Por María Jimena Duzán - REVISTA SEMANA.
Si triunfa el No, ni siquiera vamos a saber la verdad sobre los horrores que cometieron las Farc, porque el proceso se extinguiría al quedarse sin aliento
Voy a votar Sí en el plebiscito por una razón tan simple como esta: porque lo acordado en La Habana nos da la oportunidad histórica de salir de la barbarie, y nos permite empezar a reconstruir el país desde el respeto, la tolerancia y la inclusión. Esa oportunidad histórica no la quiero perder, así a muchos les parezca muy poco haber terminado una guerra de 52 años con una guerrilla como las Farc.
Sin embargo, mi voto por el Sí no pretende apoyar a Santos, ni a Vargas Lleras, ni al expresidente César Gaviria, ni está inspirado en la mermelada como suele ser la manera burda como los opositores del No nos pordebajean. Voy a votar Sí, porque precisamente este acuerdo es la oportunidad para que el país renueve a todas esas elites políticas corruptas, que se enquistaron en el poder y que se han ido apoderando del sistema político colombiano. Estas mafias han convertido a la política en lo que es hoy: un lugar apto solo para corruptos, en el que las Claudias López están condenadas a ser flor de un día; un lugar en donde el pragmatismo ha desplazado a las ideas y donde no importa que un partido que se llama Liberal tenga entre sus huestes a una senadora como Viviane Morales, que busca hacer política alimentando a su secta en desmedro de las ideas liberales y del bien común. (De la misma forma que tampoco importa que Cambio Radical arrope como lo hizo al combo de Kiko Gomez en La Guajira, pese a su impresentable hoja de vida, y que el Partido de la U tenga como adalid de la lucha contra la corrupción a la gobernadora del Valle, la misma baronesa que hizo de la salud su fortín político).
El punto dos del acuerdo, que habla de la participación política, abre la oportunidad para que se funden nuevos partidos y movimientos políticos, una posibilidad que estaba prácticamente vedada por los partidos convencionales que se las ingeniaron para mantener sus cuotas de poder nutriéndose de la exclusión. Ese punto de participación también permite la entrada al Congreso de movimientos sociales que hoy no tienen ni voz ni voto, hecho que va a volver a la política más democrática y mucho más real. No se va a necesitar ser millonario, ni corrupto, ni hijo de expresidente para poder labrarse un camino en la política. Por eso, voy a votar por el Sí. Porque este acuerdo, como lo ha dicho el propio Humberto de la Calle, limpia la política y pone en alerta al sistema para que se reforme y deje de considerarse intocable.
Voy a votar Sí, porque por primera vez vamos a tener la posibilidad de saber qué nos pasó y por qué. Los responsables de las atrocidades van a tener que decir la verdad y restaurar a las víctimas. Si no lo hacen, si no le cumplen con la verdad a las víctimas, tendrán que ir a la cárcel a pagar penas de 20 años.
Los uribistas dicen que la justicia transicional que se pactó en este acuerdo nos envía al limbo de la impunidad, porque no lleva a la cárcel a Timochenko y que su voto por el No es una actitud ética. En realidad lo que nos va a ocurrir es todo lo contrario: esta justicia que se pactó, es la oportunidad de salir de ella, de la bendita impunidad. La verdad, así cueste decirla, es que la justicia ordinaria, pese a los innegables avances que se han dado en la Fiscalía en materia de investigación, todavía está en deuda con el país: en estos 25 años que lleva de creada ha sido incapaz de saber quiénes fueron los autores intelectuales que terminaron con la vida de Guillermo Cano, de Rodrigo Lara, de Enrique Low Murtra, de Álvaro Gómez, de Jaime Garzón o de los miembros de la UP que fueron exterminados; tampoco ha podido encontrar ni condenar a los autores intelectuales de las miles de masacres de campesinos inocentes que se hicieron en el país. Si esto no es impunidad, no sé cómo se le pueda llamar. Al uribismo, esta falta de justicia, poco les ha importado ni les ha hecho generar ninguna reflexión ética.
Sin embargo, mi voto por el Sí no pretende apoyar a Santos, ni a Vargas Lleras, ni al expresidente César Gaviria, ni está inspirado en la mermelada como suele ser la manera burda como los opositores del No nos pordebajean. Voy a votar Sí, porque precisamente este acuerdo es la oportunidad para que el país renueve a todas esas elites políticas corruptas, que se enquistaron en el poder y que se han ido apoderando del sistema político colombiano. Estas mafias han convertido a la política en lo que es hoy: un lugar apto solo para corruptos, en el que las Claudias López están condenadas a ser flor de un día; un lugar en donde el pragmatismo ha desplazado a las ideas y donde no importa que un partido que se llama Liberal tenga entre sus huestes a una senadora como Viviane Morales, que busca hacer política alimentando a su secta en desmedro de las ideas liberales y del bien común. (De la misma forma que tampoco importa que Cambio Radical arrope como lo hizo al combo de Kiko Gomez en La Guajira, pese a su impresentable hoja de vida, y que el Partido de la U tenga como adalid de la lucha contra la corrupción a la gobernadora del Valle, la misma baronesa que hizo de la salud su fortín político).
El punto dos del acuerdo, que habla de la participación política, abre la oportunidad para que se funden nuevos partidos y movimientos políticos, una posibilidad que estaba prácticamente vedada por los partidos convencionales que se las ingeniaron para mantener sus cuotas de poder nutriéndose de la exclusión. Ese punto de participación también permite la entrada al Congreso de movimientos sociales que hoy no tienen ni voz ni voto, hecho que va a volver a la política más democrática y mucho más real. No se va a necesitar ser millonario, ni corrupto, ni hijo de expresidente para poder labrarse un camino en la política. Por eso, voy a votar por el Sí. Porque este acuerdo, como lo ha dicho el propio Humberto de la Calle, limpia la política y pone en alerta al sistema para que se reforme y deje de considerarse intocable.
Voy a votar Sí, porque por primera vez vamos a tener la posibilidad de saber qué nos pasó y por qué. Los responsables de las atrocidades van a tener que decir la verdad y restaurar a las víctimas. Si no lo hacen, si no le cumplen con la verdad a las víctimas, tendrán que ir a la cárcel a pagar penas de 20 años.
Los uribistas dicen que la justicia transicional que se pactó en este acuerdo nos envía al limbo de la impunidad, porque no lleva a la cárcel a Timochenko y que su voto por el No es una actitud ética. En realidad lo que nos va a ocurrir es todo lo contrario: esta justicia que se pactó, es la oportunidad de salir de ella, de la bendita impunidad. La verdad, así cueste decirla, es que la justicia ordinaria, pese a los innegables avances que se han dado en la Fiscalía en materia de investigación, todavía está en deuda con el país: en estos 25 años que lleva de creada ha sido incapaz de saber quiénes fueron los autores intelectuales que terminaron con la vida de Guillermo Cano, de Rodrigo Lara, de Enrique Low Murtra, de Álvaro Gómez, de Jaime Garzón o de los miembros de la UP que fueron exterminados; tampoco ha podido encontrar ni condenar a los autores intelectuales de las miles de masacres de campesinos inocentes que se hicieron en el país. Si esto no es impunidad, no sé cómo se le pueda llamar. Al uribismo, esta falta de justicia, poco les ha importado ni les ha hecho generar ninguna reflexión ética.
Con los tribunales de paz que se crean en la justicia transicional, el país va a tener por primera vez la oportunidad de establecer no solo una memoria de lo que nos pasó, sino que le va a permitir a todos los actores del conflicto coincidir en la verdad para que todos ellos asuman sus responsabilidades ante las víctimas. Si triunfa el No, volveremos a la impunidad de hoy y nos tocará esperar a que la justicia selectiva de una Fiscalía desinstitucionalizada que pasa de un partido a otro, de un dueño a otro, en medio del oportunismo y de la conveniencia política del momento, algún día opere. Si triunfa el No, no sabremos nunca quienes fueron los autores que ordenaron las masacres, ni los que permitieron los falsos positivos, ni quienes fueron los terceros que ayudaron a prender la mecha del paramilitarismo. Y si triunfa el No, ni siquiera vamos a saber la verdad sobre los horrores que cometieron las Farc, porque el proceso se extinguiría, al quedarse sin aliento. El No es volver al vacío de siempre y a la inercia de la guerra.
Por eso mi voto por el Sí es rotundo, sin vacilaciones. Y si pierdo, que espero no sea el caso, al menos voy a ser consciente de todo lo que perdí. Y los del No, deberían hacer lo mismo en lugar de andar dorando la píldora.
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