Por: Lisandro Duque Naranjo
EL COMANDANTE DE LA POLICÍA, general Palomino, exhibió el pasado fin de semana un afiche con 48 fotos, de menores de edad en su gran mayoría, supuestamente miembros de un tal “cartel de los vándalos” que “causó los destrozos durante el paro agrario”.
Todavía
recuerdo el debate nacional que hace como tres años motivó la
iniciativa de la senadora Gilma Jiménez Niño, de publicar en grandes
vallas los rostros de los exconvictos que habían cometido violencia
sexual contra menores. Ese proyecto, con razón, fue rechazado por los
ciudadanos, pues incitaba al linchamiento, esa manera salvaje de
convertir a la multitud en asesina.
Es
de esperar entonces que, sobre la vandálica publicidad de hace ocho
días contra jóvenes –que se acompañó con ofertas de recompensas a
quienes delataran a los fotografiados–, emitan sentencia los jueces.
Porque no solo se violó el código del menor, en lo que al uso de
imágenes se refiere, sino que, así se hubiera tratado de gente mayor,
la ausencia de pruebas, o el tamaño de la presunta infracción, no
permitía ese despliegue digno de grandes criminales.
De ese mosaico fotográfico, sin embargo, fueron excluidos ciertos
tipos grandecitos ya que, protegidos por agentes del “orden”, fueron
grabados in fraganti, por celulares, en el momento de quebrar a
caucherazos ventanas de residencias particulares. En Boyacá, una
campesina grabó a ninjas del Esmad que apedrearon su casa. Y les decía:
“!Véanse esta noche en youtube!”. Cómo son de agradecidos los
boyacenses para los juegos de palabras: se pusieron de ruana al país, le
sacaron la leche al Gobierno, son muy buenas papas. Ví este grafiti en
una pared bogotana: “Mi abuela me enseñó a luchar por la papa”.
Parece
rota ya, ojalá para siempre, la hegemonía “noticiosa” de las grandes
cadenas. Se las ve íngrimas en la mentira. Las cámaras sueltas por
ahí son las que denuncian los abusos de la autoridad.
Ese
relevo en la reportería, producto de una cultura digital masiva, parece
estar siendo entendido ya por quienes gobiernan. Aquí y en Cafarnaún.
De momento, el único procedimiento que se les ocurre para repelerlo es
tirarles gases y chorros de agua a quienes esgrimen celulares. Pero es
que son tántos, mejor dicho es todo el mundo. ¿Qué irán a hacer? Que
viva la tecnología.
Los jóvenes se
despabilaron, se han politizado. Y está equivocado el general Luis
Eduardo Martínez, comandante de la policía de Bogotá, cuando dice que
los malcriados son apenas los de “universidades públicas y colegios de
bachillerato”, lugares que recomienda intervenir “para restituir el
civismo, la urbanidad, los valores”, y demás boberías.
En
cuanto a los campesinos, dejaron de ser esas figuras costumbristas que
agachaban la cabeza para mirar su sombrero entre las manos. Ya no posan
como para el “Angelus” de Millet, todos melancólicos. Ahora tienen una
piedra del carajo. Y por supuesto no iban a hacer una huelga para
exhibir sus cebollas, sus quesos, su café, en los bordes de las grandes
vías, como si ofrecieran agricultura típica. Muy turística la cosa,
según lo querían los de las emisoras. No, qué cuento.
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