Cuando Juan Camilo Restrepo fue ministro de
Agricultura, se conocieron cifras sobre uso de la tierra: unos 40
millones de hectáreas estaban en manos de ganadería extensiva y unos
cinco en manos de productores agrícolas.
Por: Alfredo Molano Bravo
No me cabe duda de que por esta última razón el Gobierno comenzó a reconsiderar el caso del Vichada. Uribe quería esas tierras para sus amigos y conmilitones. Caso de Carimagua. La opinión pública reaccionó y cuando Santos subió, rectificó el proyecto y habló de que esas tierras eran para campesinos.
Poco después sonaron asordinados clarines de paz. Se comenzó a hablar de los acuerdos, de Oslo, de La Habana, en fin: del posconflicto, del futuro. Los empresarios comenzaron a echar ojo a las tierras y lápiz a la cosa. El negocio les comenzó a sonar. Tierras en paz, donde antes no podían asomarse, tierras fértiles y además bellas. No cabía duda: ¡Al Vichada! A esas regiones baldías donde, como dijo Uribe, no se necesita el hacha. Y sobre todo, digo yo: ¡después de haber pasado la motosierra! La motosierra echó al suelo el precio de la tierra. Con la paz, se hace viable echarles mano a esas “infinitas extensiones hasta donde el ojo alcance”. En lugar de poner a producir los 20 millones de que habló Juan Camilo en ganadería extensiva, por estar en manos de “gente seria y armada”, mejor hagamos la vuelta donde todavía los campesinos no se han repuesto del terror y son dóciles. Jorge Robledo lo anunció y lo denunció: Vichada fue invadido. Yo, que lo recorro, lo conozco —y lo quiero—, lo sé: llegaban en camionetas blindadas con dos tinterillos, un calanchín y un abogado escoltados por hombres armados y hacían la vuelta. De regreso, el notario firmaba. La mayoría de esos predios no tenían títulos, eran técnicamente baldíos, pero la Ley 160 impide adjudicarlos a personas que no sean campesinas. No importa, compramos poncho, dijeron, y en poncho y con el tenebroso sombrerito de jipijapa se fueron a conquistar la “selva”. Así lo denuncia Jénnifer Mojica, exsubdirectora de Tierras del Incoder: “El Estado perdió más de 416.000 hectáreas adjudicadas ilegalmente en Meta y Vichada. Claro que no es la única parte donde los empresarios quieren poner sus tres huevitos: Iván Cepeda denunció seis nuevos casos de adjudicación de baldíos a políticos y empresarios cercanos a Uribe, e inclusive a un amigo de Tasmania y del Tuso Sierra. Son 57 predios, más de 3.000 hectáreas de tierras fértiles que gozan de plena “seguridad jurídica” por uno u otro medio.
En el Magdalena Medio los campesinos del Corcovado, Achí, ocuparon una hacienda que los narcos usaban como pista de aterrizaje. Un día los campesinos volvieron y se metieron. La semana pasada llegó “un paisa con papeles acompañado de fuerza pública a quemar los ranchos y a sacar a la gente”. Lo mismo sucedió en la vereda Pitalito de Curumaní, Cesar: el martes “entraron los paramilitares disparando y amenazando a la gente”. Hace un mes fue la fuerza pública la que los sacó.
La conclusión es simple: con la paz y la demanda de alimentos, los precios de la tierra se disparan y los terratenientes están apropiándosela como sea. Sería paradójico, pero no imposible, que firmados los acuerdos con la guerrilla, se volviera a la situación que originó la guerra: la pelea por la tierra, que está exacerbada, como se ve con sólo mentar el posconflicto.
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