LUIS BRITTO GARCÍA
1
Tiempo
hace que intento mediar en los amores contrariados de los objetos de la
casa. El microondas no se lleva bien con la cocina de gas, por celos.
Hay un calentador eléctrico refugiado en un closet del baño porque su
calidez lo alejó de la nevera. La diferencia de edades separa a la
impresora de la nueva computadora. La divergencia de ideologías hace
que los libros no se hablen. Tantos artefactos se dañan porque rompe sus
corazones el desgaste de la convivencia. Quien encuentra la casa vacía
injustamente culpa a los ladrones. Muchas veces los muebles se escapan
en masa, huyendo de sus pasiones difuntas, sin otro destino que los
barrancos.
2
El
amor nos gobierna, pero es difícil amar al gobierno. Nada más
matapasiones que la obligación de hacer colas infinitas periódicamente
para renovar un papel inútil como el RIF. Mucho peor que la bruja de
Blancanieves es la manzana envenenada del registro de Sencamer, otro
papel que nadie ha podido saber jamás para qué sirve,. El día que la
mataron, Rosita estaba de suerte: de tres tiros que le echaron, ninguno
requería renovar partida de nacimiento, título de manejar o llenar
formulario en página web que no abre nunca. Como en las grandes
tragedias, el enamorado persigue un objeto del deseo que cambia
constantemente de residencia o de requisitos caprichosos. Mientras más
complicado el trámite, más breve la fecha en que su amor caduca. Los
amores contrariados terminan como los de Romeo y Julieta, o los de
tantos gobiernos derrocados por sus matavotos.
3
Pocos
amores tan contrariados como el del caraqueño que ama a su ciudad.
Imposible resulta llegar al corazón de la urbe por la congestión que a
todas horas afecta las arterias principales. Peor que dormir con una
novia con cara embadurnada de cold cream y rodajas de pepino es
convivir con una ciudad con rostro enmascarado de vallas publicitarias.
Para el suspirante es un rompecabezas adivinar los pensamientos de su
idolatrada, para el caraqueño un laberinto encontrar una dirección en
una ciudad sin rótulos ni carteles, donde calles y casas en vez de
números tienen nombres cursis. Nunca podrá el caraqueño decir me gustas
cuando callas, porque su capital hace ruido a todas horas. Así como el
amor es intermitente, la ciudad corta el agua o la luz a capricho.
Atormentan al amante los rumores sobre su ídolo, y al caraqueño las
historias de que dentro de poco nos toca otro terremoto, de que el Ávila
es un volcán que hará erupción, de que una ola gigantesca lo
sobrepasará para ahogarnos. En vano intenta el caraqueño abandonar a su
adorado tormento en Navidad o Semana Santa: al poco tiempo está de
vuelta, escarmentado. No se puede vivir ni con ella ni sin ella.
4
Huye
el Amor de las salas de los Estados Mayores. Fue expulsado de las
Bolsas de Valores. Nadie quiere a Amor en las fábricas de armamentos y
por Amor nada hacen las burocracias. Al pasaporte de Amor nadie le
otorga visa, ni lo cubren los indultos que libertan criminales. Mucho
hablan de Amor quienes menos lo practican. Amor huye de altares y
papeles sellados. Amor vive escondido en las miradas y en las sábanas.
Todos los que lo aborrecen le deben su existencia.
5
Poco
a poco nos dejan nuestros amores en el absoluto desamparo. Se fueron
los caballitos del parque de diversiones a saltar en praderas de cartón
pintado. Nos abandonaron los trenes de cuerda con rumbo a quién sabe
cuál relojería. Los aviones de papel levantaron vuelo y tras alguna
nube enamoran a los papagayos. Zarparon los barquitos de papel buscando
la catarata que los convierta en pajaritas. La pistola de agua que
jamás asesinó a nadie nos dejó solos durante el último aguacero y ahora
anda ahogando los recuerdos.
(FOTO/TEXTO: Luis Britto)
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