Enrique Santos Molano/ EL TIEMPO
Dudo mucho que se les pueda achacar a las opiniones del exalcalde Gustavo Petro y de sus seguidores la culpa de que, al concluir su primer año de gestión, la favorabilidad de la administración Peñalosa haya caído al 14 %.
| 5 de enero de 2017
Cuatro grupos de ciudadanos han iniciado ante la Registraduría Distrital las gestiones para adelantar la recolección de firmas (279.000 en cifras redondas, como mínimo) que permitan convocar a un referendo revocatorio del mandato del alcalde mayor de la capital, Enrique Peñalosa Londoño. De inmediato, los amigos del alcalde, que por supuesto están en su derecho de defenderlo, han iniciado la trivialización de la revocatoria, reduciendo el carácter de la iniciativa a una pugna personal entre exalcalde y alcalde. Así, los partidarios del alcalde Peñalosa atribuyen al exalcalde Petro la inspiración del movimiento revocatorio.
Aunque el alcalde Peñalosa ha declarado que su baja popularidad obedece “a la guerra que me están haciendo los opositores (léase petristas) en las redes sociales”, dudo mucho que se les pueda achacar a las opiniones del exalcalde Gustavo Petro y de sus seguidores la culpa de que, al concluir su primer año de gestión, la favorabilidad de la administración Peñalosa haya caído al 14 %, que lo ubica como el peor alcalde del país, de acuerdo con las encuestas a nivel local y nacional. A nadie le descomponen la imagen a ese grado por lo que se diga en las redes sociales, como tampoco se la componen los publirreportajes, el autobombo ni el trato benévolo de los medios. Es la percepción ciudadana acerca del manejo que se le está dando a los asuntos de la urbe lo que marca en el medidor de popularidad o impopularidad del gobernante.
Mi querido amigo Víctor Manuel Ruiz pregunta desconcertado en su columna de este diario (4 de enero del 2017) “cuál será la argumentación concisa, puntual, legalmente sustentada e irrefutablemente probada, de las razones en que fundamentan el pedido revocatorio de un funcionario que a ojos vistas está haciendo bien su tarea”. Se le puede responder que “a ojos vistas” vemos un descontento general con la tarea que el alcalde Peñalosa no está haciendo nada bien y que ha suscitado un movimiento cívico para promover su revocatoria.
El primer argumento en tal sentido es la obstinada manía peñalosista de engañar y mentirles a los bogotanos. En su exitosa campaña electoral de 1997 prometió que sería recordado como el alcalde que hizo el metro de Bogotá (la primera línea, se entiende), pero a la hora de la verdad metió gato por liebre y en vez de metro zampó el TransMilenio por una vía que no era la adecuada para ese tipo de transporte. Les hizo creer a los bogotanos que su gestión en la alcaldía se tenía en el mundo como un paradigma de buena administración y que TransMilenio resolvería para siempre el problema de movilidad en Bogotá. Nada de eso resultó cierto. TransMilenio por la Caracas ha sido un desastre. Si Víctor Manuel se da un paseo por esa troncal, bien sea en los buses o en automóvil por las paralelas, podrá comprobar que las calzadas de TransMilenio se encuentran cuasi colapsadas, y que su reparación eficaz tendrá un costo que asusta. Aparte del que ya han tenido y seguirán teniendo las encantadoras losas de relleno fluido.
En la lujosa revista de autopromoción que publicó con el título de ‘Bogotá, lista para la gran transformación’ se dedica un capítulo al metro elevado que comenzará a construirse (¿será?) en el 2018. Y se gasta una página ilustrada en mostrar cómo el metro elevado existe en las principales ciudades del mundo (París, Dubái, Santiago, Berlín, Nueva York, Río de Janeiro, etc.), dejando la sensación de que esas ciudades utilizan el metro elevado como componente principal de su sistema masivo de transporte, cuando en la realidad, y en ninguna de ellas, el metro elevado ocupa más del cinco por ciento de las líneas, que son subterráneas en un noventa y cinco por ciento. ¿No hay aquí un modo de engaño? También dice el alcalde Peñalosa: “La diferencia entre este metro y todos los anteriores es que este SÍ se va a hacer”. Eso mismo dijo en 1997. ¿Por qué no lo hizo entonces, que era más barato y contaba con óptimos estudios de factibilidad? Un parrafito que llena de dudas en lo pertinente al metro elevado reza: “La alcaldía de Enrique Peñalosa le metió el acelerador a fondo. Y si todo marcha como está previsto, el metro comenzará a construirse en 2018 y entrará en funcionamiento en 2022”. ¿Y si todo no marcha como está previsto, nos contentaremos con el TransMilenio? Por otra parte, cuatro años para construir una modesta línea de metro elevado, cuando en Panamá, en los mismos cuatro años, hicieron dos líneas de metro subterráneo, nos susurran que, en algún momento, no todo le saldrá al metro elevado como está previsto.
El segundo argumento para promover la revocatoria es el de que en su exitosa campaña electoral del 2015, Peñalosa aseguró que haría el metro subterráneo de Bogotá, y nunca dijo que pensara hacerlo elevado, vender la ETB, feriar las acciones de la EEB, urbanizar la reserva ecológica Van der Hammen y construir una troncal en la carrera 7.a.
Muchos ciudadanos pensamos que el metro elevado, suponiendo que se haga, será una obra costosa e inútil. No contribuirá a la mínima solución de los problemas de movilidad de pasajeros en Bogotá, dañará el paisaje urbano y desvalorizará los terrenos por donde pase, como sucedió con las propiedades que están a lado y lado del TransMilenio en la Caracas. Pensamos que convertir la carrera 7.a en una troncal de TransMilenio replicará por cien el desastre de la Caracas y provocará un caos inimaginable. No entendemos por qué se desistió de la indispensable troncal de la avenida 68 para optar por la innecesaria y dañina troncal por la 7.a.
Creemos que urbanizar la reserva ecológica Van der Hammen arruinará uno de los pulmones que le quedan a Bogotá. El argumento insensato de que no hay tal reserva sino un potrero sin árboles, precisamente debe determinar el siguiente paso: llenar de árboles la reserva y crear las condiciones para convertirla en un parque ecológico monumental, único en América.
Tenemos además la convicción, sustentada en los estudios ya realizados en años anteriores, y aprobados por las instancias técnicas y económicas, más la experiencia asentada en las grandes capitales, de que el metro subterráneo es la solución real para el problema de movilidad masiva de pasajeros en Bogotá. Sostenemos finalmente que vender los bienes de la ciudad es el peor negocio para nuestra capital. Como decía el presidente Eustorgio Salgar (1870-1872), “el que vende sus bienes se empobrece”.
No puedo, en una columna de prensa, exponer esos argumentos con la amplitud que razonablemente exige mi amigo Víctor Manuel. Supongo que en el curso del proceso habrá los debates necesarios, e intensos, en los que los promotores y los contradictores de la revocatoria expondrán cada uno ‘in extenso’ sus motivos, con tanta claridad que les permita a los ciudadanos tomar una decisión justa en el momento de decir sí o no a la remoción del alcalde Enrique Peñalosa. Siempre pensando en qué es lo mejor para Bogotá y para los bogotanos, y no en rivalidades infantiles ni en tontos personalismos.
Enrique Santos Molano
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