Nací en pleno estado de sitio, ya iban para entonces como doscientos mil muertos por la violencia bipartidista, los locutores gritaban la Vuelta a Colombia y los paveadores probaban puntería disparándoles a campesinos, desde rastrojos y caminos olvidados.
Por: Reinaldo Spitaletta - El Espectador.
Todavía estaba vivo el Cóndor, uno de los “pájaros” más torvos de la Violencia, la guerrilla liberal del Llano resistía a las operaciones estatales y en los campos incendiados de Colombia se practicaba el “corte de franela” y los chulavitas hacían de las suyas por montes, ríos y cañadas.
Después, aparecieron legendarios (y muy sanguinarios) bandoleros, semilla de la Violencia, como Chispas y el Capitán Veneno y Desquite y Sangrenegra y Peligro y tantos otros procedentes de los sin tierra, de campechos despojados, con cuna liberal o conservadora, pero sin ideología ninguna, frutos de una Colombia plena de desajustes sociales y también de criminales de “cuello blanco”.
Y llegó el Frente Nacional, un pacto político oligárquico y ya iban como trescientos mil muertos de la violencia liberal-conservadora, pero las causas de esta última, de las desventuras del pueblo, de los desplazamientos, continuaban vivas. Sin reforma agraria, y con las mismas, o tal vez más intensas humillaciones para “los de abajo”.
Y los sesentas advinieron en el mundo con revoluciones sociales y sexuales, luchas de liberación nacional, nuevas músicas, las participaciones juveniles en las movilizaciones contra la guerra de Vietnam, y en Colombia la aparición de guerrillas (aunque ya en 1959, se surgió una de “nuevo cuño”, rural y urbana, dirigida por Antonio Larrota) de corte marxista, unas, y cristianas, otras. Bombardeos con ayuda norteamericana a las zonas campesinas de autodefensa y en el mismo año en que se fundan las Farc (1964), muere uno de los bandoleros de “vieja data” del país: Desquite, que le sirvió a un profeta de juventudes para anunciar que si Colombia, en vez de matar a sus hijos, no los hacía dignos de vivir, el bandido que había tomado las armas “no para matar sino para que no lo mataran” retornaría a llenar de sangre, dolor y lágrimas al país.
Y así fue. Los mandamases del país siguieron llenos de privilegios, al tiempo que la mayoría de gente naufragaba en los caños pútridos de las miserias, olvidados por la fortuna y por el Estado. Al conflicto armado, a la presencia de guerrillas en muchas regiones de Colombia, no se contestó con reformas agrarias ni con maneras efectivas (no demagógicas) de elevar el nivel de vida de los desprotegidos. Y entonces, desde diversas esferas, todas altas, se apoyó la aparición del paramilitarismo, un proyecto político que tenía como divisa publicitaria ir contra la subversión, pero que, en esencia, con todas sus atrocidades, tuvo alcances de una contrarreforma agraria y un premeditado ejercicio de terror.
Y guerrillas y paracos, auspiciados por el narcotráfico (un factor clave en la guerra que ha padecido Colombia en las últimas décadas) sembraron al país de motosierras, secuestros, desplazamientos forzados, ataques a la población civil, muerte y destrucción. Y aunque algunos continúan en la persistente negación del conflicto armado, este puede tener un alivio significativo con el acuerdo de paz entre el Estado y las Farc.
Es un avance para la convivencia democrática que las Farc dejen de hacer la guerra, que se desarmen, que abandonen las prácticas non-sanctas de la extorsión, el secuestro, el narcotráfico, el reclutamiento de niños… Que se lancen a la palestra civil de la política. El acuerdo plantea cambios indispensables en lo agrario y en otros aspectos, cuyo aplazamiento o, mejor, su falta de concreción, han provocado que, grupos como los Farc, se hayan declarado en guerra contra el Estado.
El asunto del plebiscito, del acuerdo de paz, de los debates en torno al “Sí” y al “No” son una oportunidad para conocer aspectos de la historia nacional, de las causas objetivas del conflicto armado, de las desgracias sufridas por miles de personas que han sido “carne de cañón” de unos y otros, entre ellas los jóvenes. A propósito de jóvenes, en Buenaventura, uno de ellos, mientras el senador Álvaro Uribe promovía el apoyo al “no”, lo increpó con altura: “¿quiénes son los soldados del ejército colombiano?: muchachos pobres, porque los hijos de los ricos no van a la guerra”.
Me parece que los de ayer y hoy, los de la generación del estado de sitio, los de los “maravillosos sesentas”, los de la generación “x”, los de ahora, muchos de ellos hijos y nietos de víctimas de la guerra, le dirán Sí al acuerdo de paz.
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