Por María Jimena Duzán
No creo que quienes perdimos debamos arrodillarnos a los pies de los dirigentes del No, pero tampoco creo que haya necesidad de humillar al uribismo excluyéndolo de plano de cualquier negociación
Esta crisis no puede solucionarse a la brava, así en este país polarizado sea más taquillero exacerbar la esquizofrenia que apelar a la cordura. Yo voté por el Sí, pensando que este acuerdo logrado con las Farc era el mejor posible, pero perdí. Sin embargo, de algo estoy segura: esos 60.000 votos, que le dieron la victoria al No, no pueden ser utilizados por el expresidente Uribe para imponerles un veto a los 6.300.000 colombianos que votaron por el Sí, ni tampoco le permiten al presidente Santos aplicar con fórceps un acuerdo sin introducirle cambios reales, como lo obliga su derrota.
En otras palabras: si los del Sí y los del No no somos capaces de llegar a un acuerdo amplio que atraiga a unos sectores del uribismo y que no sea cosmético, este país va a ser ingobernable. ¿Que perdimos porque la campaña uribista fue exitosa en plantar una cadena de mentiras que exaltaron el odio y la indignación?… Cierto, aunque también es verdad que la campaña por el Sí no logró atraer a la ciudadanía ni supo transmitir la importancia de este momento histórico. Al habérsela entregado a los políticos de una coalición de gobierno marcada por agrios enfrentamientos internos, la gente pensó que se trataba de una elección más y terminamos derrotados por la indiferencia, ya que cerca de 20 millones de colombianos dejaron de ir a las urnas.
Este acuerdo mínimo no puede ser producto de la imposición, sino de la negociación entre las partes, como de hecho lo está exigiendo ese despertar ciudadano que tras la derrota del Sí se ha hecho presente en las calles para exigirles a las partes renegociar sobre lo ya construido en La Habana.
No creo que los que perdimos tengamos que arrodillarnos a los pies de los dirigentes del No, pero tampoco creo que haya necesidad de humillar al uribismo, excluyéndolo de plano de cualquier negociación. La arrogancia tampoco ha sido la mejor consejera en esta crisis y si el expresidente Uribe quiere ir a dialogar en La Habana con las Farc, como lo ha anunciado, hay que encontrar la vía correcta para que lo haga, sin afectar la legitimidad de la mesa ni desconocer a las partes firmantes. Hay que agotar todas las posibilidades para que Uribe se monte en el bus de la paz sin que imponga vetos ni propuestas como la de acabar con la justicia transicional por temor a enfrentar la verdad que de allí saldría. Ante esta nueva realidad, las Farc también tendrán que ceder en la medida de lo posible.
Ahora bien, si no se logra un acuerdo con Uribe, el país no puede quedar en vilo. En ese caso al presidente Santos le tocaría hacer los cambios al acuerdo que sean posibles a sabiendas de que su implementación le va a costar sangre. La buena noticia es que hay una ciudadanía que está despertando de su letargo y que hoy ha salido a defender la renegociación en las calles. Esos jóvenes que están marchando, tejiendo redes en asambleas y en cabildos, no van a permitir que la politiquería les trunque esta oportunidad histórica.
Para Rodrigo Uprimny, la arquitectura de este acuerdo mínimo debería consistir en “un ajuste significativo que tome en consideración preocupaciones del No que no alteren la esencia del acuerdo por el que votaron más de 6 millones de colombianos”. ¿Será posible lograr ese balance? Es el reto que tiene Juan Manuel Santos si es que quiere implementar una paz estable y duradera.
Lo cierto es que si no se logra un acuerdo mínimo que permita salir del limbo en que nos encontramos, todos los colombianos vamos a perder hasta la corbata. Los del No se ufanan de su triunfo, pero ante la historia quedarían con la mácula de haber sido los responsables de la debacle; Santos, pese a su Nobel de Paz, quedaría como el presidente débil que quiso pero no pudo; y las Farc volverían a la guerra, en contra de su voluntad por cuenta de la mezquindad de las poderosas elites regionales, representadas hoy por el uribismo. Esas elites tendrían que explicarles a esas nuevas generaciones que hoy están marchando por las calles por qué prefirieron que las Farc volvieran a secuestrar, a plantar bombas y a sembrar minas antipersonal en lugar de haberles abierto la puerta para que echaran un discurso en la plaza pública.
En otras palabras: si los del Sí y los del No no somos capaces de llegar a un acuerdo amplio que atraiga a unos sectores del uribismo y que no sea cosmético, este país va a ser ingobernable. ¿Que perdimos porque la campaña uribista fue exitosa en plantar una cadena de mentiras que exaltaron el odio y la indignación?… Cierto, aunque también es verdad que la campaña por el Sí no logró atraer a la ciudadanía ni supo transmitir la importancia de este momento histórico. Al habérsela entregado a los políticos de una coalición de gobierno marcada por agrios enfrentamientos internos, la gente pensó que se trataba de una elección más y terminamos derrotados por la indiferencia, ya que cerca de 20 millones de colombianos dejaron de ir a las urnas.
Este acuerdo mínimo no puede ser producto de la imposición, sino de la negociación entre las partes, como de hecho lo está exigiendo ese despertar ciudadano que tras la derrota del Sí se ha hecho presente en las calles para exigirles a las partes renegociar sobre lo ya construido en La Habana.
No creo que los que perdimos tengamos que arrodillarnos a los pies de los dirigentes del No, pero tampoco creo que haya necesidad de humillar al uribismo, excluyéndolo de plano de cualquier negociación. La arrogancia tampoco ha sido la mejor consejera en esta crisis y si el expresidente Uribe quiere ir a dialogar en La Habana con las Farc, como lo ha anunciado, hay que encontrar la vía correcta para que lo haga, sin afectar la legitimidad de la mesa ni desconocer a las partes firmantes. Hay que agotar todas las posibilidades para que Uribe se monte en el bus de la paz sin que imponga vetos ni propuestas como la de acabar con la justicia transicional por temor a enfrentar la verdad que de allí saldría. Ante esta nueva realidad, las Farc también tendrán que ceder en la medida de lo posible.
Ahora bien, si no se logra un acuerdo con Uribe, el país no puede quedar en vilo. En ese caso al presidente Santos le tocaría hacer los cambios al acuerdo que sean posibles a sabiendas de que su implementación le va a costar sangre. La buena noticia es que hay una ciudadanía que está despertando de su letargo y que hoy ha salido a defender la renegociación en las calles. Esos jóvenes que están marchando, tejiendo redes en asambleas y en cabildos, no van a permitir que la politiquería les trunque esta oportunidad histórica.
Para Rodrigo Uprimny, la arquitectura de este acuerdo mínimo debería consistir en “un ajuste significativo que tome en consideración preocupaciones del No que no alteren la esencia del acuerdo por el que votaron más de 6 millones de colombianos”. ¿Será posible lograr ese balance? Es el reto que tiene Juan Manuel Santos si es que quiere implementar una paz estable y duradera.
Lo cierto es que si no se logra un acuerdo mínimo que permita salir del limbo en que nos encontramos, todos los colombianos vamos a perder hasta la corbata. Los del No se ufanan de su triunfo, pero ante la historia quedarían con la mácula de haber sido los responsables de la debacle; Santos, pese a su Nobel de Paz, quedaría como el presidente débil que quiso pero no pudo; y las Farc volverían a la guerra, en contra de su voluntad por cuenta de la mezquindad de las poderosas elites regionales, representadas hoy por el uribismo. Esas elites tendrían que explicarles a esas nuevas generaciones que hoy están marchando por las calles por qué prefirieron que las Farc volvieran a secuestrar, a plantar bombas y a sembrar minas antipersonal en lugar de haberles abierto la puerta para que echaran un discurso en la plaza pública.
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