REVISTA SEMANA. 24/9/2016
Rodrigo Londoño pasará a la historia como el hombre que condujo a la guerrilla más antigua del continente hacia la vida democrática. ¿Cuál es su historia?
A finales de 2011 Alfonso Cano le había encomendado a Timoleón Jiménez una tarea delicada. Lo había nombrado jefe del equipo que viajaría a reunirse con el gobierno de Juan Manuel Santos para definir una agenda de conversaciones. Timochenko era el segundo hombre con más antigüedad del secretariado. Cercano al Partido Comunista, con gran formación política, había vivido los procesos de paz de primera mano, y era uno de los mayores conocedores de las Farc por dentro. Sin embargo, el 4 de noviembre de ese año Cano murió en la Operación Odiseo de las Fuerzas Militares. Cuando los miembros del secretariado recibieron la noticia tuvieron que reflexionar. ¿Debían seguir en acercamientos con el gobierno que acababa de matar a su máximo comandante?
Timochenko dice que el propio Cano había trazado los lineamientos de la estrategia. Muchos elementos les permitían pensar que con Santos sí sería posible firmar un acuerdo. Estaba el contexto internacional, con una izquierda en crisis, y el agotamiento de la guerra. Pero después de la muerte de Cano temían ser traicionados. Por eso Santos propició una reunión del ahora número uno de las Farc con Hugo Chávez. Este acababa de salir de una operación y estaba convaleciente. Charlaron largo rato. El presidente venezolano le garantizó que la intención del gobierno colombiano era real. “Por primera vez teníamos un verdadero punto de apoyo, ese hombre no nos iba a clavar un puñal por la espalda” recuerda Timoleón. Luego se reunió varias veces con el caudillo casi agonizante. Por eso el jefe de la guerrilla más antigua de América nunca deja de recordar su impronta en el proceso de paz, lo que refleja una de sus características personales: la gratitud y la lealtad.
Toda una vida en la guerra
Rodrigo Londoño Echeverry o Timochenko entró a las Farc cuando tenía 17 años. Nació en La Tebaida, Quindío, pero se crio en Calarcá. Su padre era un comunista que oía en la radio los discursos de Fidel Castro. También leían juntos el periódico Voz, del Partido Comunista. Su madre le inculcó el amor por la lectura. Primero leyó la Biblia, y luego, medio a escondidas, las novelas de José María Vargas Vila.
Se vinculó a la Juventud Comunista (Juco) en Quimbaya donde estudiaba bachillerato. Posiblemente lo que más lo marcó entonces fue el golpe de Estado contra Salvador Allende, pues en su pueblo se sentía una fuerte presión militar. La tesis de que las vías legales estaban agotadas empezó a calar en él. “No quiero que me maten en una calle miserablemente”, se dijo. Y un día de 1976 sus camaradas de la Juco lo vieron salir con botas y morral al hombro para incorporarse al grupo armado.
Cuenta que lo recibió Jacobo Arenas, quien le llenó una hoja de vida. Debía ponerse un nombre de guerra y él se decidió por Augusto, en memoria del rebelde nicaragüense Augusto César Sandino. Pero cuando llegó a El Pato, donde comenzaría su carrera como guerrillero, alguien ya lo tenía y le tocó cambiarse. El viejo Martín Villa lo vio tan confundido que le sugirió el de Timochevich Timochenko en honor a un profesor que había tenido en Rusia. En poco tiempo ya era Timo para todos en la guerrilla. Solo diez años después, cuando ascendió al secretariado, Jacobo Arenas lo bautizó sin previo aviso Timoleón Jiménez.
“En la guerrilla todo es un proceso gradual, y en la medida en que a la gente le ven cualidades le entregan responsabilidades”. Sin embargo, Timochenko ascendió la cúpula de la organización meteóricamente. En mayo de 1982, durante la séptima conferencia, lo eligieron en el estado mayor conjunto con apenas 23 años.
Esa conferencia dictó también las normas y estatutos de las Farc, para Timoleón el referente central que invoca cada vez que alguien le pregunta por los desafueros cometidos por su gente. Desde aquella conferencia se notaba una profunda afinidad entre Marulanda y Timochenko alrededor del concepto de retaguardia estratégica, que para ambos eran las comunidades. Defendían la idea de una guerrilla móvil, a diferencia de quienes se inclinaban por controlar poblaciones y territorio. Dicha conferencia también mostró cierta heterodoxia política, pues además del ideario marxista asumió el legado bolivariano. Timochenko heredó esa amplitud ideológica, que muchos atribuyen al origen liberal de Marulanda.
En él se destacaban la disciplina y la vocación pedagógica porque, según dice, “enseñando se aprende”. Quienes lo conocieron en tiempos del proceso de paz de Belisario Betancur dicen que era tímido y silencioso. Pero ya Marulanda lo tenía en la mira, obsesivo como era por tejer organización con los mejores hombres y para construir respeto dentro de las filas. Le gustaba la gente como él mismo: cauta, tranquila y resistente a las dificultades. A mediados de los ochenta lo llamaron a hacer parte del secretariado en reemplazo de Jaime Guaracas, uno de los campesinos históricos de las Farc que estaba muy enfermo.
Desde sus primeros tiempos en las Farc Timoleón tuvo a su cargo la contrainteligencia. Es decir, detectar disidencias o posibles infiltrados, además de casos graves de indisciplina. Posiblemente por esa función ha sido un hombre dado a compartir hombro a hombro con los combatientes. Es posiblemente el único dirigente de las Farc que no tiene privilegios a la hora de comer ni beber. Duerme, como todos los guerrilleros, en un cambuche.
Después de los diálogos del Caguán, donde mantuvo un bajo perfil, Timoleón estuvo en el Catatumbo. Señala con cierta tranquilidad que en esa región nunca usaron cilindros ni hicieron secuestros en masa. Sin embargo la relación de los frentes de esa área con el narcotráfico ha sido fuerte. Timochenko reconoce que es difícil convivir con ese fenómeno y que muchos mandos se pueden dejar absorber por la avaricia. Su política siempre fue trasladarlos permanentemente antes de que cayeran en la tentación del dinero.
El comandante
Timoleón nunca se imaginó que llegaría a ser el número uno de las Farc. Cuando Marulanda murió de viejo, lo sucedió Alfonso Cano, de lejos considerado el hombre estratégico y político con los atributos que Marulanda admiraba: cautela y resistencia. Cano y Timochenko eran de una misma camada, hijos predilectos del viejo. Por eso ante la muerte de Cano nadie dudó que él lo sucedería. No solo porque pasaba a ser el más antiguo del secretariado, sino por su ascendente entre los combatientes de base. Sin embargo, el país no lo conocía. Y dentro del propio secretariado algunos confiesan que Timochenko ha sido una verdadera revelación.
Posiblemente el primer documento con el que el país lo conoció se titulaba Así no es Santos, así no es. De inmediato llamó la atención su poderosa pluma y su discurso emocional. Era un texto adolorido que expresaba rabia por Cano, y clamor por la dignidad del combatiente. “Matar salvajemente a un ser humano, con métodos notoriamente desproporcionados, para pararse sobre su cadáver y señalar a otros que les tiene reservado el mismo tratamiento, tiene la virtud de producir un efecto contrario. Ningún hombre se dejará humillar de ese modo”, decía.
Timochenko le hablaba a Santos casi personalmente: “Esta gente lleva medio siglo en esto, Santos. Algunos, de cabeza blanca, cuentan historias de sus días en Marquetalia. Otros hablan de los años en el Guayabero, de los primeros diálogos cuando Belisario. Hasta afirman que si entonces el gobierno hubiera pensado mejor, las cosas en el país hubieran sido muy distintas”.
Días después le respondió al profesor Medófilo Medina una carta que Cano no alcanzó a contestar, en la que debatía argumentos sobre la historia de las Farc. Es un documento estructurado que muestra su talante ideológico de un marxista convencido, poco dogmático y abierto al diálogo.
Mientras la delegación de las Farc trabajaba en La Habana, Timoleón aparecía eventualmente en la televisión. Se veía alto, vociferaba furioso en su camuflado y rodeado de banderas y emblemas militares. Dicen que asesores de imagen crearon ese personaje tal vez porque consideraban que tenía que infundir miedo. Pero a todas luces ese no es Timochenko. Cuando arribó a La Habana su figura contrastaba con la de los videos. Llegó el 22 de septiembre del año pasado en sudadera, con la toalla típica de los guerrilleros campesinos, sonriente y exhibiendo sin timidez su baja estatura y una barba mucho más rala de lo usual.
El 23 de septiembre, cuando se supone que se logró el acuerdo en materia de justicia, sorprendió a todos por su tranquilidad y la sonrisa permanente. Más aún cuando le tendió la mano a un Santos que le respondió con algo de recelo. Ese día, en privado, el presidente convenció a Timochenko de que el acuerdo final podría llegar el 23 de marzo o antes. “Yo no quería poner fechas, pero él me convenció”, dijo después. Otra muestra de que es un hombre flexible, proclive a los acuerdos.
Aguardiente amarillo
Pero múltiples dificultades impedirían que la negociación terminara en seis meses. Poco después de ese primer encuentro, el jefe guerrillero recibió una caja enviada con mucho misterio por Santos. Él pensó que era un aparato como el famoso teléfono rojo que tuvo Jacobo Arenas en Casa Verde en la década de los ochenta, para conectarse directamente con el palacio de gobierno. Resultó ser una botella de aguardiente amarillo de Manzanares, la bebida preferida por Rodrigo Londoño cuando era un joven ayudante de cantina en su pueblo.
Su actitud en La Habana revela bastante su personalidad. Ni protagónico ni ausente, habló con quien quiso y se rehusó a hacerlo con quien no quiso. Aparecía en los actos sorpresivamente, como ocurrió en la iglesia de San Francisco de Asís el 17 de diciembre del año pasado, al cerrar el punto de víctimas. Y al final de la negociación también apareció en la casa 19 de El Laguito, donde se realizó el cónclave, en señal de que ya todo estaba terminado. En este año hubo momentos muy difíciles en la mesa, para los que Timoleón buscó canales directos de acercamiento con el presidente. Uno de ellos fue Enrique Santos y, al final, la canciller, María Ángela Holguín.
El 31 de diciembre en la noche, el presidente lo llamó por teléfono. Timochenko dice que es tal su falta de costumbre de usar el celular que en varias ocasiones le dijo “cambio”, expresión que se usa en los radios usuales en la guerrilla. Durante su estancia en La Habana tuvo uno de ellos, autorizado por el gobierno, para hablar con los frentes. Cotidianamente mandaba mensajes, contaba los avatares de la negociación y daba órdenes como suspender los reclutamientos o la extorsión.
Muy pronto aprendió a usar Twitter y se hizo viral por un piropo a una mujer. Hoy tiene más de 40.000 seguidores y sabe dar noticias por ese conducto. Con frecuencia también respondía coloquialmente los anuncios del gobierno. Cuando Santos dijo en público que el acuerdo de paz se podía firmar el 20 de julio, Timoleón puso un trino en el que le decía que todavía “falta mucho pelo p’al moño”.
Aunque llegó a Cuba hace un año, no era su primera visita. El gobierno había facilitado un encuentro con Gabino en abril para intentar que el ELN convergiera con el proceso en marcha en La Habana. Sin embargo, en la reunión no se llegó a nada y no pudieron acordar encuentros posteriores. Esa sin duda es una de las frustraciones que deja ver hasta el día de hoy.
Cuando a Timochenko se le pregunta por el proyecto político de las Farc siempre cita al legendario fundador del M-19 Jaime Bateman, quien decía que había que hacer un sancocho nacional. Es decir, un movimiento donde converjan muchos sectores, más allá incluso de la izquierda, sobre todo con miras a la implementación de los acuerdos, su mayor preocupación. Enfatiza que las Farc no están contra la propiedad privada, pero sí contra la explotación. Y cuando se le pregunta si se ve como candidato, por ejemplo a la Presidencia, esboza una sonrisa. Como han dicho algunos analistas, nadie hace la guerra durante 40 años para irse a jubilar a La Tebaida.
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