La crisis financiera de 2008 arruinó a millones de personas y negocios en Estados Unidos y Europa. Los responsables fueron las leyes y los reguladores de la banca, sobre todo de aquella que recurrió a maniobras oscuras y fraudulentas, bajo la cuestionable filosofía de la auto regulación que se inventó el Partido Republicano.
La banca se concentró bajo las miradas complacientes de Reagan, Clinton y los Bush, y se dedicó a inventar complejos instrumentos financieros que le permitían esquilmar a sus usuarios. El maremágnum fue agudizado por políticas monetarias laxas del señor Greenspan que propiciaron el endeudamiento de alto riesgo y dejaron sin protección a las familias que recibieron préstamos de bancos; estos les ocultaron las onerosas condiciones que contenían en la letra menuda de sus contratos. Innumerables hogares perdieron sus propiedades y negocios. Los banqueros hallados culpables terminaron arreglando con la Fiscalía norteamericana pagando multas que salieron de las arcas de sus bancos que no de sus bolsillos; ninguno terminó en la cárcel.
La administración Obama encargó a Paul Vocker, distinguido expresidente de la Reserva Federal, a que redactara una serie de propuestas para encarar el riesgo moral contenido en bancos que son demasiado grandes para quebrar: abusan de su poder conociendo que los gobiernos entrarán a salvarlos si se meten en problemas. El memorando de Vocker sirvió para que dos legisladores demócratas, Dodd y Frank, redactaran una ley que obligó a los bancos a restringir su endeudamiento para hacer inversiones de alto riesgo, a aumentar el capital con que debían responder por sus movidas, prohibió que se destinaran nuevos fondos públicos para su salvamento y creó una agencia federal de protección al consumidor financiero.
Una de las directrices que acaba de emitir Donald Trump tiene como propósito precisamente revisar la ley Dodd-Frank que, según él, contiene un exceso de regulación estatal que impide el florecimiento de los negocios. Con el lenguaje bombástico que lo caracteriza, afirma que la ley es “desastrosa” cuando introdujo protecciones para los consumidores y para la supervivencia del propio sistema financiero. Lo que provocaron los republicanos en el pasado fue precisamente un desastre global del que nunca se arrepintieron.
Al revisar la ley de protección al consumidor financiero, el magnate reniega de sus compromisos con su electorado, al que le prometió castigar a los banqueros de Wall Street e impedir que sus intereses entraran a ser dominantes en su gobierno. De hecho, las posiciones económicas claves de su gabinete y de sus comités asesores están ocupados por gerentes o exfuncionarios de la banca de inversión (J.P. Morgan, Goldman Sachs) que fue la más comprometida en los desfalcos a los usuarios del sistema.
Una de las cortapisas que se le impusieron al sistema financiero por la Dodd-Frank fue proteger a los pensionados cuyos ahorros habían sido dilapidados por corredores inescrupulosos. Así mismo debían priorizar el interés de los clientes y no el propio. La directriz de Trump debilita todas estas barreras e introduce nuevos riesgos sistémicos para la economía norteamericana y la de todo el globo.
En este tema y en tantos otros, estamos entrando a un mundo nuevo de callosidad, ignorancia y maltrato para los países e individuos más débiles que pone en alto riesgo al planeta.
* ElEspectador.com
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