Beppe Fenoglio, un tipo que dedicó su vida a escribir novelas fantásticas sobre la vida guerrillera hizo una en particular mostrando, a través de las idas y venidas del protagonista, que los conflictos armados tratan en el fondo sobre la vida privada. Al parecer, y a buena cuenta de la radicalización de la extrema derecha, el posacuerdo con las Farc también tendrá esa característica: para todos nosotros, la reflexión pública sobre el país será en adelante también “una cuestión personal”.
Ilustro el punto con un evento que viví la semana pasada. Pero, primero un poco de contexto: mi esposa nunca se dejó entusiasmar ni por los partidos de izquierda ni por los grupos insurgentes. El lirismo revolucionario siempre le dio risa. Como yo, ella es profesora universitaria, y un grupo de investigación de su institución convocó a un foro que incluía la intervención de un desmovilizado de la FARC, ahora Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. Es claro que los miembros de esta FARC, en singular, están ya en la legalidad. Es claro que hay un enorme interés en muchos sectores de la sociedad colombiana por escuchar sus puntos de vista. En las universidades, ese interés es mayor, por razones sencillas. Primero, ellas son por diseño el epicentro de la curiosidad y también el sitio donde converge la gente entrenada para las conversaciones difíciles. Segundo, de manera más prosaica pero igualmente importante: ninguna universidad seria puede ignorar, por simple y sana competitividad, un fenómeno de la magnitud del que estamos contemplando. Si va a pensar al país, si no se va a quedar atrás en la comprensión de lo que está pasando, si no quiere que nuestro conflicto lo cuenten otros, acaso menos calificados pero más libres, tiene que escuchar. Finalmente: es claro, o debería serlo, que escuchar no es más que eso: un acto serio y reflexivo, que permite la más absoluta pluralidad de preferencias políticas. Yo, por ejemplo, me he gastado mis buenos años leyendo a paramilitares, y también hablando con ellos, pero eso no quiere decir que sea su partidario.
Pues bien: cuando los ponentes se dirigían al evento fueron abordados por dos estudiantes, uno de las Juventudes del Centro Democrático y otro de las Juventudes Conservadoras. Querían que el miembro de la FARC se fuera. A mi esposa eso no le hizo la menor gracia: él había sido formalmente invitado por la universidad, y además mucha gente quería escucharlo. Tampoco le entusiasmó mucho el tono y la actitud de los involucrados. Discutieron. Los dos estudiantes grabaron el intercambio y lo subieron, editado, a las redes sociales. Y ahí fue Troya. A mi esposa le llegaron toda clase de amenazas, calumnias y ataques, usando el lenguaje de alcantarilla que ya todos conocemos…Es la controversia al estilo Popeye. Con un detalle adicional, de gran poder simbólico: casi sin excepción, esas lindezas eran propinadas por varones, en una fecha que coincidía con el día de no violencia contra la mujer.
Cierto: después ella recibió un verdadero plebiscito de apoyo, que incluyó a muchos uribistas. Pero no tengo la menor ilusión de que el Centro Democrático, que incita a estos comportamientos a través de su incesante discurso de odio, atienda a algún llamado a la veracidad o a la mínima decencia. Tampoco de que se responsabilice por la tormenta de odios, indignidades y desinstitucionalización que fomenta. Más bien le tengo una invitación y una pregunta al lector. Vaya a este vínculo (http://bit.ly/2i9jSUw) donde encontrará una muestra de la clase de debate que adelanta la jauría desatada por el flamante Centro Democrático. Lea el lenguaje que utilizan estos valientes muchachos contra una profesora en el día de no violencia contra la mujer. Ahora reprima el asco, contenga el movimiento antiperistáltico que siente subir irreprimiblemente por el esófago, y pregúntese: ¿está dispuesto a permitir que esta oleada de fango vuelva al poder?
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