NOTAS DE BUHARDILLA
Así como llevaron a las gentes incautas a votar en contra del plebiscito a punta de mentiras y calumnias, ahora las fuerzas de la recalcitrante ultraderecha han iniciado otra campaña feroz, esta vez contra la propuesta de Ley de Tierras, también montada en tergiversaciones y en intimidación.
He conocido el proyecto que el Gobierno pretende presentar a consideración del Congreso y es evidente que hay una campaña de mala fe encaminada a desprestigiar ese estatuto, no con argumentos serios, sino con falsedades. La primera gran falacia con la que el uribismo y esas fuerzas políticas que conspiran agazapadas contra la paz tienen asustados a grandes y pequeños propietarios de la tierra, es que se afectará la propiedad privada. Según la perversa y distorsionada argumentación, lo que se viene es una especie de revolución bolchevique, en la que la propiedad pasará a manos del Estado, de manera que ya no habrá propietarios particulares, sino una caterva de guerrilleros apropiados de lo que no les pertenece.
Esa es una mentira tan gigantesca que parece hasta idiota. Ni eso dice el proyecto, ni el Gobierno se atrevería a tanto. Lo que se persigue sencillamente es formalizar la propiedad rural para que cerca de ocho millones de predios que hoy están en poder de campesinos, pero como simple poseedores, los sigan teniendo, pero en condición de dueños debidamente inscritos en las oficinas de registro. En otras palabras, se trata de que esos nuevos propietarios mejoren sus condiciones legales y físicas para tener derecho a muchas prerrogativas que hoy como poseedores les están vedadas, como acceso fácil al crédito, entre muchas otras.
Al anterior infundio suman el otro de sostener que los 800.000 hogares campesinos que hoy no tienen un centímetro de tierra o la que tienen les resulta insuficiente, van a apoderarse de los terrenos expropiados a los gamonales y terratenientes. Tampoco es cierto, pues el Estado dispondrá de propiedades públicas para que esos miles de desposeídos puedan hacerse dueños y explotar, en su propio beneficio y en paz, predios que no han pertenecido a ninguno de quienes con mezquindades aspiran a que este empeño de reconciliación no arribe a puerto seguro. La cosa no es como la pinta el uribismo, pues en vez de expropiar, lo que va a suceder es que el campo se va llenar de propietarios privados. Lo que les molesta es que seguramente esos nuevos propietarios no van a poder ser sus amigotes paramilitares, que antes azotaron a la indefensa población campesina para privilegiar a los plutócratas de siempre.
Y en esa cadena de artificios, estos pregoneros de desastres que se han opuesto al proceso de paz desde el inicio, y que están al acecho de que también naufrague cualquier negociación con el Eln, están propalando la especie de que las propiedades que les serán expropiadas serán entregadas a las Farc, sin que en el proyecto exista una sola frase o insinuación siquiera menor de que eso pueda llegar a ser posible. Los mecanismos existentes de expropiación por motivos de utilidad pública no sufrirán ninguna modificación en el proyecto que la siniestra ultraderecha aspira a sepultar. Por el contrario, la extinción administrativa de dominio no se ejecutaría por un ente del gobierno, como hoy ocurre, sino por un juez de la República, lo cual fortalece las garantías constitucionales y procesales.
Les ofende a estos insensatos que se reitere el principio universal de que el interés general prevalece sobre el particular, establecido en nuestra Carta Política desde 1936, o que la tierra sea para quien la trabaje. Quieren volver a la Constitución ultragoda y confesional de Núñez y Caro, y por eso están vendiendo el falso cuento de que todo esto es igual a una ley habilitante que impulsó Chávez.
Esta vez no puede ocurrir que ganen los enemigos de la paz, porque de ser así conseguirían de antemano derrotar el compromiso adquirido en La Habana de crear una Jurisdicción Agraria que lleve justicia y reconciliación al campo. Ni un paso atrás.
Adenda. Ojalá se convierta en ley el proyecto que se presentó en el Congreso para acabar con las decadentes corridas de toros.
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