Estos políticos llenos de peros han sido los mismos políticos de siempre, de 1982 a 2016, y los procesos de paz con las Farc han fracasado en sus narices.
Por Ricardo Silva Romero. | 27 de octubre de 2016
Se me ha pedido de buena manera que no le diga al exprocurador Ordóñez “el destituido”, sino “el deselegido por incurrir en actos de corrupción”. No pierdo más el tiempo en calificativos porque es hora de preguntarse en qué lugar –y responderse “en la Colombia aturdida por el plebiscito”– se gradúa de interlocutor legítimo a un político recalcitrante que no solo no ha sido elegido en las urnas, sino que ha salido de su lagarteado cargo por nombrar en la Procuraduría a familiares de sus electores. Es importante recordar que estamos hablando del ladino defensor de una moral de puertas para afuera que ha hecho una carrera a punta de denunciar –lo hace en su tratado turbio Ideología de género– un complot de los defensores de los derechos humanos para lograr el acabose: la despenalización de la pederastia, el matrimonio zoofílico, el fin de la patria potestad.
Y es revelador que, ahora que en apenas cincuenta días ha pasado de ser un procurador moralista a ser un oportunista de la ultraderecha –mientras la ultraderecha sea lo que puede darle votos–, ruegue por la unidad de los líderes del “no” como si el “no” fuera uno de los dos partidos tradicionales.
Es revelador: es un recordatorio de que la nostálgica clase dirigente que nos ha tocado en suerte fue educada en el bipartidismo –en el cinismo, la paranoia, la exclusión del bipartidismo–, pero al mismo tiempo nos impide olvidar que estos políticos llenos de peros han sido los mismos políticos de siempre, de 1982 a 2016, y los procesos de paz con las Farc han fracasado en sus narices, y el país ha estado perdiendo la esperanza de que la vejez les traiga a ellos –a sus líderes– cierta cordura, cierta culpa. En agosto de 1987, cuando Ordóñez era un concejal conservador que declaraba que “las autodefensas se ajustan a las normas de la moral social”, Santos, Pastrana, Uribe, Gaviria, Samper, De la Calle y Vargas Lleras ya tenían un lugar en la mesa: y tendrían ya que ser viejos en el buen sentido de la palabra.
Yo voto por los viejos: no estoy echando a nadie que esté haciendo bien su trabajo, sino recordando que la gracia de la vejez es la reconciliación, el hábito de llegar a acuerdos, la resignación a la ley como punto de encuentro de las sociedades fragmentadas, la sospecha de que es mejor hacerse a la idea de que existen los demás, el relato de la Historia que siempre viene al caso, la convicción de que es cuestión de tiempo para que a todos nos pase lo mismo. No el silencio del expresidente Gaviria, cabeza del “sí”, luego del fracaso olímpico de su campaña para el plebiscito. No el ruido entorpecedor del expresidente Uribe, señor del “no”, que aún es ese populista que ha hecho su carrera a punta de vaticinarle a Colombia el populismo. No el llamado trasnochado de Ordóñez a la unidad del “no” frente al “sí”.
Que le agradece uno que quiera ponerle cara a la derecha, sí –porque cuando no la ha tenido ha sido peor–, pero ni siquiera en los días violentos del bipartidismo se llegó a considerar suficiente punto en común un monosílabo.
Qué pasará por la cabeza de un hombre de estos: ¿una conspiración judeo-masónica?, ¿el 2018?, ¿el poder?, ¿la Historia?, ¿la gloria?, ¿todas las anteriores? Qué tanto le interesará que no haya corrupción ni haya violencia. Qué tanto le preocupará el estado de nuestra justicia. Qué tanto querrá librar de los vicios y los equívocos de los últimos treinta años a los políticos que vienen detrás. Cómo conseguirá seguir sordo ante la gente que le grita “por favor: que no nos maten”, e impune ante sí mismo. Quizás no esté dispuesto él a que el clímax de su carrera sea el desarme del país, pero en su generación tiene que haber políticos “viejos” que se resignen a ese buen final.
Y es revelador que, ahora que en apenas cincuenta días ha pasado de ser un procurador moralista a ser un oportunista de la ultraderecha –mientras la ultraderecha sea lo que puede darle votos–, ruegue por la unidad de los líderes del “no” como si el “no” fuera uno de los dos partidos tradicionales.
Es revelador: es un recordatorio de que la nostálgica clase dirigente que nos ha tocado en suerte fue educada en el bipartidismo –en el cinismo, la paranoia, la exclusión del bipartidismo–, pero al mismo tiempo nos impide olvidar que estos políticos llenos de peros han sido los mismos políticos de siempre, de 1982 a 2016, y los procesos de paz con las Farc han fracasado en sus narices, y el país ha estado perdiendo la esperanza de que la vejez les traiga a ellos –a sus líderes– cierta cordura, cierta culpa. En agosto de 1987, cuando Ordóñez era un concejal conservador que declaraba que “las autodefensas se ajustan a las normas de la moral social”, Santos, Pastrana, Uribe, Gaviria, Samper, De la Calle y Vargas Lleras ya tenían un lugar en la mesa: y tendrían ya que ser viejos en el buen sentido de la palabra.
Yo voto por los viejos: no estoy echando a nadie que esté haciendo bien su trabajo, sino recordando que la gracia de la vejez es la reconciliación, el hábito de llegar a acuerdos, la resignación a la ley como punto de encuentro de las sociedades fragmentadas, la sospecha de que es mejor hacerse a la idea de que existen los demás, el relato de la Historia que siempre viene al caso, la convicción de que es cuestión de tiempo para que a todos nos pase lo mismo. No el silencio del expresidente Gaviria, cabeza del “sí”, luego del fracaso olímpico de su campaña para el plebiscito. No el ruido entorpecedor del expresidente Uribe, señor del “no”, que aún es ese populista que ha hecho su carrera a punta de vaticinarle a Colombia el populismo. No el llamado trasnochado de Ordóñez a la unidad del “no” frente al “sí”.
Que le agradece uno que quiera ponerle cara a la derecha, sí –porque cuando no la ha tenido ha sido peor–, pero ni siquiera en los días violentos del bipartidismo se llegó a considerar suficiente punto en común un monosílabo.
Qué pasará por la cabeza de un hombre de estos: ¿una conspiración judeo-masónica?, ¿el 2018?, ¿el poder?, ¿la Historia?, ¿la gloria?, ¿todas las anteriores? Qué tanto le interesará que no haya corrupción ni haya violencia. Qué tanto le preocupará el estado de nuestra justicia. Qué tanto querrá librar de los vicios y los equívocos de los últimos treinta años a los políticos que vienen detrás. Cómo conseguirá seguir sordo ante la gente que le grita “por favor: que no nos maten”, e impune ante sí mismo. Quizás no esté dispuesto él a que el clímax de su carrera sea el desarme del país, pero en su generación tiene que haber políticos “viejos” que se resignen a ese buen final.
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