Por Joaquín Robles Zabala (*) - revista semana.
“La gente dice que yo no he cambiado”, se le escucha decir al antiguo sicario del Cartel de Medellín en un video. “Sí he cambiado”, afirma. “Antes por esto le hubiera dado un tiro en la cabeza. Ahora les tomo una foto”.
Cuatro videos que empezaron a circular la semana pasada por las redes sociales nos muestran que la vida en Colombia tiene menos valor que un fajo de billetes. Una cámara, ubicada en el interior de un establecimiento, graba a varias personas que entran y salen. Capta a un sujeto que, protegiendo su cabeza con un casco de motociclista, entra con una pistola en la mano y la acciona repetidas veces contra alguien que está parado detrás de una vitrina. El hecho ocurrió el 18 de julio de este año en Magangué, Bolívar. El video apareció solo hace unos días. En este se ve cómo es asesinado Miguel Segundo Maza Álvarez, hijo del General (r) de la Policía Miguel Maza Márquez.
En otro, grabado apenas unos segundos después de que el sicario disparara a través de la ventana del vehículo contra una docente y dirigente deportiva de Santa Marta, se puede observar a la hija de la funcionaria tiroteada intentando correr el cuerpo ensangrentado de su madre del asiento del conductor para llevarla a un centro médico cercano. El video no dura más de 2 minutos, pero nos muestra los angustiosos momentos que siguieron al fatídico suceso.
En el tercero aparece en primer plano un reconocido sicario del desaparecido cartel de Medellín que la prensa ha convertido en una especie de héroe mediático. Va detrás del volante de un auto de alta gama y bromea sobre una patrulla de la Policía que parece seguirlos. El tipo habla hasta por los codos. Los que llevan la cámara festejan sus bromas. Según el portal que lo reprodujo, el video hace parte de un documental que la televisión chilena está realizando sobre el “célebre” sicario del afamado cartel de las drogas de la ciudad de Medellín. Se observa cuando el carro se detiene y el antiguo asesino a sueldo abre la puerta. Se baja y alguien afuera festeja su presencia. Se toman una foto. Se escuchan las bromas del personaje. El hombre, definitivamente, es una celebridad: aspira a ocupar un escaño en el Congreso de la República con la ayuda, al parecer, del Centro Democrático.
Una chica en una motocicleta, estacionada a un costado de lo que parece ser una plaza, le grita algo que el audio no alcanza a captar. John Jairo Velásquez Vásquez, o Popeye, toma el celular. Alguien le pregunta algo y él responde: “Me gritó asesino”. Sale y graba a la chica de la motocicleta mientras le dice: “¿Esa que esta allá no es tu mamá?”. La chica se rehúsa a ser fotografiada. Con un casco que tiene en la mano cubre la placa. El “célebre” sicario dispara varias veces la cámara del celular. Hay un intercambio de palabras. “¿Y usted que va hacer conmigo?”, pregunta la chica de la motocicleta. “Usted sabe cómo es”, dice alias Popeye. “Me está amenazado, señor, usted a mí”, le pregunta la chica, pero el antiguo jefe de sicarios de Pablo Escobar regresa tranquilo al automóvil y da a los periodistas del canal chileno las explicaciones que él considera pertinentes. El video, por supuesto, se viralizó a los pocos minutos de ser publicado en Facebook.
El cuarto y último es protagonizado por el mismo sicario del desaparecido cartel de Medellín. Está sentado en un cómodo sillón rojo en la sala de un apartamento. Asegura que el video lo graba en exclusiva para el portal Las 2 Orillas. En este se ve al hombre explicando su reacción ante lo que él considera fue una ofensa de la chica que le gritó asesino. “La gente dice que yo no he cambiado”, se le escucha decir. “Sí he cambiado”, afirma. “Antes por esto le hubiera dado un tiro en la cabeza. Ahora les tomo una foto”.
El asunto no es que este señor vaya por ahí amenazando a quien le diga algo que él considera ofensivo para su retorcida ética, el problema es la “ceguera moral” de la que hace referencia Zygmunt Bauman, la cual se ha venido convirtiendo en una de las características dominantes de las nuevas generaciones de colombianos. Para el sociólogo y filósofo polaco “el todo se vale” se ha constituido en una especie de nueva filosofía que es mirada por la sociedad como un comportamiento razonable y políticamente aceptado. En palabras concretas, no importa el estándar moral y ético del sujeto sino la posición que ocupa dentro del grupo social. Las acciones no pueden ser correctas en un sentido e incorrectas en el otro. Desde el punto de vista jurídico un delito es un delito sin importar la posición económica o social de quien lo comete.
El poder no puede ser una excusa para que la balanza de la justicia se incline a favor o en contra de alguien. No hay que olvidar que en otros momentos de la historia del país muchos medios de comunicación legitimaron el discurso violento y antisubversivo de las Autodefensas Unidas de Colombia –dándoles extensos espacios a las declaraciones de Castaño y Mancuso y otros jefes de las AUC-- que desembocó no solo en el exterminio de grupos políticos, sino que también le dio cabida a la persecución de todos aquellos que profesaban una posición de izquierda y abrió las puertas para los mal llamados “falsos positivos” que sembraron la geografía nacional de cadáveres de gente inocente.
Que un reconocido sicario tenga un canal en Youtube, que sea buscado por algunos medios para que reconstruya desde su perspectiva la historia del narcotraficante más violento y reconocido que ha dado Colombia, no lo convierte de la noche a la mañana en una persona “políticamente correcta” ni moral ni éticamente en un dechado de virtudes. Está comprobado que si hay algo difícil de cambiar en los seres humanos son sus axiologías. Y no me cabe ninguna duda de que si alias Popeye no lleva hoy una pistola al cinto o una ametralladora al hombro es porque las autoridades ejercen sobre él una vigilancia estricta.
La “ceguera moral” que referencia Bauman no está solo en una clase política colombiana que viene gobernando al país desde hace dos siglos. La “ceguera moral” se puede evidenciar también en el grueso de una población dominada que mira pasivamente a unos corruptos hacerse con todo los bienes del Estado que es propiedad de cada uno de los ciudadanos. Esa ceguera, sin duda, hace su tránsito con el tiempo a la torpeza absoluta. La elección para cargos públicos cada 4 años de los mismos tramoyeros, deja ver, más que la responsabilidad política de un pueblo, su irresponsabilidad de llevar a los altos cargos de poder a los mismos miembros de los clanes nefastos.
Por eso, no me extrañaría que alias Popeye alcanzara una curul en el “sagrado” Congreso de la República de Colombia, ni mucho menos que un tipejo como el exprocurador Alejandro Ordóñez fuera elegido Presidente del país. Ya llevamos a la Casa de Nariño a un mafioso, por tanto no tiene nada de extraordinario llevar a otro.
En Twitter: @joaquinroblesza
E-mail: robleszabala@gmail.com
*Docente universitario.
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