Los días 13 al 17 de julio tendrá lugar en Bogotá el XXII Congreso del Partido Comunista de Colombia, PCC. En democracia el congreso de un partido político constituye siempre un acontecimiento. Ello por cuanto los partidos son, se espera que sigan siéndolo, los estructurantes de los proyectos políticos y los creadores de opinión frente al curso cambiante de las circunstancias económicas, sociales y culturales. Cada partido es una potencial opción de gobierno para la nación.
Que exista un partido comunista en el país es un signo positivo de la pluralidad y amplitud de su democracia. Que el PCC no tenga personería jurídica por las inaceptables limitaciones normativas actuales y que los integrantes de ese partido sean objeto de estigmatización y de agresiones mortales, más inaceptables aún, denota la ausencia de las garantías que un Estado democrático debe otorgar a todas las expresiones políticas.
Pero no son solo garantías para la izquierda política lo que necesita el país, son transformaciones profundas en el quehacer político general. En los momentos actuales de transición de la guerra a la paz es de importancia capital que se produzca una verdadera apertura democrática en el sentido de darle mayores posibilidades institucionales al juego político. Colombia necesita una modernización profunda de la normatividad, institucionalidad y cultura atinente a los partidos, los movimientos sociales y los medios de comunicación.
Un paso importante ha sido la adopción del Estatuto de Oposición, pendiente desde que se expidió la Constitución de 1991. Este paso fue una conquista de los acuerdos de La Habana, pero se requiere continuar por la vía de los cambios para que sea más fácil y menos riesgoso hacer política en el país. La política es para la sociedad lo que el aire, el agua, el pan, para las personas. Una política sana produce vida en la sociedad, una política viciada, violenta, corrupta, colonizada por las mafias y su “cultura”, produce muerte en la sociedad. Los retos del cambio político son enormes.
El PCC es un partido que marca una diferencia legítima frente al orden social imperante. Desde su constitución en 1930 ha sido un partido de oposición, reforma y revolución. Hoy, en un momento en que buena parte del país, ojalá fuera todo el país, se empeña en sacar las armas de la política, en superar cualquier modalidad de combinación de formas de lucha, la existencia del Partido Comunista, con plenas garantías para agitar sus propuestas de cambio, es enteramente saludable.
Gran expectativa existe, con miras al 2018, por las propuestas respecto a la aproximación de los sectores con presencia comunista y respecto a la conformación de la más amplia convergencia de partidos, movimientos, expresiones étnicas y territoriales que levante una agenda de país inclusiva de paz, ética política, justicia social, cuidado de la naturaleza y modernización institucional. Éxito pleno para el PCC en su congreso de esta semana.
Venezuela. La tensión existente es insostenible. No puede Venezuela precipitarse a una guerra interna en el momento en que Colombia, con su ayuda, sale de la propia, tan prolongada y dolorosa. No se arregla absolutamente nada en el país vecino con la intervención de una fuerza extraña. Hay que cerrar todas las puertas a esa eventualidad. Es preciso cooperar en la superación de la crisis venezolana pero con pleno respeto a su autodeterminación democrática.
François Houtart. Escribí en junio 12: “En 1984 volví a verlo, ya en Lovaina La Nueva, tomamos café en el apartamento donde vivía con su esposa Genoveva”. Tal afirmación errónea se debe a un malentendido de mi parte porque la persona mencionada era tan solo la secretaria de François quien, según testimonio recibido ahora de personas que le conocieron más a fondo, siempre fue observante de su condición celibataria. Pido excusas por el error y espero que con estas palabras quede plenamente corregido.
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