Con el asesinato de los periodistas de Charlie Hebdo se ha desencadenado una furiosa reacción contra el terrorismo que corre el riesgo de ser transformada por los halcones de siempre en un clima de guerra contra el infiel.
Por: Alfredo Molano Bravo
Una constante histórica que comienza sindicando de solidaridad —cuando no de colaboración— a toda voz que trate de explicar o comprender el hecho. Sucede aquí en Colombia y a lo largo de toda nuestra historia lo mismo con la lucha armada: quien ose una explicación sobre ella es un guerrillero escondido. Y de ahí para adelante la cosa se deja en manos de los “enemigos agazapados”.
El Gobierno afirma que paramilitares no hay porque le entregaron las armas a Uribe; que tampoco hay Águilas Negras, ni Rastrojos, ni Urabeños, porque las fuerzas del orden combaten a todos estos grupos armados que los militares, para borrar toda salpicadura, bautizaron con el nombre de bacrimes. El santanderismo de siempre. Basta cambiarles de nombre a las cosas para que ellas desaparezcan.
Pero la historia es más tozuda que las declaraciones de los gobernantes. ¿Cuántas veces los chulavitas y los pájaros no han sido declarados liquidados sólo para que esas mismas fuerzas, con la misma función y con otros nombres, vuelvan a hacer su trabajo? La dualidad de cuerpos armados legales e ilegales parecería ser necesidad absoluta para mantener un orden cuyo fundamento es la desigualdad y la exclusión. Son verdaderas formas de lucha para conservar la sartén por el mango. No se confiesan, simplemente se usan y se atribuye su origen a quienes han sido catalogados como enemigos de la patria. El arte de birlibirloque.
El uso de todas las formas de lucha hace parte de la médula del sistema. Las guerrillas no han hecho más que copiarlas. Lo que se está negociando en La Habana es la renuncia a la vía armada por parte de las Farc. O mejor, la dejación de armas definitiva para convertirse en partido. Las negociaciones han podido avanzar sobre la base de la voluntad de paz de las partes y no ha sido fácil poner sobre la mesa hechos que la confirmen, tanto de un lado como del otro. El compromiso de romper totalmente con los vínculos con la coca y con la extorsión son evidencias no sólo de la fuerza que las Farc tienen, sino de su intención de dejar las armas. El cese al fuego unilateral y condicionado que han decretado en diciembre, y que sostienen, parece permitirle al presidente Santos negociar el desescalamiento de acciones armadas, que no es otra cosa para los insurgentes que un paso en el proceso de dejación de las armas. Con sólo pronunciar la palabra ya cayeron rayos y centellas: el ministro de Defensa, el uribismo en pleno, los militares retirados y los godos calaron bayonetas. El señor Pinzón dentro del Gobierno es una especie de vocero de los defensores acérrimos de la capitulación de las guerrillas. O, para decirlo de otra manera, de todas las formas de lucha, incluida la tercera. No es un secreto que las manzanas podridas son una trinchera del paramilitarismo que los sectores más retardatarios alientan y justifican. Y ahí está el peligro. El Gobierno lo sabe, pero no tiene el poder suficiente para cortar de tajo el vínculo entre manzanas podridas y paramilitares. Darle fuelle a ese matrimonio es la estrategia de los enemigos agazapados con los que Santos no ha podido transar y la prueba es que el ministro de Defensa reta, con desenfado y cinismo, toda declaración del presidente que no le gusta a Uribe. No demorará el general Flórez, que representa al Gobierno en la comisión que estudia el cese al fuego bilateral, en tener problemas con Pinzón, que busca ser el candidato a la Presidencia de todas las formas de lucha, incluida la tercera.
Alfredo Molano Bravo | Elespectador.com
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