Por Joaquín Robles Zabala (*), Revista semana.
Vista a través del lente de la practicidad, como lo interpreta el alcalde de Cartagena, las humanidades y las ciencias sociales no sirven para un carajo.
El asunto parece un chiste, pero no lo es. El alcalde de Cartagena, Manuel Vicente Duque, o Manolo, como lo llaman sus cercanos, aseguró en una entrevista para un canal de televisión local que la filosofía no sirve para nada. En realidad, el alcalde no estaba diciendo nada nuevo, lo novedoso fue que lo dijo él como administrador de una de las ciudades más visitadas del país. Lo mismo le escuché decir a un profesor de las Universidad de Cartagena, filósofo por cierto, sobre la literatura: no sirve para un carajo. Las mismas afirmaciones las han hecho de la historia, la lingüística, los estudios de la comunicación y todas las disciplinadas afines a las humanidades.
Lo que estaba diciendo en realidad el alcalde es que este tipo de saberes no contribuyen para nada al mejoramiento del Producto Interno Bruto. No permiten crear un invento patentando que mejore la calidad de vida de los niños guajiros que mueren de hambre y sed, ni nos permite hacer del campo un lugar más productivo, ni nos da las pautas para que los animales se reproduzcan más y la desnutrición sea eliminada del territorio nacional. La muestra de esto es que el mismo Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación, Colciencias, es una entidad encargada de promover la ciencia, la tecnología y la innovación. Y las investigaciones y publicaciones del área de las humanidades son vistas por este organismo como simples textos de la imaginación. Es decir, novelas, poemas y cuentos. En el fondo, son miradas como disciplinas conjeturales ante el peso enorme que se les atribuyen a las ciencias exactas o puras.
Vista a través de la lupa de la practicidad, como lo interpreta el alcalde de Cartagena y lo han interpretado muchos otros, las humanidades y las ciencias sociales no tendrían cabida en un mundo donde es más importante el hacer que el saber pensar, y las tecnologías se nos presentan como el farol que nos guía por un mundo totalitariamente pragmático. Desde mucho antes de la década del 70, las facultades de ciencias humanas en Colombia han sido vistas como focos de insurrección. A ellas se les atribuyó la aparición de grupos guerrilleros. La Universidad Nacional de Colombia fue testigo de esa calificación de las humanidades, de ahí que durante largo tiempo estas fueran eliminadas de su pensum.
Sin embargo, lo curioso del asunto es que hasta mediados del siglo XX era inconcebible que un político con un alto cargo no supiera latín, griego y tuviera un conocimiento amplio de la historia universal. Tanto la geografía, la filosofía y la humanidades en general hacían parte de ese enorme abanico del conocimiento que debía ostentar un líder. Esto lo podemos rastrear desde Rafael Núñez, pasando por José Manuel Marroquín, Miguel Antonio Caro hasta llegar a Marco Fidel Suárez.
Hoy, nuestros líderes son incapaces de escribir sus propios discursos, y no es que carezcan del tiempo necesario para hacerlo sino porque carecen de los elementos lingüísticos básicos y del conocimiento necesario para poner por escrito sus propias ideas. De ahí que un eminente senador de la República presente sin sonrojarse un proyecto de desarrollo copiado literalmente de esa “web académica” que lleva por título “El Rincón del Vago”. De ahí que otro apruebe un proyecto sin saber de qué se trata y reconozca luego que no lo había leído, o que no lo comprendió en su totalidad.
Si nuestros dirigentes supieran que muchos de los males de la política nacional que nos afectan tienen su origen en la incapacidad para entender el mundo que nos rodea. Si supieran que la política tiene sus bases en la filosofía y en ese abanico de valores morales y éticos que sostienen la estructura de nuestra sociedad occidental como lo son la libertad, la equidad, la justicia y la solidaridad, tal vez mirarían con otros ojos a las humanidades y resolverían sin contratiempo las crisis sociales por las que atraviesa el país y nuestra región.
Asegurar que los saberes humanísticos no sirven para nada es mirar el conocimiento solo a través del lente mercantilista. Es como creer que la educación debe ser únicamente rentable y no un espacio de formación de los individuos para sacar adelante a una sociedad que busca su desarrollo. Fue Steve Jobs quien afirmó en una oportunidad que los trabajadores de las empresas deberían tener una formación humanística para evitar las crisis empresariales. Y agregó: “la innovación está en las humanidades”.
Sin embargo, la realidad empresarial está condicionada por lo estrictamente económico, y las universidades parecen haberlo entendido así. De ahí que Colciencias centré todas sus políticas en incentivar solo saberes técnicos y tecnológicos. Y esto se ha clavado como un dardo en el imaginario popular del conocimiento, donde las nuevas tecnologías son como la cerecita del ponqué y Platón, Aristóteles y Homero como el cuarto de San Alejo.
El concepto de formación integral que tanta lata ha dado el Ministerio de Educación desde hace muchos años, y que han repetido como loros los funcionarios de las secretarías de educación distritales y departamentales solo tiene de integral el parágrafo que las enuncias porque la realidad es otra. La eliminación del pensum de asignaturas como la gramática, la historia y la geografía es una de las razones por las cuales los estudiantes salen del bachillerato a la universidad sin saber leer ni escribir. Es triste, pero es así de cruel. Por lo tanto, tienen mil y una dificultades para escribir un párrafo coherente y, por supuesto, para comprender lo que leen.
Por eso cuando se les habla de Homero solo pueden pensar en la serie de dibujos animados Los Simpson, y cuando se les hace referencia a un clásico de la música como Beethoven no puedan pensar en otra cosa que en un perro lanudo que protagonizó la película de 1992 dirigida por Brian Levant.
Es probable, como lo dejó ver el alcalde de Cartagena, que la lectura de Platón no tenga para los estudiantes una aplicación práctica en el sentido estricto del mercantilismo, pero no hay duda de que amplía sus conocimientos sobre el mundo, les permite unas competencias lingüísticas y argumentativas y les da las pautas necesarias para que no digan babosadas cuando la vida, el azar o lo que sea los lleve a ocupar un cargo público. Pero, sobre todo, para que no copien a pie juntillas esos “sesudos artículos” de “El Rincón del Vago” y los presenten como proyectos suyos.
* Docente universitario - En twitter: @joaquinroblesza - E-mail: robleszabala@gmail.com
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