas ellos! Y del gobernador de Antioquia, el 24 de diciembre pasado, atribuyéndole carácter de orgía y de rapto de menores a una reunión entre miembros de las Farc y sus familias, en Murindó.
Pues el manejo informativo de esos esparcimientos triviales se está escalando —en proporción inversa al desescalamiento de la guerra—, y ahora lo que tenemos es que una parranda de rutina de cualquier 31 de diciembre, en Conejo, La Guajira —que no fue la única organizada por las Farc, pues en todas las zonas de preconcentración de guerrilleros, por todo el país, tuvieron su pachanga, con similares invitados—, se convirtió en cuerpo de delito para que tres observadores de la ONU fueran despedidos de sus cargos. Qué vaina, y a María Emma no le dio pena. Ella, que vio en aquellos años febriles El submarino amarillo, en la que un déspota le prohíbe la música a la población.
Por supuesto, de inmediato hubo gente que subió videos de Germán Vargas bailando champeta con una joven. ¡Y no la coscorronió! La guerra de los bailes.
En lo personal, considero que hubiera sido más digno de extrañar el que de pronto los guerrilleros preconcentrados, en condiciones no óptimas aún, lo que les ha exigido bastante paciencia, se hubieran abstenido de festejar esas fechas. Y que las hubieran pasado mirándose callados con los de la ONU y la Policía, sin derecho a lechona ni nada. Ustedes allá y nosotros acá. Grave. Una paz maluca.
Ese repudio al divertimento como que es tendencia: en el Real Madrid le cobraron a James, sentándolo en la banca, el hecho de que apareció riéndose por allá de algún chiste en un momento en que su equipo iba perdiendo. Él tenía que haber estado sufriendo.
Se comienza odiando el goce ajeno, y cuando menos lo pensamos habremos graduado de lobos solitarios a una mano de locos como los que les aventaron un camión encima a los que caminaban relajados en Niza o en una feria navideña en Berlín, o fumigando a bala a quienes bailoteaban en una discoteca parisina, o en Orlando, o regresaban de hacerse selfis con Micky Mouse en Fort Lauderdale, lugares icónicos de la molicie mundial.
Qué ironía tener que ponerles bastante seguridad a los campamentos de las Farc cuando tiren la casa por la ventana el día que quede libre Simón Trinidad.
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