Uribe parece uno de esos asesinos de películas que tiene amarrada a su víctima y la víctima somos nosotros.
Hablemos de Uribe comiendo rosquillas mientras Iván Duque daba un discurso en el Congreso. Era imposible dejar de ver cómo las sacaba del paquete, se las llevaba a la boca y luego las pasaba con una bebida. Duque podía estar demostrando la existencia de Dios, que no importaba. La atención, como suele ser, se la llevaba el expresidente.
No parecía el hombre más poderoso de la política colombiana, sino un niño. Eso tenemos las personas: no importa cuántos años tengamos, cuando hacemos lo que más nos gusta gozamos tanto que parecemos niños. Y no está mal serlo, aunque no a la manera del expresidente. Uribe es el abusador de la clase. Para él no se aplican las reglas, hace las suyas. No sigue caminos, los traza, y por ahí debe andar el resto. Eso tampoco está mal, que el mundo ha sido forjado por personas que hallaron su manera; lo grave es cuando nuestra fórmula implica pisotear a los demás.
Uribe es Chucky, el muñeco diabólico. Tanto tiempo nos burlamos de Santos por su parecido físico con el personaje cinematográfico que no vimos que es el senador quien se comporta como un niño sicópata. Parece uno de esos asesinos de películas que tiene amarrada a su víctima y la víctima somos nosotros. Podremos suplicar, llorar, tratar de hacerlo entrar en razón, que no va a servir. Con personas así no se aplican la sensatez ni la lógica. Al revés, llevar el asunto por el camino de la cordura implica perder. Se necesita ser más manipulador y malvado que el victimario para salvarse, porque su nivel mental es muy precario o muy torcido.
Por eso no tiene sentido protestar ahora. No hay editorial de The New York Times ni marcha que sirvan. Podemos llenarnos de razones y exponer de mil maneras que la paz es el camino, que la paz no se va a firmar ahora. De hecho, Uribe quiere que pataleemos y nos bajemos a su nivel, sabiendo que no vamos a obtener nada. Al revés, le produce placer vernos en esas. Está demorando el proceso, pidiendo cosas irrealizables para llegar al poder en el 2018 por medio de un tercero, firmarla y quedar como el hombre que logró la paz de Colombia. Uribe el pacificador. Chistoso, viniendo de un hombre que adora la guerra.
Los electores somos niños también, apenas repetimos lo que nos dicen. Ahí están para probarlo los que asumieron como verdad lo del castrochavismo y la epidemia homosexual que se iba a tomar a Colombia. Cuando yo era niño, mis padres decían que si Álvaro Gómez llegaba a la presidencia habría persecuciones políticas. Yo a esas alturas no sabía quién era ese señor, qué era una persecución política ni para qué servía ser presidente, pero se lo repetía a mis amigos como si supiera de lo que hablaba.
Ignoro si mis papás tampoco sabían lo que decían; de lo que sí estoy seguro es de que trataban de obrar de la mejor manera. Yo confiaba en ellos pese a todo. En los políticos, los de ayer y los de hoy, los del Sí y los del No, no se puede confiar. Igual les creemos y repetimos, lo que no nos convierte en niños, sino en burros. Es un milagro que no rebuznemos camino a las urnas.
Si Santos encarna al bogotano de abolengo que ha mal manejado el país, Uribe encarna la demencia humana. Es un niño, pero es también Hitler y Stalin, Chávez y Ceaucescu. Es un dictador megalómano, que es lo mismo que un niño. Colombia es su juguete, y lo está volviendo pedazos.
Su representante para el 2018 parece ser Alejandro Ordóñez, lo que hace todo más terrorífico. No por sus creencias radicales, sino porque ese nunca fue niño. Por otro lado, está el rumor de que Vivian Morales será la fórmula vicepresidencial de Vargas Lleras. Esta película de terror va a empeorar antes que mejorar.
No parecía el hombre más poderoso de la política colombiana, sino un niño. Eso tenemos las personas: no importa cuántos años tengamos, cuando hacemos lo que más nos gusta gozamos tanto que parecemos niños. Y no está mal serlo, aunque no a la manera del expresidente. Uribe es el abusador de la clase. Para él no se aplican las reglas, hace las suyas. No sigue caminos, los traza, y por ahí debe andar el resto. Eso tampoco está mal, que el mundo ha sido forjado por personas que hallaron su manera; lo grave es cuando nuestra fórmula implica pisotear a los demás.
Uribe es Chucky, el muñeco diabólico. Tanto tiempo nos burlamos de Santos por su parecido físico con el personaje cinematográfico que no vimos que es el senador quien se comporta como un niño sicópata. Parece uno de esos asesinos de películas que tiene amarrada a su víctima y la víctima somos nosotros. Podremos suplicar, llorar, tratar de hacerlo entrar en razón, que no va a servir. Con personas así no se aplican la sensatez ni la lógica. Al revés, llevar el asunto por el camino de la cordura implica perder. Se necesita ser más manipulador y malvado que el victimario para salvarse, porque su nivel mental es muy precario o muy torcido.
Por eso no tiene sentido protestar ahora. No hay editorial de The New York Times ni marcha que sirvan. Podemos llenarnos de razones y exponer de mil maneras que la paz es el camino, que la paz no se va a firmar ahora. De hecho, Uribe quiere que pataleemos y nos bajemos a su nivel, sabiendo que no vamos a obtener nada. Al revés, le produce placer vernos en esas. Está demorando el proceso, pidiendo cosas irrealizables para llegar al poder en el 2018 por medio de un tercero, firmarla y quedar como el hombre que logró la paz de Colombia. Uribe el pacificador. Chistoso, viniendo de un hombre que adora la guerra.
Los electores somos niños también, apenas repetimos lo que nos dicen. Ahí están para probarlo los que asumieron como verdad lo del castrochavismo y la epidemia homosexual que se iba a tomar a Colombia. Cuando yo era niño, mis padres decían que si Álvaro Gómez llegaba a la presidencia habría persecuciones políticas. Yo a esas alturas no sabía quién era ese señor, qué era una persecución política ni para qué servía ser presidente, pero se lo repetía a mis amigos como si supiera de lo que hablaba.
Ignoro si mis papás tampoco sabían lo que decían; de lo que sí estoy seguro es de que trataban de obrar de la mejor manera. Yo confiaba en ellos pese a todo. En los políticos, los de ayer y los de hoy, los del Sí y los del No, no se puede confiar. Igual les creemos y repetimos, lo que no nos convierte en niños, sino en burros. Es un milagro que no rebuznemos camino a las urnas.
Si Santos encarna al bogotano de abolengo que ha mal manejado el país, Uribe encarna la demencia humana. Es un niño, pero es también Hitler y Stalin, Chávez y Ceaucescu. Es un dictador megalómano, que es lo mismo que un niño. Colombia es su juguete, y lo está volviendo pedazos.
Su representante para el 2018 parece ser Alejandro Ordóñez, lo que hace todo más terrorífico. No por sus creencias radicales, sino porque ese nunca fue niño. Por otro lado, está el rumor de que Vivian Morales será la fórmula vicepresidencial de Vargas Lleras. Esta película de terror va a empeorar antes que mejorar.
Adolfo Zableh Durán
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