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La paz cotidiana por construir

Written By Unknown on miércoles, julio 13, 2016 | miércoles, julio 13, 2016

Tomado de RazónPública.com

Para asegurar que los acuerdos con la guerrilla se traduzcan en un país en paz los colombianos deben aprender a debatir civilizadamente sus diferencias. Y los primeros en hacerlo deben ser los opositores y los partidarios del proceso de La Habana.

Alejandro Cortés Arbeláez*

Delegación de Paz del Gobierno Nacional.

Los niveles de la paz

Con el acuerdo sobre “fin del conflicto” que hace poco  alcanzaron las delegaciones del gobierno y de las FARC nos acercamos cada vez más al fin definitivo de las confrontaciones entre el Estado colombiano y la guerrilla más antigua, grande y poderosa que ha tenido el país. Este no es un logro menor y es pertinente celebrar la persistencia del gobierno y el mando guerrillero para llegar a este punto.
Sin embargo, debemos evitar caer en el error de decir que ya llegó “el último día de la guerra”, pues aún hay varios puntos importantes que deben ser superados antes de cerrar exitosamente las negociaciones. Por ejemplo sigue pendiente la definición de los mecanismos de selección de los integrantes de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición y de los magistrados que integrarán las distintas salas de la Jurisdicción Especial para la Paz y el Tribunal para la Paz.
Ahora que se acerca la paz política es necesario empezar a preocuparnos por la paz social.
Además, la firma de un Acuerdo Final no traerá la paz por arte de magia, ya que los desafíos de la etapa del post-acuerdo probablemente serán más difíciles que los de las actuales negociaciones. Entre ellos está construir una paz cotidiana entre los ciudadanos comunes y corrientes, a los que tanto nos cuesta entendernos y tratarnos con respeto.
Se puede decir que la paz se construye en dos niveles:
  1. Un nivel político, o “desde arriba”, donde las partes en conflicto buscan resolver sus diferencias mediante la negociación política; y
  2. Un nivel social mucho más amplio, que construimos los ciudadanos “desde abajo”, y en el que debemos desarmar los espíritus y alcanzar la reconciliación social.
Aunque estos niveles pueden separarse, ambos están profundamente entrelazados: si no se alcanzan unos acuerdos mínimos de paz social, la paz política puede acabar convertida en una paz de papel. Por eso ahora que se acerca la paz política es necesario empezar a preocuparnos por la paz social.

Integrados, apocalípticos y escépticos

El Ex-presidente y Senador Álvaro Uribe Vélez.
El Ex-presidente y Senador Álvaro Uribe Vélez.
Foto: Congreso de la República de Colombia
Los puntos pendientes de la mesa de negociaciones no son sencillos y los ciudadanos de a pie no podemos hacer mayor cosa para contribuir a resolverlos. Pero esto no significa que quienes defendemos el proceso podamos o debamos asumir un papel pasivo. Es todo lo contrario. Los colombianos de a pie tenemos un papel fundamental que desempeñar en este momento y durante los primeros años del post-acuerdo: promover el debate sobre lo aceptable y lo inaceptable de un acuerdo de paz con las FARC.
En una columna reciente, Rafael Grasa distinguió tres visiones de los colombianos respecto del proceso de La Habana:
1) Los integrados, esto es, los optimistas radicales;
2) Los apocalípticos o pesimistas radicales; y
3) Los escépticos es decir, quienes se encuentran en una posición intermedia entre integrados y apocalípticos y se mantienen en un prudente “ya veremos”.
En aras de una mayor precisión, dividiré esta última categoría en dos:
3.1) Los pesimistas escépticos, que tienen muchas dudas sobre las negociaciones de paz, pero aun así les conceden el beneficio de la duda; y
3.2.) Los optimistas escépticos, que tienen puestas sus esperanzas en el proceso, pero son conscientes de que este puede fracasar y de que la firma de un acuerdo final con las FARC no traerá ríos de leche y miel a Colombia.
Los integrados y los apocalípticos se miran mutuamente con desprecio y ven al otro como un enemigo con convicciones irracionales o, peor aún, como una persona malintencionada que quiere hacerle daño al país. Estas dos posiciones son inconvenientes e incluso peligrosas, puesto que en el actual clima de polarización política, podrían llevar a episodios de violencia.
Debemos construir puentes entre ciudadanos que tienen posiciones opuestas.
Frente a esto, los escépticos –optimistas o pesimistas– podemos servir como correa de transmisión entre las dos posiciones radicales, pues al estar entre ambas tenemos la capacidad de ver las razones que mueven a integrados y apocalípticos, comprender que en ambos lados hay personas que quieren lo mejor para el país y tender puentes entre los extremos.
Por eso debemos hacer un esfuerzo para mostrar a los apocalípticos que los integrados:
  • No son aliados ni idiotas útiles de las FARC, sino ciudadanos que consideran que la forma más expedita de acabar con el sufrimiento que causa el conflicto armado es a través de una negociación donde es por definición inevitable hacer algunas concesiones.
  • No son insensibles frente a las víctimas del conflicto sino que, por el contrario, consideran que es preferible tragarse algunos sapos en materia de justicia retributiva con tal de que esto contribuya a disminuir el número de víctimas futuras del conflicto armado.
  • No son necesariamente santistas y mucho menos “enmermelados” del gobierno. Algunos podrán ser seguidores del presidente Santos, otros no, pues le apoyan en lo que se refiere al proceso de paz pero son críticos de otras políticas de su gobierno.
Por otra parte, los escépticos también debemos hacer un esfuerzo para mostrar a los integrados que los apocalípticos:
  • No son amigos de la guerra ni simpatizantes del paramilitarismo. Son colombianos  que piensan que algunas de las concesiones que se le han hecho a la guerrilla son demasiado amplias, dudan de la buena fe de las FARC y temen que las negociaciones lleven a un empoderamiento de la guerrilla y a un escalamiento de la violencia. También les preocupa que algunas cuestiones pendientes en La Habana (como las mencionadas al inicio de este texto) acaben siendo resueltas de una manera excesivamente favorable para las FARC.
  • No son simplemente ricos urbanos que no saben lo que es la guerra. Algunos lo son, pero otros, como Fernando Ricaurte (mencionado en un reportaje de Pacifista), la han visto de cerca y es precisamente esa experiencia la que les hace difícil aceptar las negociaciones con las FARC.
  • No son necesariamente uribistas ni partidarios del Centro Democrático. Seguramente una buena porción de los apocalípticos simpatiza con el expresidente Uribe, pero esto no es pecado. Por otra parte, es perfectamente posible dudar de las FARC sin ser simpatizante de Uribe.

La actitud deliberativa

Delegaciones de Paz del Gobierno Nacional y las Farc.
Delegaciones de Paz del Gobierno Nacional y las Farc.
Foto: Oficina del Alto Comisionado para la Paz
En el campo de la teoría política contemporánea ha venido tomando fuerza la “democracia deliberativa”. En el modelo deliberativo de la democracia se espera que cada ciudadano ingrese a la arena política con una serie de opiniones y argumentos para defender.
Además de esto, el ciudadano debe estar acompañado por una convicción muy valiosa: estar dispuesto a escuchar los argumentos de los demás y a modificar –parcial o totalmente– sus propias convicciones si, después de un debate razonado, se da cuenta de que los argumentos de sus contradictores fueron superiores a los que él esgrimió.
Esto no significa que necesariamente deba asumir como propia la posición opuesta, pues puede reformular sus argumentos con las críticas recibidas para volverlos a presentar en la esfera pública, donde debe primar lo que el filósofo Jürgen Habermas llama la “coacción no coactiva del mejor argumento”.
Algunos de quienes defendemos el proceso de negociación con las FARC hacemos esto porque tenemos la esperanza de que un acuerdo de paz contribuya a profundizar nuestra democracia. Y por tener esta motivación debemos promover prácticas democráticas en nuestras interacciones cotidianas y tratar a nuestros contradictores políticos como personas que pueden tener razones admisibles para estar en desacuerdo con nosotros. También tenemos el deber de promover la actitud deliberativa entre quienes tienen posturas cercanas a la nuestra.
Debemos construir puentes entre ciudadanos que tienen posiciones opuestas y demostrar que aunque es imposible que nos pongamos todos de acuerdo, sí es posible llegar a consensos mínimos sobre las reglas del debate público (hablar con argumentos, oír a los de los demás y no demonizar al otro) que permitan la construcción de una paz cotidiana que vaya más allá de las negociaciones en La Habana.

* Politólogo, investigador del Centro de Análisis Político de la Universidad Eafit y profesor de cátedra en la Misma institución. alejandrocortes90@gmail.com
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