Por: María Elvira Bonilla
La entrevista bomba que acaba de dar el papa Francisco dejó sin apoyo jerárquico el discurso de más de un creyente católico ultramontano y fanático, convertido en ayatolá de la vida privada de los otros, actuando al ritmo de sus creencias.
Dejó sin argumentos, sin elementos
siquiera para opinar y mucho menos para legislar, condenar o absolver
los comportamientos propios de la vida privada que no afectan la de
terceros ni el interés general.
Comportamiento que en Colombia tiene sus
máximos exponentes en el procurador Alejandro Ordóñez y su delegada
Ilva Miryam Hoyos, en los grupos cristianos que hacen política
confesional y en líderes que asumen las banderas de la moral con fines
electorales o de cruzada contra el mal, como Álvaro Uribe, Fernando
Londoño Hoyos, Roberto Gerlein, José Darío Salazar, para citar sólo a
los más publicitados.
Cruzados
autodesignados de una causa de salvación y rescate de las “buenas
costumbres”, que fundamentan su comportamiento y mensaje en las
enseñanzas vaticanas. Por esto el papa Francisco con sus palabras y
planteamientos sencillos los ha dejado en el aire, a la deriva en su
pretendida cruzada moralista. Más de un obispo obediente —¿por ahora?—
tendrá que callarse y aplicar el viejo principio del Imperio romano,
Roma locuta, causa finita.
Francisco,
el jesuita y el jefe de la Iglesia, fue categórico al decir: “Yo no soy
quién para juzgar a un homosexual”. Y respecto del aborto hizo la
siguiente reflexión: “Estoy pensando en la situación de una mujer que
tiene a sus espaldas el fracaso de un matrimonio en el que se dio
también un aborto. Después de aquello esta mujer ha vuelto a casa y
ahora vive en paz con sus cinco hijos. El aborto le pesa enormemente y
está sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar la vida cristiana.
¿Qué hace el confesor?”.
Perdonarla,
como hizo el papa. En contravía a la posición que han asumido los
fanáticos católicos que utilizan el poder no sólo para juzgar, condenar y
sancionar, sino para legislar. No sólo se obsesionarían en llevar a
esta mujer a la cárcel como una asesina. Y para ello viven dedicados,
como si fuera el problema mayor de la Nación y de la humanidad, a
endurecer la legislación en supuesta defensa de la vida, así a secas.
Para
ellos sólo existen sus convicciones, que los rigen para imponerlas a
los demás. Hacen casi imposible darle salidas dignas, basadas en el
respeto a la libertad y la conciencia del otro, del homosexual (gay,
dijo el papa), de quien busca rehacer su vida en un nuevo matrimonio o
limitar su descendencia de acuerdo con sus creencias y posibilidades. Y
así es también el procurador Ordóñez con sus constantes amenazas a
quienes, de acuerdo con su conciencia —no la de Ordóñez— y el apoyo de
la ley positiva, realizan abortos consentidos en los casos autorizados.
Los
inquisidores de la moral del prójimo deben reflexionar sobre lo que ha
dicho el papa, hacer un sincero examen de conciencia y actuar en
consecuencia: “La religión tiene derecho de expresar sus propias
opiniones al servicio de las personas. Pero no es posible una injerencia
espiritual en la vida personal de nadie”. Claro y veraz estuvo, para
que se obedezca.
-
María Elvira Bonilla | Elespectador.com
Publicar un comentario