A veces sirve. No siempre la escandola de las redes sociales es inoficiosa. Ocasionalmente funge como catarsis, alerta temprana o repositorio de los signos de nuestra época.
Por: Mario Morales
Es lo que está pasando a raíz de narrativas violentas y piezas publicitarias ofensivas, cínicas y oportunistas que delatan lo que piensa y cómo ve esta sociedad enfermiza a sus mujeres.
No obstante que ya están retiradas, esas cuñas que hablaban de Transmilenio como lugar seguro para negocios (y como cosa de hombres), y para chismes (como cosa de mujeres) no parecen ingenuas o como errores de percepción. La intencionalidad, como sucedió con la aerolínea y su imaginario de las mozas, es evidente en la idea de notoriedad, debate público y conocimiento de las marcas, aun a precio de la reputación.
¿A qué le apuntan? A prejuicios instalados, arquetipos repetidos por generaciones, es decir, a memoria colectiva que hace parte de la mentalidad adulta de esta sociedad que de dientes para fuera dice condenarlo, pero lo acepta y pone en práctica porque hace parte de su educación sentimental. Cinismo y efectismo en bruto.
Lo más grave es la legitimación de esos prejuicios aberrantes que de esa manera tienden a “normalizarse” y a normalizar narrativas paralelas, periodísticas y digitales, en las que la mujer y su cuerpo no solo son objetuales, sino que están al servicio de la instintividad machista que nos caracteriza.
Golpizas de futbolistas, confesiones de candidatos presidenciales, empalamiento de adolescentes, amenazas a jugadoras que cambiaron de divisa y cuñas estigmatizantes se refuerzan entre sí y generan el ambiente para que pasen desapercibidos hechos como la violación de una mujer cada hora, en promedio, como dice ONU.
No es suficiente con arrepentimientos tempranos y convenientes, como los del jugador y creativos. Debe haber acciones concertadas: educación enfocada en la primera infancia que es cuando se forman los prejuicios; castigos ejemplares a victimarios, y el resto de esta sociedad cómplice a terapias de choque.
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