Ahora sí, la firma. Pero sobre todo lo que significa: el compromiso de la palabra empeñada en La Habana.
Por: Mario Morales - El Espectador
Yo hubiera preferido como escenario un lugar menos glamuroso, uno más narrativo, más representativo, pensando antes que en los firmantes, curiosos y colados, en quienes avalan esa rúbrica, ese millón de colombianos que pusieron, sin saberlo, su tinta sangre como respaldo a los acuerdos.
Pero se impondrá el protocolo ese de los eventos de élite. Lástima. Era una oportunidad grande para cohesionar el alma colectiva que a estas alturas no entiende de reflexiones, desplazadas por el sustrato sentimental propio de toda campaña, como diría el profesor Maffesoli, y aupado por las emociones engrandecidas de la TV y redes sociales cuyo efecto no es numérico sino de contagio e influencia.
Sin quererlo, el mensaje monofónico del uribismo y la dispersión de quienes apoyan el Sí, luego de la confusión, han removido la indiferencia de las masas urbanas que se sienten interpeladas a actuar para impedir que esta oportunidad feliz se vaya de las manos.
Santos ha dominado la estrategia, como lo demuestran los apoyos de la ONU, Obama y las voces del mundo; Uribe ha sido hábil en la táctica, como esa de tratar de arrinconar al presidente con el manido debate con el autodenominado Centro Democrático. (¡Cualquier disculpa, presidente Santos, menos falta de tiempo!).
Ese indebido fuego cruzado ha despertado de manera reactiva a la población, montada a empellones en un tobogán en el que se alternan, al decir del sicólogo Eskibel basado en su colega Ekman, las emociones más frecuentes en una elección definitiva: la felicidad y la tristeza, la ira y el desprecio, la sorpresa y la animadversión, pero sobre todo el miedo en todas sus escalas.
A mi juicio, ese último es el factor que está inclinando la balanza a favor del Sí (miren no más las declaraciones de María Fernanda Cabal y sus fuerzas letales de combate). No solo estamos hartos de la barbarie de la guerra, también de la paranoia.
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