En el contexto post-electoral está ocurriendo un fenómeno político que hay que apreciar de manera precisa. Se está redefiniendo, para el escenario post-conflicto, el nuevo encuadramiento político bipartidista. Algo así como una versión re-encauchada del Frente Nacional. Los signos de esta metamorfosis abundan.
A comienzos de Julio, Santos convocó una conferencia sobre la “Tercera Vía y la Paz”. Con este evento, Santos intentó reforzar la imagen de un presidente de “centro-izquierda”, para encubrir el afán de lucro, lo único que motiva a la Tercera Vía, ese aborto mutante de la social-democracia neoliberalizada que terminó propiciando algunas de las aventuras imperialistas más devastadoras del último tiempo [1] . Esa imagen es parte del nuevo bipartidismo que se ha generado desde la segunda vuelta electoral, en la que la izquierda fue fagocitada en el voto a Santos y la “oposición” pasó a ser el uribismo. Oposición por lo demás espuria, puesto que salvo ciertos énfasis, están de acuerdo en lo fundamental tanto en lo político como en lo económico. Codeándose con la “izquierda” buena y racional del mundo (Felipe González, Ricardo Lagos, Fernando Cardoso, Tony Blair y Bill Clinton), Santos intenta mostrarse como un hombre reformista pero realista, un estadista respetado internacionalmente, capaz de conducir a Colombia por el camino de la paz y de la “prosperidad para todos”. De paso, Clinton y Blair aprovecharon de apoyar la paz en los términos de Santos –paz minimalista, exprés, con injusticia social- y respaldaron al mandatario colombiano en su negativa al cese al fuego con las insurgencias durante el período de negociaciones como una manera de acelerar la firma de un acuerdo lo más estrecho y limitado posible, que ojalá no toque en lo absoluto las causas estructurales del conflicto y de la acumulación desmedida de capital [2] . Los laboristas ingleses y los demócratas yanquis pueden firmar todas las carticas que quieran llamando al cese al fuego, pero la voz que ronca, sus jefes políticos, ya dejaron sentada su posición: no al cese al fuego. Esa es la posición que define y se encargaron de decirla en Colombia para que no queden dudas al respecto.
Dos semanas después viajó a Brasil para participar en la conferencia de los BRICS (el bloque económico emergente, liderado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), donde recibió espaldarazos ni más ni menos que de Vladimir Putin y posó para la foto junto a los países que hoy disputan la hegemonía económica a Estados Unidos [3] , a la vez que sigue impulsando la Alianza del Pacífico junto a los cachorros nostálgicos del Consenso de Washington (Perú, México y Chile). El “presidente de la paz” tiene una gran capacidad para aparecer como cualquier cosa dependiendo del auditorio. Ante la izquierda, aparece con una rama de olivo en la mano. Ante los militares y sus áulicos, aparece como el presidente que más duro ha confrontado a las FARC-EP, con las cabezas sanguinolentas de Alfonso Cano y del Mono Jojoy en sus manos. Ante la “comunidad internacional” y sus multinacionales, aparece diciendo que en realidad con la paz nada va a cambiar, ofreciendo a cualquier postor los recursos, la infraestructura, los servicios y la mano de obra del país, mostrándose como el fiel continuador de la política de “seguridad inversionista”. Casi que uno se siente tentado, ante semejante camaleón, a decir que Santos trata de ser todo y que a la vez es nada. Pero nada más lejos de la realidad. Santos es solamente una cosa y acá nadie puede engañarse: es un firme defensor del status quo, un firme defensor de los intereses de la clase a la que representa, la fracción lumpen-burguesa intermediaria transnacionalizada de la oligarquía.
Esto no cambiará aunque le duela a algunos izquierdistas que creen que Colombia es una excepción a la regla universal de la lucha de clases. Que bajo el manto de la paz caben todos los ciudadanos de buena fe. Algunos izquierdistas, esos que no votaron en la segunda vuelta con tanto asco sino que con calculadora en mano (para no hablar de los que mostraron la careta santista incluso en la primera vuelta presidencial), incluso, se han hecho ilusiones con ser parte del “gobierno de la paz”. Sacan cálculos alegres, fantasean con verse en algún ministerio, en alguna oficinita, o por qué no, como comisionados de paz… creen que la “apertura política” significa que el establecimiento les abra un huequito en el podrido edificio del Estado narco-paramilitarizado. Mueven la colita, se entusiasman, tratan de demostrar que tienen capacidad para controlar las pasiones populares, la movilización social de la chusma y garantizar la gobernabilidad… Santos, por su parte, a través de su ministro de guerra, Juan Carlos Pinzón, ahora intenta revivir una versión aún más nefasta del proyecto de ampliación del fuero militar [4] y escala las agresiones militares contra los campesinos [5] , en un claro guiño a los ultramontanos enquistados en el parlamento y las instituciones estatales. ¡El presidente de la paz apenas a unas semanas de ser re-elegido, profundizando la guerra sucia!… ¡quién lo hubiera imaginado por Dios! Como lo dije en un artículo anterior, las concesiones en este segundo período serán hacia la derecha uribista, no hacia la izquierda [6] . Qué pena con ellos, pero tendrán que quedarse con las ganas no más.
Otros, que van de intelectuales, sueñan con verse a ellos mismos a la cabeza de alguna ONG, a ver si les chorrea algo de la plata que llegue con la industria de la paz. Ellos pueden tener algo más de suerte, porque plata para el peace-building (construcción de paz) sí que llegará. Así como se critica a los que viven de la guerra en Colombia, que no son pocos, no hay que olvidar a los que viven de la paz y que quieren hoy una paz exprés, a cómo de lugar, para ellos gestionar, con jugosos salarios, el desastre que dejará un acuerdo apresurado y mal digerido. Ya tirios y troyanos han encontrado un punto de unidad en la presión hacia la insurgencia para que firme cualquier cosa, pero que firme ya, “porque la paz no puede esperar”. Y tienen otro punto de acuerdo con el santismo: el mismo desprecio por el bajo pueblo, por sus necesidades, por sus capacidades y por sus aspiraciones. La paz es un asunto de profesionales, según ellos. Los pobres son bienvenidos pero como “beneficiarios”. Santos también está ejerciendo sus encantos con este sector, que transmite en sintonía cada vez más santista sobre la paz.
La oligarquía ha convertido a Colombia en una feria de baratijas, en un mercado como el que montaban los gitanos de Macondo. Ahí todo se lleva barato: el oro, el petróleo, el café, la vida. Hasta la paz la andan ofreciendo barata, a cambio de nada, como un espejito de esos que traían los conquistadores. En medio de esa feria de baratijas, Santos se roba el show como el gran encantador de serpientes. Encanta a todo el mundo: sectores de izquierda, derecha, centro, multinacionales, ONGs, comentaristas, opinólogos y personas de buenas y de malas intenciones. BRICS y gringos, todos lo siguen como al flautista de Hamelín, hacia la promesa de mucha inversión y aún mayores retornos, ganancias a manos llenas en un país dócil, pacificado, sin resistencia. Para los demás, mermelada y lentejas. ¿Y para el pueblo? Mierda. Como para el Coronel de García Márquez.
De Santos se ha dicho que es un jugador de póker, pero en verdad es un encantador de serpientes. Pero no hay que olvidar una cosa: para que sus hechizos tengan efecto, primero uno tiene que ser una víbora, bien torcida y bien venenosa. El pueblo debe saber dónde andan estas víboras para no salir mordido de esta coyuntura.
(*) José Antonio Gutiérrez D. es militante libertario residente en Irlanda, donde participa en los movimientos de solidaridad con América Latina y Colombia, colaborador de la revista CEPA (Colombia) y El Ciudadano (Chile), así como del sitio web internacional www.anarkismo.net. Autor de "Problemas e Possibilidades do Anarquismo" (en portugués, Faisca ed., 2011) y coordinador del libro "Orígenes Libertarios del Primero de Mayo en América Latina" (Quimantú ed. 2010).
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