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Semblanza de Manuel Marulanda, fundador de las Farc

Written By Unknown on domingo, mayo 14, 2017 | domingo, mayo 14, 2017

SE LLAMABA PEDRO ANTONIO MARÍN (1930-2008)
El fundador de las Farc nació un 13 de mayo. Semblanza del escritor Alfredo Molano, desde el pensamiento del líder insurgente, ahora que esa guerrilla hace tránsito a partido político.
Por Alfredo Molano Bravo
Comencé a oír hablar de un tal Manuel Marulanda cuando estaba en bachillerato y Rojas Pinilla era recibido como el presidente-salvador de la patria. Se decía que los guerrilleros del Llano eran valientes, los de Tolima peligrosos y los demás, bandidos. En esa época Tirofijo, Sangrenegra, Desquite y Tarzán eran todos bandoleros, y pasó mucho tiempo antes de entender que Tirofijo y Manuel Marulanda Vélez eran la misma persona, y todavía más, para saber que Marulanda se llamaba de verdad Pedro Antonio Marín. Para la opinión pública, Marulanda desapareció de la prensa al convertirse, bajo el gobierno de Lleras Camargo, en inspector en la construcción de la carretera entre Planadas, Gaitania y El Carmen. Así que ese nombre se perdió de mi pobre mapa escolar, para reaparecer cuando Mariachi asesinó a Charronegro en 1960.
Los nombres propios no son puestos inocentemente. La influencia de la Revolución mexicana en el pueblo era tan fuerte que los guerrilleros cantaban corridos en medio de los combates. También la revolución española inspiró tanto a la derecha como a la izquierda colombianas: Isauro Yosa, dirigente campesino del sur de Tolima, era conocido como Mayor Líster, el célebre general republicano. Y Álvaro Gómez tomó la expresión “república independiente” de los incendiarios discursos de Primo de Rivera contra Cataluña. Manuel Marulanda fue el nombre propio que en 1953 Tirofijo tomó de un dirigente obrero antioqueño muerto en Bogotá a causa de las torturas infligidas por el Servicio de Inteligencia Colombiano (SIC). Su segundo alias, Tirofijo, se origina en el hecho de que, siendo al comienzo de su lucha instructor de polígono, no erraba tiro en el centro de la diana. La fina puntería era para él un principio logístico: ahorrar munición tanto en el polígono como en combate.
Marulanda veía la guerra en su plenitud, estaba al tanto desde los detalles más sencillos hasta las gruesas líneas políticas vinculadas al conflicto armado. Planeaba los combates escrupulosamente; calculaba tiempos, espacios, alturas, aproximaciones, retiradas; en dos minutos podía abortar una emboscada en la que hubiera gastado seis meses de planeación y dos semanas de “puesteo”. O, si las condiciones le eran favorables, podía montar un ataque en 10 minutos para obtener el mejor resultado posible. El general Matallana, uno de sus principales adversarios, decía que la operación Marquetalia tomó a Marulanda por sorpresa. En los diarios de campaña Jacobo Arenas y el mismo Marulanda dicen todo lo contrario: la resistencia había sido planeada desde el primer intento de invasión en el año 1962. Trochas de escape, trincheras, minas, caminos ciegos, caletas de armas y de comida, todo estaba preparado para enfrentar a tiros el intento de liquidar el llamado entonces bloque Sur de los guerrilleros del Tolima. El gobierno de Guillermo León Valencia había tenido éxito en su lucha contra Desquite, Tarzán, Sangrenegra, cuyo cadáver fue exhibido de pueblo en pueblo como escarmiento. A pesar de que los generales sabían que unos y otros eran distintos, buscaban de todos modos “borrar para siempre el criterio que ya se había formado de que (Marquetalia) era el epicentro de la revolución, ya, entonces, comunista de las nacientes Farc”. El “criterio” de que hablaba Matallana era el señalamiento de las zonas de autodefensas campesinas como repúblicas independientes, que para él no revestían el peligro militar que los políticos y Estados Unidos les atribuían. En realidad, eran colonizaciones de campesinos que tumbaban selva para sembrar maíz y fríjol y criar gallinas y cerdos; pero también eran repliegues estratégicos para la resistencia y la ampliación de frentes de guerra. Así se abrieron las selvas del Atá, Riochiquito, El Pato, el Guayabero, el Ariari. Desde estas regiones, durante los años 70 y 80 se regaron las Farc por medio país. Marulanda tenía la inteligencia y la astucia para transformar un repliegue militar en una colonización.
Marulanda, a decir del citado general Matallana, era indudablemente el “jefe más prestigioso” de un conjunto de guerreros —muchos con sangre indígena— formados en las luchas del sur de Tolima y el norte de Cauca: Isaías Pardo, Jacobo Prías Alape, Ciro Trujillo, Jaime Guaraca, Miguel Pascuas, Joselo, Richard, Líster, Solito. Marulanda era considerado por todos ellos un maestro y luchar bajo su mando, una garantía. El poder de Marulanda se basaba en un principio: la disciplina. Sin lugar a dudas tenía un sentido muy agudo de las leyes de la guerra, aprendidas empíricamente, y un carisma militar reconocido desde cuando formó una cuadrilla con sus primos en Génova, Quindío, para defenderse de los conservadores, y buscando defenderse, llegó donde otros primos, los Loaiza, en Rioblanco, Tolima. En pocos meses Tirofijo llegó a hacer parte del Estado Mayor de esas guerrillas. Combatieron como nueveabrileños a la policía chulavita y más tarde al Ejército. Pero pronto se presentaron divergencias insalvables. Marulanda opinaba que las armas conseguidas en combate pertenecían al “movimiento”, mientras que los liberales pensaban que eran de propiedad individual. Vio con toda claridad que el argumento liberal conducía a la perpetuación de las cuadrillas y a la división del movimiento en pequeños feudos clientelistas. Sin duda, detrás de la concepción militar de Marulanda había una mirada ideológica relacionada con la “socialización de los medios de producción” porque la “comunidad” no era sólo de armas sino de recursos logísticos que incluían el cultivo colectivo. En términos militares, la tesis de Marulanda mostró a la larga su eficacia, y las sostenidas por los liberales “limpios” terminaron siendo usadas por el Gobierno contra los “comunes”. Pese a todo, en aquel tiempo Marulanda no aceptaba, aunque los defendiera, ser comunista; se consideraba un liberal que tenía coincidencias con el partido. Inclusive, ya como comandante de las Farc, aclaraba: “el enemigo, los generales, el Gobierno y las oligarquías señalan un supuesto vínculo entre el Partido Comunista y las Farc. Pero ese vínculo no existe. Se trata solamente de coincidencias en la lucha que de todas maneras nos llevarán al acercamiento, mañana o pasado mañana”.
En el tránsito de nueveabrileño a común, lo que Marulanda veía en el comunismo no era sólo una forma de organización militar más fuerte, sino también una ideología que convergía con el gaitanismo que él profesaba. Y en este punto me parece encontrar una de las características esenciales de su personalidad: la decisión de no dejarse matar por liberal encontró en la lucha una causa que rebasaba el enfrentamiento con el Gobierno: la utopía de un mundo justo engendrada en un principio ético. Quienes lo conocieron saben de esa fuerza —casi espiritual— que transmitía en la seriedad de su conversación, en la observación de la disciplina estricta, en la voluntad a toda prueba.
Marulanda era de una sola pieza y era extremadamente exigente consigo mismo. No se permitía excepciones con él. Lo que mandaba se lo imponía y de ahí surgió también un comportamiento ejemplarizante que se volvió un modo de vida de los guerrilleros. Alguna vez pregunté a una guerrillera qué admiraba de sus compañeros; me respondió: “Es que son tan valientes, tan abnegados, tan generosos”. La percepción que tengo de los guerrilleros rasos —aunque también conocí guerrilleros brutales, peligrosos, arbitrarios— coincide con esa opinión. Pienso que ese carácter noble nace en Marulanda y lo tienen la mayoría de sus comandantes. Para ellos, inclusive, por supuesto, para Marulanda, el secuestro y otras atrocidades que condenaban en su fuero interno hacían parte trágica de la guerra, que moralmente tampoco compartían.
Hacia mediados de los años 1970, Marulanda y Jacobo Arenas se dieron cuenta de que la lucha guerrillera no podía continuar atada sólo a los ideales campesinos, sino que se debía elevar el nivel intelectual e ideológico de la guerrilla para poder convertirse en lo que se proponían: la vanguardia de la revolución. Ese cuerpo de comandantes que Marulanda y Jacobo se dieron a la tarea de formar es el que hoy dirige las Farc y que guiará el partido en que se conviertan . A pesar de la cobarde masacre de la Unión Patriótica, Marulanda decía hacia 1990: “Somos conscientes de que el día que podamos participar en unas elecciones amplia y democráticamente, pues lo hacemos. ¡¿Por qué no?! Pongamos por caso que nosotros pudiéramos participar libremente en unas elecciones y lográramos llevar ocho o diez parlamentarios al Congreso. Pues eso le estaría ahorrando al pueblo colombiano esfuerzos y muertes. En esas cosas nosotros no nos enredamos”.

El día que murió “Marulanda”
A finales de mayo de 2008, el entonces miembro del Secretariado de las Farc Timoleón Jiménez apareció en un video anunciando el fallecimiento por muerte natural del máximo comandante y fundador de las Farc. La noticia fue la confirmación de una serie de rumores que corrían en el ámbito de la inteligencia militar.
“Con inmenso pesar informamos que nuestro comandante en jefe, Manuel Marulanda Vélez, murió el pasado 26 de marzo como consecuencia de un infarto cardíaco en brazos de su compañera y rodeado de su guardia personal y de todas las unidades que conformaban su seguridad, luego de una breve enfermedad”, expresó Timochenko.
Jiménez también informó que por unanimidad de la comandancia de las Farc, Alfonso Cano era el elegido para dar continuidad al legado de Marulanda. Ese mismo día se informó que Pablo Catatumbo ingresaba al pleno del Secretariado del Estado Mayor de las Farc.
Farc, de campesinos a estudiantes
En los diarios y la correspondencia de Marulanda se incluye el resumen de sus orientaciones a un pleno del Estado Mayor de las Farc celebrado en noviembre de 1972: “Una de las cosas que deben ocupar a este pleno es la posibilidad de nutrir el movimiento con gente que tenga cierta cultura, para que cuando ya estén adaptados, vean cómo pueden hacer el curso en la escuela (militar) para ver si es posible formar el cuerpo de comandantes, ya que muchos que han recibido el curso no tienen un buen rendimiento por su baja cultura. Por la poca experiencia que tengo, en todos los tiempos el problema nuestro es de cuadros”.
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