Por Antonio Caballero, revista semana.
Por lo menos, que no les tomen en serio su pretensión de seguir fungiendode propietarios de los 6 millones de votos del No. no lo son
Qué raro. ¿Por qué todavía ningún avivato se ha atribuido la representación de los verdaderos ganadores del plebiscito, que son los abstencionistas? No sería más fraudulento su reclamo que el de quienes se autodesignan voceros del No. Solo sería, eso sí, igualmente fraudulento.
Como también lo sería que por ejemplo yo, que voté Sí, y desde esta columna pedí el voto por el Sí, me proclamara ungido por todos los votantes del Sí para hablar en su nombre. No lo hago, porque, a diferencia de los usurpadores del No, no soy tramposo.
Sí lo son ellos: el expresidente Uribe, el exprocurador Ordóñez. No es ninguna sorpresa: ya han hecho trampa otras veces. Ordóñez cuando se hizo reelegir procurador general trapaceramente, a cambio de premiar con nombramientos para sus parientes a los senadores que lo eligieron y a los magistrados de la corte que ternaron su nombre para el cargo. Uribe cuando se hizo reelegir a la Presidencia ilegalmente, quebrándole un articulito a la Constitución a cambio de un soborno por el cual están presos dos de sus exministros. Tanto Ordóñez como Uribe compraron sus respectivas reelecciones: para cada cual, cuatro años de usufructo ilegítimo del poder. Pero por lo menos algo pagaron por ellas. Aunque no con fondos propios, sino a cargo del erario. Muy feo y turbio, sin duda, muy sucio: ellos mismos sabían que tenían que dar algo a cambio, incluida la cárcel de los incautos exministros. Pero su apropiación del No de 6 millones de votantes es puro raponazo. Desde aquí grito: ¡Cójanlos! ¡Cójanlos!
Pero no creo que los cojan. Y si los cogen, estoy seguro de que los sueltan de inmediato.
Pero bueno: por lo menos, que no les tomen en serio su pretensión de seguir fungiendo de propietarios de los 6 millones de votos del No. No lo son. Ni siquiera en ese manguiancho sentido de la presunta “buena fe” con que los uribistas y Ordóñez defienden a los despojadores de tierras en las regiones del paramilitarismo. Tal vez se pueda reconocer a Uribe como representante de los tres huevitos que está empollando para la Presidencia, Óscar Iván, Iván, y Holmes: con su titiritero ventrílocuo ya serían cuatro. Marta Lucía no habla en nombre de nadie, pero habla y habla y habla: pongamos que eso suma tres. ¿El terco exministro Jaime Castro? Si suma uno, ya es mucho. ¿Y en nombre de quién habla Ordóñez? ¿De Dios? Sinceramente, no lo creo. En cuanto a los pastores de las Iglesias llamadas cristianas, los que reclaman ahora vocería son cuatro o seis. Pero de religiones de garaje hay en Colombia más de 7.000. ¿A cuántas representan?
Pasando de la indignación ante el abuso a la exposición serena de la tergiversación, hay que recordar que a lo que se nos llamó a los ciudadanos el 2 de octubre fue simplemente a votar Sí o No a los acuerdos pactados entre el gobierno y las Farc: no a redactarlos. Su configuración final, como su discusión previa, corría por cuenta de las dos partes que negociaban en La Habana: la delegación del gobierno y la delegación de las Farc. Y esas dos delegaciones tenían, ellas sí, la representación de sus mandantes: por un lado, las mayorías electorales que hace dos años reeligieron presidente a Juan Manuel Santos con el mandato explícito de buscar la paz, derrotando la propuesta de continuación de la guerra del candidato del uribismo; por el otro, la tropa guerrillera que respalda a sus jefes del secretariado en la mesa de negociaciones, y que aprobó el acuerdo en la conferencia mantenida en los llanos del Yarí hace dos meses.
Así que tienen toda la razón los negociadores Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo cuando dicen que el nuevo acuerdo, reformado en sus carnes sobre el esqueleto del rechazado hace mes y medio en el plebiscito, es ya inmodificable. Su refrendación, o su rechazo, no está en las manos de un par de testarudos avivatos. Y quedará protocolizada en las próximas elecciones.
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