En momentos en que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca abre una nueva etapa en las relaciones internacionales, cada Estado va tratando de reposicionarse. El gobierno británico, después del referéndum que lo obliga a salir de la Unión Europea, trata de conciliar los intereses de su clase dirigente con los del pueblo. Con ese objetivo, la primera ministro Theresa May está explorando opciones contradictorias.
Las cosas nunca son sencillas. El cambio de administración en Washington debería llevar a la erradicación de la Hermandad Musulmana y del conjunto de grupos yihadistas nacidos de esa cofradía. En sólo una semana, el nuevo presidente de Estados Unidos publicó un Memorándum sobre la manera de combatir realmente contra el Emirato Islámico (Daesh) [1]. Sin embargo, los aliados de Estados Unidos no parecen dispuestos a someterse tan fácilmente a ese giro de 180 grados en relación con una política de la que ya han aprendido a sacar ventajas.
El Reino Unido se plantea en este momento diferentes opciones que se le abren con el Brexit: acercarse a la potencia económica en ascenso, que es China, o apostar nuevamente por la alianza anglosajona y conformar un directorio mundial con Estados Unidos. El problema es, por un lado, que los chinos conservan un desastroso recuerdo de la colonización británica y que están mostrando a Hong Kong que no tienen ninguna intención de ir más allá con el acuerdo conocido como «Un país, dos sistemas» mientras que, por otro lado, los estadounidenses quieren reemplazar el imperialismo militar por un renacimiento comercial.
Dado el hecho que Donald Trump no quiso por el momento viajar a Londres, fue la primera ministro Theresa May quien se apresuró a cruzar el Atlántico. En un sorprendente discurso pronunciado ante los congresistas republicanos en Filadelfia, la señora May recordó la historia común que comparten su país y Estados Unidos y la influencia internacional del Commonwealth, para concluir anunciando que está dispuesta a establecer con el presidente Donald Trump una relación similar a la que existió entre Ronald Reagan y Margareth Thatcher, tándem que dominó el mundo occidental en los años 1980.
Durante su encuentro con el presidente Trump, la primera ministra británica fue toda sonrisas. Se felicitó por el acuerdo comercial bilateral que anunció Trump, aunque ese acuerdo no podrá entrar en vigor hasta que el Reino Unido haya salido efectivamente de la Unión Europea, lo cual no ocurrirá antes de uno o 2 años.
Como no está segura de haber sido lo suficientemente convincente, la señora May viajó después a Turquía. Durante su encuentro con el presidente Recep Tayyip Erdogan, la primera ministro británica anunció –por supuesto– un desarrollo del comercio bilateral. Pero, no era ese el verdadero objeto de su visita. Las conversaciones con Erdogan estuvieron dedicadas principalmente a buscar la manera de que Londres y Ankara puedan aprovecharse juntos de la Unión Europea, desde afuera.
Pero lo primero que hizo la jefe del gobierno británico fue felicitar al dictador por haber defendido de manera brillante la democracia durante el abominable intento de golpe de Estado del 15 de julio de 2016, que en realidad fue un intento de asesinato orquestado por la CIA contra Erdogan. Ya en julio, el embajador británico en Turquía fue el primero en cambiar de casaca y celebrar la victoria del «Estado de derecho».
La idea más reciente del Foreign Office consiste en “resolver” el conflicto chipriota otorgando derechos económicos especiales a Turquía. Ankara podría así gozar de las ventajas del mercado común europeo sin ser miembro de la Unión. Esa jugada también permitiría a Londres utilizar ese privilegio para seguir comerciando con la Unión más allá del Brexit. La idea es ciertamente una muestra de astucia, pero no de buena fe, ni tampoco inspira la confianza que la propia señora May exige a Bruselas para negociar el Brexit.
Theresa May expresó inquietud ante el acercamiento entre Turquía y Rusia, surgido a pesar del antagonismo secular existente entre ambas partes. Como la señora May ha entendido que las negociaciones de Astaná no tienen como objetivo conciliar puntos de vista entre los sirios sino permitir a Turquía dar un primer paso hacia Damasco, lo que hizo fue tratar de crear problemas en el seno de la naciente alianza. Desde su punto de vista, el problema no es que Erdogan esté preparándose para abrazar al presidente Assad –después de haberlo combatido durante largo tiempo– sino que lo haga bajo los auspicios del gran rival ruso del Reino Unido.
En cuanto a Siria, Londres podría ayudar en la lucha contra los kurdos si Ankara le entregara el control de los yihadistas –una propuesta que contradice totalmente la que hizo a los estadounidenses. Pero eso no importa, históricamente la «pérfida Albión» siempre ha tenido la costumbre de decir cosas muy diferentes a sus distintos interlocutores para ver con el tiempo lo que funciona y lo que no.
[1] «Donald Trump disuelve la organización del imperialismo estadounidense», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 30 de enero de 2017.
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