Luego de observar el video en el que se evidencia el mal trato físico del vicepresidente Germán Vargas Lleras hacia uno de sus escoltas, quedaron en mi mente dos preguntas ¿es la primera vez que el alto funcionario agrede a un subalterno suyo?; ¿será el único personaje protegido en Colombia que reacciona de esta manera sobre uno de sus guardias de seguridad?
Por: Oscar Sevillano
Para nadie es un secreto que el vicepresidente Germán Vargas Lleras es una persona grosera, que acostumbra a gritar a todo el que se encuentre a su alrededor, no sé si con el ánimo de hacerse sentir o de hacerle sentir a los demás, que su voz se encuentra por encima de la del resto de la humanidad.
Que además de eso es un ser desafiante, soberbio y arrogante, aun así, a su alrededor, hay gente que lo aprecia y lo quiere bastante. Lo que si desconocía, no solo yo, sino el resto del país, es que en medio de sus constantes arranques de ira, se le podían despertar agresiones físicas sobre otro. Reacción que a una persona que ostenta la dignidad de vicepresidente de la República, no le queda nada bien.
Resulta indignante que todo un vicepresidente de la República agreda a alguien que expone su vida con tal de protegerlo, hecho por el cual debería estar inmensamente agradecido con el grupo de personas que le cuidan y que a diario deben soportar sus caprichos de político de élite. Sorprende eso sí, que este suceso haya pasado como algo sin importancia, prácticamente como un suceso anecdótico, que en el fondo no lo es.
La mayoría de escoltas en nuestro país deben soportar el mal carácter de sus protegidos, quienes olvidan que ellos están para cuidar de sus vidas y que no se les asigna para que desahoguen la ira que provocan los malos días.
A través del coscorrón que el vicepresidente Vargas Lleras le propinó a uno de sus miembros del personal de seguridad que le cuida, se evidencia el trato que algunos de los protegidos en Colombia, por no decir que la mayoría, les dan.
Parece que se les olvida que las personas que conforman los cinturones de seguridad que les protegen día y noche, deben despojarse de la dignidad que como seres humanos tienen, para que a cambio de lo anterior, estos se puedan desplazar de un sitio a otro con un mínimo de tranquilidad. Sin embargo a muchos parece no importarles, porque en lugar de darles un trato amable, les gritan; constantemente les regañan; los envían a pagar recibos; llevar a sus esposas de un lado a otro; recoger los niños del colegio; pagar los recibos de los servicios de la casa, etc. Es decir, el escolta pasa de ser un guardia de seguridad personal, a ser una especie de servidor de oficios varios, con cargo a los fondos del Estado.
Sorprende que el hecho se haya olvidado tan pronto, cuando detrás de esto hay mucho tela por cortar, porque no se trata solamente de un golpe inofensivo que se olvidó tras una disculpa pública, sino de la manera como se trata a quienes dejan a un lado su vida, su familia y su dignidad como persona, para que otro, que ocupa una alta dignidad en el Estado o que presenta alto riesgo de seguridad, pueda estar con un mínimo de tranquilidad.
Cambiando de tema, se termina el primer año de la segunda administración de Enrique Peñalosa en Bogotá. Con esto se acaba también el tiempo de acomodación, así es que señor alcalde, en adelante, no más anuncios, no más echarle la culpa al anterior burgomaestre, y a mostrar resultados.
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