Será tal la desesperación en que nos tienen, que han logrado el milagro de hacer parecer a Ernesto Samper como el más ponderado de todo ese club de muebles viejos.
Ni el expresidente Uribe, ni el expresidente Pastrana, ni el expresidente Gaviria quieren convertirse en muebles viejos, como bien lo sentenció hace unos años otro exmandatario, Alfonso López Michelsen. Él decía que los expresidentes debían ser como los muebles viejos a los que “se les tiene cariño, pero no se sabe dónde ponerlos”.
Los tres se han declarado en rebeldía: ninguno de ellos se sientecomo un mueble viejo; ninguno quiere pasar a sus cuarteles de invierno y, por el contrario, han decidido utilizar lo que les queda de poder para volver a la adrenalina que producen los reflectores en lugar de asumir la viudez del poder con la altura y la discreción que les exige su investidura.
El caso del expresidente Uribe es el más elocuente. En lugar de retirarse a sus aposentos, decidió regresar a la arena de la política vestido de senador y empuñando la bandera de un movimiento político hecho a su imagen y semejanza. En su nuevo papel de opositor acusa al gobierno de Santos de cometer todas las patrañas que él mismo utilizó para partirle el pescuezo a la Constitución y sacar adelante su reelección. El presidente de la yidispolitica, del carrusel de notarías y de puestos a cambio de los votos para su reelección, es ahora el defensor de la transparencia y el adalid de la lucha contra la corrupción. Ahora hasta le gustan las víctimas y las reconoce.
Pero tal vez su faceta más lamentable es la pretensión de que para que las instituciones funcionen hay que volver a reinstaurarlo en el poder. Sobre esa premisa, abiertamente antidemocrática, ha construido una oposición que ni siquiera reconoce la autoridad del presidente elegido por los colombianos. Convenció en mala hora a su movimiento que no asistiera a la posesión de Santos dando a entender que su ascenso al poder era espúreo y su discurso basado en el odio y en la descalificación no le permite a ninguno de los uribistas abordar los grandes temas de reconciliación que se están ventilando en el país. En el uribismo pensar en el posconflicto es una herejía. Uribe los tiene condenados a hacer política con esa camisa de fuerza que los avergüenza porque los hace aparecer ante el país como títeres de un expresidente atormentado.
Al expresidente Andres Pastrana le pasa algo peor: no tiene ni la quinta parte de la ascendencia que sí tiene el expresidente Uribe en la vida nacional, pero actúa como si fuera el gran líder de la Nación. En realidad el expresidente Pastrana perdió hasta su influencia en el Partido Conservador y desde hace un tiempo su discurso errático está movido más por peleas personales que por disputas éticas o ideológicas que valgan la pena. Su némesis es el samperismo, al que acusa de haber ensuciado la política porque la campaña de Ernesto Samper recibió dinero del cartel de Cali, pero no le importa sentarse en la misma orilla de José Obdulio Gaviria, de quien denigró una y mil veces enrostrándole que él nunca estaría al lado del primo hermano de quien lo había secuestrado. Pero ahí está.
Sin duda su peor momento lo tuvo hace poco cuando salió a los medios de comunicación a armar una pataleta porque le cambiaron al jefe de su escolta en la Policía y se atrevió a compararse con Luis Carlos Galán, a quien días antes de su asesinato le cambiaron su jefe de escolta que luego resultó vinculado al crimen. Con todo el respeto que me merece el expresidente Pastrana, su alharaca fue desproporcionada y sobre todo, indigna de su investidura. Si tuviera el aplomo que le falta, debería ofrecernos disculpas a los colombianos por aguantarnos sus pataletas.
Lo mismo debería hacer el expresidente César Gaviria, un exmandatario que a diferencia de los demás, ha dado muchas batallas importantes, lejos de mezquindades y de egos enfermizos. O al menos lo hizo hasta que su hijo Simón se metió a la política y al mismo partido. Desde ese momento al expresidente se le cambiaron sus prioridades y se le cruzaron los cables. Uno quisiera verlo pensando los grandes temas de este país, y no enfrascado en minucias burocráticas o defendiendo candidatos con hojas de vida impresentables como lo hizo con Gilberto Rondón. Sus rabietas no tienen justificación y empobrecen la política. Pero, además, demuestra que su añoranza por los reflectores lo tiene más preocupado que el porvenir de su partido y el país.
El periodista español Ignacio Camacho afirma que mientras en Estados Unidos los expresidentes fundan su propia biblioteca y se desentienden por completo de la política para no estorbar a sus sucesores, en España procuran influirlos con consejos que no les piden sin entender que la primera obligación de un heredero es cumplir el mandato freudiano de liquidar al padre. Aquí, en cambio, solo dan lora. Y tal será la desesperación en que nos tienen, que han logrado el milagro de hacer aparecer al expresidente Ernesto Samper como el más ponderado de todo ese club de muebles viejos. Las vueltas que da la vida.
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