Por Joaquín Robles Zabala (*)
A Sergio Urrego no lo mataron las burlas ni el acoso de sus compañeros de curso, sino el grito de una sociedad enferma que ve la figura de la bestia en todas partes.
“Tarado es usted, comunista de mierda. Tarada es esa ministra machorra que usted defiende”, escribió una señora a mi cuenta de correos el miércoles pasado. La iracunda dama hacía referencia a mi artículo anterior, “Un país de camanduleros”, en donde reflexiono sobre las multitudinarias marchas que se llevaron a cabo en todo el territorio nacional por unas cartillas del Ministerio de Educación que buscan evitar el matoneo en las escuelas por motivos de identidad de género y otros prejuicios que aún no hemos podido superar.
Por el tono agresivo de la nota, por las reiteradas citas bíblicas, se puede deducir que es una mujer de camándula en mano y rodillas al piso, pero, sobre todo, una defensora a ultranza de un machismo endémico. “Primero entra un elefante por el ojo de una aguja que un homosexual al reino de los Cielos”, cita en un aparte del texto. “Dios no hizo a dos hombres ni a dos mujeres sino a un hombre y a una mujer”, explica en otro. “La homosexualidad es contra natura. Es una aberración y un pecado ante los ojos de Dios”, afirma. Y continúa así a lo largo de una cuartilla, citando apartes de ese conjunto de novelas que se escribió hace más de 3.000 años.
No deja de ser curioso creer que respetar los derechos de los homosexuales a expresar su condición te convierte necesariamente en uno. Es como creer que la defensa de las minorías étnicas es solo un asunto de las personas que las integran, o que la muerte de más de 7.000 niños en La Guajira solo les compete a los guajiros y a sus autoridades.
Si así fuera, el campo de acción femenino en la sociedad seguiría siendo hoy la cocina, la cama y el cuidado de los niños porque “la mujer debe estar subordinada a su marido así como la Iglesia está subordinada a Dios” [Efesios 5:22]. Es como creer que los negros solo sirven para realizar labores físicas porque la estructura de su cerebro nos le permite ir más allá. Es como afirmar que el 80 % de los colombianos son pobres porque no les gusta trabajar. Decir semejantes babosadas es creer que hay un orden natural de las cosas, que todo ha sido establecido, como lo creían los antiguos griegos, por una fuerza superior y, por lo tanto, solo nos queda seguir el camino sin pensar en modificarlo.
Creo que a la señora le importa un comino cuántos niños se mueren de hambre en Colombia a lo largo del año, cuánto son violados por los representantes de la Iglesia que tanto defiende, cuántos trabajan en la calle como adultos y cuántos son explotados por aquellos que se oponen a que sean adoptados por “anormales”. Le vale un huevo que sean pobres, que sean reclutados por los grupos al margen de la ley, que se mueran de enfermedades prevenibles como las gastrointestinales, que tengan como cama la orilla de un andén o se tomen el transportes urbano para vender dulces. Lo único que le importa a esta señora es que no tengan dos papás o dos mamás, que no les vayan a enseñar en la escuela esa vaina de la tolerancia y el respeto por las minorías, que los junten con “maricas” porque ese comportamiento se pega como la gripa, o que los pongan a leer esas cartillas raras donde se dice que el sexo de hombre con hombre y de mujer con mujer es normal.
Y es que para esta señora los maricas dan asco, como lo expresó el senador Roberto Gerlein, pues su comportamiento va en contravía de la moral y las buenas costumbres sociales. Son como una peste, como una enfermedad que hay que erradicar. No hay duda de que Colombia es un país de homofóbicos, pero, sobre todo, un país de una sola verdad, una verdad contenida en un solo libro [o, mejor, en un conjunto de libros] que relata historias tan fantásticas como las contenidas en la saga de Harry Potter.
Cuando esa única verdad se sazona con política, el resultado es un río de sangre que justifica cualquier otra acción. Lo que ha venido pasando en los últimos meses en el país es una muestra de ello: una lucha por imponer una sola mirada sobre el futuro de Colombia, sobre el futuro de cada uno de los ciudadanos. De tanto repetirse una y otra vez se ha llegado al convencimiento colectivo de que lo que se afirma es una verdad sin matices, pues en el caso de las cartillas se parte de la orientación sexual de la ministra: blanco es y frito se come, grita la masa.
Pero el asunto, aunque muchos no quieran entenderlo, ni les interese, es político. Es el relato del “Pastorcito mentiroso” pero a la colombiana: de tanto gritar “ahí viene el lobo” hemos interiorizado profundamente la figura de la bestia que alcanzamos a verla aunque no esté.
A Sergio Urrego, el chico que se lanzó desde el piso superior de un centro comercial bogotano al frío pavimento de la calle, no lo mataron las burlas ni el acoso de sus compañeros de curso, sino el grito de una sociedad enferma que ve la figura de la bestia en todas partes. El lobo de hoy no es el mismo del cuento, es un señor que funge de procurador, es una señora que va todos los domingos a misa, que reza hasta quedarse dormida, pero que es incapaz de comprender un poco al vecino, son los miembros del Centro Democrático, maestros en defender mentiras gigantes sin arrugarse, son aquellos que creen que votando ‘No‘ al plebiscito el país alcanzará la paz que todos anhelamos, son todos los que luchan a diario para que todo siga igual, para que Colombia siga navegando cuesta abajo en su Río Estigia, donde vemos pasar a toda hora la gigantesca y aterradora figura de Caronte en su barcaza.
* Twitter: @joaquinroblesza - Email: robleszabala@gmail.com - Docente universitario.
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