Como muchos que votamos Sí y otros tantos que votaron No, albergaba la esperanza de un acuerdo de paz respaldado por unos y otros. No por todos, porque ninguna guerra termina por unanimidad, pero sí por críticos y defensores del acuerdo anterior que venían encontrando soluciones intermedias a dilemas complejos como las sanciones a los responsables de crímenes graves.
Por: César Rodríguez Garavito*
Lo paradójico, y lo triste, es que se logró un mejor acuerdo pero no el apoyo de algunos sectores políticos cuyas objeciones fueron atendidas en muy buena medida. Los que de buena fe creímos y trabajamos en acercamientos desde orillas distintas, quedamos ahora entre las pinzas de la nueva polarización y preguntándonos si los partidos del No y el Gobierno tuvieron alguna vez un propósito genuino de alcanzar un consenso y refrendarlo popularmente.
Pero todo eso quedó atrás con el portazo del uribismo al proceso y la decisión del Gobierno de seguir adelante. Y el regreso inmediato del Centro Democrático a su tradición de reconocer las instituciones solo cuando están de su lado hace pensar que tenían razón quienes dudaron siempre de sus propósitos de paz. Así como calificaron de ilegítimo el plebiscito hasta el día que lo ganaron, hoy califican igual al Congreso que integran, y formulan propuestas tan irresponsables como inconstitucionales, como revocar el parlamento o desconocer las leyes de implementación que salgan de él. Su cálculo ya no es el de la paz, sino el de la campaña presidencial de 2018 que comenzó ayer.
¿Cuál es el camino que le queda el día después a los muchos, quizás la mayoría ciudadana, que no estamos en ese juego político, pero queremos la paz sin importar si votamos, o cómo votamos, el 2 de octubre? Habría que sobreponerse a las tusas colectivas y comenzar por apreciar que no es poca cosa terminar una guerra de medio siglo y que más de 10.000 colombianos dejen las armas y se integren a la vida civil.
Habría que seguir por poner la lupa en tres tareas inmediatas. Primero, la refrendación y la implementación del acuerdo en el Congreso, para que no sea a pupitrazo y deje espacio para la deliberación. Segundo, es preciso acompañar las leyes y las medidas de implementación del acuerdo, desde la amnistía y las condiciones de seguridad para los desmovilizados hasta la entrega de armas y bienes de la guerrilla, y la puesta en marcha del tribunal especial que juzgará a los responsables de los crímenes más graves. Van a ser seis meses, a lo sumo un año, de reformas fundamentales en medio de un delicado cese al fuego.
Por último, hay que construir un apoyo ciudadano más amplio al poscacuerdo –en las redes, en las conversaciones familiares, en las calles— para resguardarlo del oportunismo político de sus críticos incondicionales. Si llegar al acuerdo fue difícil, mantener el posacuerdo va a serlo mas aún.
* Director de Dejusticia
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