Adolfo Zableh Durán - El Tiempo.
El Andrés Pastrana de hoy reúne además dos rasgos de sus predecesores: el bombardeo incansable de Uribe y la condición cachaca de Santos.
Andrés Pastrana es de los míos, un superado. Llegó mucho más lejos de lo que sus habilidades se lo permitían. Lo veo y me veo. Durante mi adolescencia yo era un tarado. No sabía qué hacer con mi vida, perdía todas las materias en el colegio y en la universidad, no hablaba con nadie y me la pasaba pegado a un walkman. Un día mi padre, que no era muy dado a hablar de los problemas de la familia, no soportó más el cuadro y me preguntó si estaba en las drogas.
Consciente de mis limitaciones, las convertí en herramientas y me dediqué a escribir, que es un oficio bien solitario. Es ahí donde los caminos de Pastrana y mío se separan. Incapaz de ayudar a los demás, elegí una labor donde le jodiera la vida al prójimo lo menos posible. Él, en cambio, se entregó a la vida pública y a sacar adelante un país, tarea complicada, incluso, para personas extraordinarias.
Otra diferencia es el padre que tuvimos. El mío no era nadie. Me corrijo, no era nadie para lo que yo quería. Que estuviera en el negocio de la refrigeración industrial no me iba a conseguir trabajo en periodismo. Pastrana no habría llegado a mucho sin su padre. Si es hijo de presidente y no ha dejado de dar tumbos, ahora imagine haber sido un ciudadano más. Y no está mal ser hijo de alguien importante; al revés, qué delicia nacer con algo de terreno abonado. A mí me habría encantado porque me parece que el sacrificio y el esfuerzo están sobrevalorados. Está bien trabajar por nuestros sueños con constancia, pero remar contra la corriente para lograrlos es desgastante, no debería ser tan celebrado.
El Andrés Pastrana de hoy es el de siempre, liviano, pero reúne además dos rasgos de sus predecesores: el bombardeo incansable de Uribe y la condición cachaca de Santos. Del primero hemos hablado montones y sabemos que por una cuestión de ego se está llevando por delante no al proceso de paz ni a Santos, sino a Colombia entera. Porque esa es la otra, un político, en especial un expresidente, es más vanidoso que una estrella de cine. El segundo tampoco eligió nacer en una familia poderosa y ha ido en coche toda la vida, pero está haciendo las cosas mejor que Pastrana.
Porque Santos y Pastrana son comparables, pertenecen a ese linaje que como costeño clase media advenedizo en la capital me causa envidia: el bogotano rico. Este país centralizado se ha manejado desde una capital aislada por montañas y con un clima diferente, lo que hace que los nacidos acá se comporten como si fueran de mejor familia. Cuando salen de su entorno dicen que van a tierra caliente, como si el resto de Colombia fuera su finca. A un colombiano de otro lado le toca esforzarse montones para llegar a lo que el cachaco con medios puede acceder por el solo hecho de respirar.
Por eso no es la paz sino la igualdad de condiciones lo que tenemos que lograr, el equilibrio social es lo que nos va a llevar a la tregua, y es a eso a lo que Pastrana parece oponerse. Coincido con él en que el acuerdo con las Farc es cojo, amañado, deja muchas preguntas sin responder y no representa el final de la violencia, pero creo también que es hasta ahora el mejor chance que hemos tenido y que podemos corregirlo sobre la marcha. Por estos días me cuesta entender a Pastrana cuando critica un proceso que él fue incapaz de sacar adelante, aunque mi descontento no se acerca al de quienes votaron por él en 1998. Cuando lo veo veo también a Francisco Santos, versión aumentada. Que Pastrana haya sido presidente es la prueba de que Santos, Francisco, no debe pisar nunca la Casa de Nariño. Eso hasta Uribe lo sabe.
Igual, Andrés Pastrana no deja de sorprendernos y está siendo peor como expresidente que como presidente, tarea que en el papel le iba a quedar bien difícil. Hace poco la venezolana Lilian Tintori dijo que su país debería tener un presidente como él. Se lo regalamos si quiere, ese señor no debió ser ni gerente de ferretería.
Consciente de mis limitaciones, las convertí en herramientas y me dediqué a escribir, que es un oficio bien solitario. Es ahí donde los caminos de Pastrana y mío se separan. Incapaz de ayudar a los demás, elegí una labor donde le jodiera la vida al prójimo lo menos posible. Él, en cambio, se entregó a la vida pública y a sacar adelante un país, tarea complicada, incluso, para personas extraordinarias.
Otra diferencia es el padre que tuvimos. El mío no era nadie. Me corrijo, no era nadie para lo que yo quería. Que estuviera en el negocio de la refrigeración industrial no me iba a conseguir trabajo en periodismo. Pastrana no habría llegado a mucho sin su padre. Si es hijo de presidente y no ha dejado de dar tumbos, ahora imagine haber sido un ciudadano más. Y no está mal ser hijo de alguien importante; al revés, qué delicia nacer con algo de terreno abonado. A mí me habría encantado porque me parece que el sacrificio y el esfuerzo están sobrevalorados. Está bien trabajar por nuestros sueños con constancia, pero remar contra la corriente para lograrlos es desgastante, no debería ser tan celebrado.
El Andrés Pastrana de hoy es el de siempre, liviano, pero reúne además dos rasgos de sus predecesores: el bombardeo incansable de Uribe y la condición cachaca de Santos. Del primero hemos hablado montones y sabemos que por una cuestión de ego se está llevando por delante no al proceso de paz ni a Santos, sino a Colombia entera. Porque esa es la otra, un político, en especial un expresidente, es más vanidoso que una estrella de cine. El segundo tampoco eligió nacer en una familia poderosa y ha ido en coche toda la vida, pero está haciendo las cosas mejor que Pastrana.
Porque Santos y Pastrana son comparables, pertenecen a ese linaje que como costeño clase media advenedizo en la capital me causa envidia: el bogotano rico. Este país centralizado se ha manejado desde una capital aislada por montañas y con un clima diferente, lo que hace que los nacidos acá se comporten como si fueran de mejor familia. Cuando salen de su entorno dicen que van a tierra caliente, como si el resto de Colombia fuera su finca. A un colombiano de otro lado le toca esforzarse montones para llegar a lo que el cachaco con medios puede acceder por el solo hecho de respirar.
Por eso no es la paz sino la igualdad de condiciones lo que tenemos que lograr, el equilibrio social es lo que nos va a llevar a la tregua, y es a eso a lo que Pastrana parece oponerse. Coincido con él en que el acuerdo con las Farc es cojo, amañado, deja muchas preguntas sin responder y no representa el final de la violencia, pero creo también que es hasta ahora el mejor chance que hemos tenido y que podemos corregirlo sobre la marcha. Por estos días me cuesta entender a Pastrana cuando critica un proceso que él fue incapaz de sacar adelante, aunque mi descontento no se acerca al de quienes votaron por él en 1998. Cuando lo veo veo también a Francisco Santos, versión aumentada. Que Pastrana haya sido presidente es la prueba de que Santos, Francisco, no debe pisar nunca la Casa de Nariño. Eso hasta Uribe lo sabe.
Igual, Andrés Pastrana no deja de sorprendernos y está siendo peor como expresidente que como presidente, tarea que en el papel le iba a quedar bien difícil. Hace poco la venezolana Lilian Tintori dijo que su país debería tener un presidente como él. Se lo regalamos si quiere, ese señor no debió ser ni gerente de ferretería.
Adolfo Zableh Durán
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