Aquí hay una historia colombiana que vale la pena contar: la masificación del asesinato político en los preludios del 2016. Mientras la extrema derecha trina y se queja hasta de los dolores de muelas de sus paladines, la izquierda política y social no hace más que reclamar cadáveres en la morgue. Cadáveres sin abolengo que apenas interesan a los medios. Las víctimas de esta ola de asesinatos es gente de abajo. Hombres y mujeres que no hacían parte de la sociedad del espectáculo. No eran políticos o comentaristas de plató. Luchaban por pequeñas causas y eran apreciados por sus pequeñas cofradías.
William Castillo, Klaus Zapata, Maricela Tombé, Alexander Oime y Milton Escobar son algunos de los nombres que fueron borrados por la máquina. La máquina de matar. Una máquina que en el pasado cortó cabezas por lo alto y ahora corta por lo bajo. Matando por lo bajo se consiguen los mismos o mejores resultados y no hay tanto ruido, razonan los operarios de la máquina. Los asesinatos de los últimos días son en sí mismo una tragedia para las familias y las comunidades afectadas, pero lo vergonzoso, es la ceguera oficial, mediática y social ante los hechos. Una repugnante complicidad, por omisión, que seguirá llevando al país hacia el vertedero.
Las víctimas recientes fueron personas comprometidas con causas sociopolíticas asociadas al ideario de la izquierda. Pero en el pasado hubo víctimas que pertenecieron al mundo del establecimiento, otras estuvieron en el universo de la derecha y muchísimos más fueron meros inocentes que pagaron las consecuencias de la inhumana práctica del secuestro con fines económicos. El cese del secuestro y luego la tregua unilateral e indefinida decretada por las FARC ha mermado, hasta el día de hoy, el impacto de la violencia que ejercía esta agrupación contra sus blancos predilectos. Todo apunta, en cambio, que el único blanco que quedó a merced de la violencia con fines políticos son los miembros de la izquierda política y social.
Hace unos días fui a cine con dos periodistas colombianos. VimosSpotlight, ganadora del Oscar a la mejor película. Luego de la sesión nos sentamos a tomar un café y aproveché para preguntarles -inspirado en la trama de la cinta- si sabían de medios colombianos que en los últimos años hayan adelantado alguna pesquisa relevante acerca de la corrupción a gran escala o sobre asesinatos con fines políticos. Se miraron a las caras y uno de ellos mencionó alguna poca cosa que ha hecho la revista Semana y las denuncias de Daniel Coronell que, en la mayoría de los casos, muestran a la opinión pública sólo la punta del iceberg.
El Mundo, les comenté a los dos abatidos periodistas, es un periódico de centroderecha que ha investigado y documentado en profundidad los casos más representativos de la corrupción en España y no ha dudado en nombrar a los políticos, los banqueros y los empresarios que poseen grandes fortunas en la banca suiza, obtenidas mediante la piratería sobre las arcas públicas y el engaño a los pequeños ahorradores. El periodismo de investigación no existe en Colombia, concluyó uno de los periodistas mientas se llevaba una taza de capuchino a la boca, y la prensa escrita no es más que un corte y pega de las agencias, y la radio y la televisión sólo husmean la vida privada de la gente.
Un computador fue robado de la casa de uno de los hombres más custodiados del país. Un capitán de la policía, testigo en un rocambolesco affaire, desaparece, aparece y vuelve a desaparecer. Una decena de líderes sociales son asesinados en una semana. Cuatro mil millones de pesos evaporados de la refinería de Cartagena (Reficar) como por arte de magia. No hay manera de que el periodismo colombiano tenga su Spotlight y muestre a la opinión pública las monstruosidades que ocasionan e instigan las formas más brutales de violencia.
La naturaleza de las FARC es muy distinta a la de las organizaciones guerrilleras que negociaron su incorporación a la vida política legal. El M-19, el EPL y la Corriente aceptaron que les mataran a varios de sus dirigentes luego de firmada la paz con los gobiernos de turno. Quizá las FARC no tengan la virtud cristiana de poner la otra mejilla luego de recibir una bofetada. Quizá las FARC, luego de la firma de la paz y la dejación de armas, vuelvan a rearmarse si su gente empieza a ser asesinada. Quizá el país se vaya al garete. Quizá esto acabe antes de comenzar. Quizá alguien llegue a la conclusión -como dijo uno de los del Clan Puccio- de que el inventor de la vida es un hijodeputa.
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