El jueves en la noche, en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, Alfredo Molano recibió el Premio Vida y Obra. / Cristian Garavito - El Espectador
El jurado del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2016 le otorgó el jueves el premio a la trayectoria y al legado, por haber caminado el país de pe a pa y dar testimonio de ello en este periódico y en sus libros.
Por: Redacción Gente / Tomado de El Espectador.
Vida y obra
“No hay mucho recodo de la vasta geografía de Colombia al que este bogotano, nacido en 1944, no haya ido. Se le ha visto en los esteros de Tumaco, en los pantanos de Arauca, en el Nudo de los Pastos, en los estoraques de la Playa de Belén. Ha atravesado las cordilleras todas. Anduvo por los páramos de la Oriental; ascendió por los altos de la Central; bajó por los abismos de la Occidental. Y así: serranías, ciénagas, deltas, latifundios, baldíos han merecido su mirada punzante y su escritura sensible. Alfredo Molano Bravo lleva toda la vida dándole vueltas a Colombia como si él fuera su guardián. La sociología que estudió y de la que se graduó lo consagró como un andariego de oficio y, de sus observaciones del país, el periodismo de Colombia comenzó a nutrirse primero con sus libros que empezaron a aparecer en 1985, y, desde 1990, con sus crónicas y reportajes, con sus premiados documentales televisivos y con su columna de opinión, esa lectura infaltable para cientos de miles que encuentran en ella relatos de cotidianidades insospechadas, porque provienen del país remoto, o piedras de escándalo por denuncias de abusos de poder y, no pocas veces, exámenes críticos de las ideologías en las que se estancan los movimientos políticos, incluidos los de la izquierda. La vida académica de Alfredo Molano, como investigador, profesor y conferencista internacional, sería la envidia de quienes hacen política, si la conocieran y la entendieran. Molano ha estudiado a fondo las historias mineras del sur del Cauca; el estado del río Apaporis; las gestiones comunitarias del Tatamá; la historia oral del Casanare y tres docenas más de situaciones de país. Por todo ello, por caminar y por oír y por entender, a Molano se le encendió una pasión por contar, que ha quedado registrada en su amplia vida periodística. En cerca de veinte libros y en montañas de artículos en periódicos y revistas, Molano ha narrado el país. Un país hondo, integrado por las voces de sus habitantes más genuinos, ha quedado registrado en esos textos que, con un lenguaje periodístico verídico, constituyen un instrumento básico para el intento de encontrarle el corazón a Colombia. A ese trabajo que le ha permitido al país central saber de qué se trata y a qué huele y a qué sabe el país periférico, a ese trabajo que le ha contado a Colombia la complejidad de los dolores lejanos y también sus ilusiones, a esa coherencia de toda una trayectoria profesional vivida en la trocha, donde ocurre la verdadera verdad de la vida, es por lo que el jurado del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2016 ha decidido agradecerle a Alfredo Molano Bravo su vida y su obra con este reconocimiento”.
Periodismo y literatura
“Alfredo Molano es un vocero de mi generación que ha hecho de su vida un ejercicio de búsquedas paralelas de verdad y libertad, que son hermanas siamesas. Esos dos conceptos no se pueden citar de manera independiente sin que el uno, el ejercicio ético, deje de incluir al otro, el valor civil para enfrentar los despotismos y servidumbres de una sociedad de cuño feudal, como sigue siendo la nuestra. Libertad y verdad en el ámbito del pensamiento son palabras sinónimas, como lo son en el ámbito de la creatividad. Los periodistas como Molano no tienen y no deben sustraerse de lo emocional ni de lo que algunos llaman con arrogancia lo subjetivo. Somos subjetivos porque somos sujetos, seríamos objetivos si fuéramos objetos, como dijera con sorna y tino a la vez Gustavo Wilches-Chaux. Lo que Alfredo Molano ha venido haciendo durante años no es otra cosa que rastrear nuestras historias, la pasada y la reciente, dos instancias que encabalgadas conforman nuestro presente. Por algo sus columnas a cada tanto nos traen a la memoria un aserto de René Char, un legendario poeta y luchador por la causa libertaria que afirmaba que “la historia es el reverso del traje de los amos”. Ese es el reverso del catalejo, la manera que tiene como periodista e historiador Alfredo Molano de ir a la noticia o a la crónica. Su labor cotidiana consiste en ir a la trasescena de los asuntos, en mirar desde el reportaje, desde la investigación sociológica o la columna de opinión, nuestra realidad. Todo esto que atiende con honestidad y pasión tiene un entronque indudable con una literatura que de ninguna manera es subsidiaria de la ficción.
La yunta de ingredientes periodísticos y literarios es algo que podemos encontrar a lo largo de toda la obra de Alfredo Molano, en sus libros y crónicas, en su periodismo escrito, en su andadura febril por todos los rincones del país desentrañando realidades, creando al mismo tiempo que verdades éticas unas verdades estéticas, ejerciendo así una vocación crítica que le otorga una amplia credibilidad en nuestro medio. Pocos periodistas como éste más lejanos del estatismo de escritorio, más lanzados a recorrer los caminos de Colombia que tantas veces son caminos desplazados, comarcas ajenas a la realidad de quienes ejercen un periodismo de avestruz, en un ejercicio pasivo de continuas fugas y escapismos”.
Juan Manuel Roca, poeta y amigo, 2010.
El caminante
“Alfredo es capaz de reinventarse cada vez que la vida lo pone en un brete. Era una especie de dandi chapineruno, habitante de La Piñata, en la plaza de Lourdes, muchachito caspa, expulsado de todos los colegios hasta templar en uno de esos diseñados para los niños malos de las familias buenas. Muy poco tiempo después había mutado: encontró el amor de su vida en los zapatos tenis, premonición muy acertada de su destino de caminante. Desde entonces riñó con la corbata y los sacos cruzados, y adoptó su variopinta colección de sombreros y cachuchas, de cinturones para las épocas flacas y de calzonarias para cuando lo traiciona la panza. Puedo jurar que Alfredo quiso ser sociólogo rural de las escuelas más formales: soñó con replicar en Tabio el estudio pionero de T. Lynn Smith, el maestro de Fals Borda… probó ser funcionario público y probó la academia. Intentó llegar a la cúspide de los estudios formales y de los diplomas, pero la academia le echó encima sus anticuerpos para la heterodoxia. Alfredo, de nuevo, se reinventó y, en la mejor decisión de su vida profesional, se dedicó a mirar el mundo con los ojos de su curiosidad insaciable. Un geniecillo de los bosques, de esos que invoca su hermana María Elvira en las noches de luna llena, le sopló en el oído la consigna: ¡Eche pata, hermano! Y desde entonces camina sin pausa, marcando, en todos los andurriales de la Colombia que él ama, las suelas de los Croydon, antes; ahora, de sus Adidas. Por los caminos y los ríos del Unilla, por el Duda y el Orteguaza, sin decir jamás que se “Caguán del susto”; por los páramos helados del Sumapaz y siguiendo el corte por llanos y selvas en la Orinoquia y en la Amazonia. Lo vieron en las rancherías de los wayúu y en los pantanos de la costa pacífica con los condenados por el oro a vivir de la batea. También llegan noticias del Catatumbo y dicen que lo vieron en el sur, el sur de “las grandes lunas llenas de silencio y de espanto”, en el decir del poeta.
¡Brindo por ese caminante que nos ha pintado el cuadro de una Colombia siempre negada y escondida! ¡Brindo por el compromiso insobornable y por la pasión con la que se entrega al rescate de la presencia de los que han vivido sin ser nombrados ni reconocidos… brindemos por lo que nos concierne a todos. Por la paz de Colombia. La paz para los colonos de Alfredo y para los que, como él y yo, aspiramos a que por lo menos, ya metidos en la setentena, veamos por primera vez una nación sin guerras.
Armando Borrero, sociólogo y amigo, 2014
El legado
En 100 años o más, cuando los hechos y protagonistas de hoy sólo sean memoria, todo aquel que quiera conocer lo que sucedió en Colombia desde mediados del siglo XX al presente tendrá que leer al sociólogo, periodista y escritor Alfredo Molano Bravo. Sus 27 libros, centenares de crónicas, reportajes, documentales y columnas de opinión, realizados a lo largo de los últimos 50 años, constituyen un valioso legado que varias generaciones tendrán a su disposición.
Nacido en La Calera, desde muy joven demostró su carácter autónomo cuando desistió de la tradición familiar de abogados y comerciantes y se matriculó en la Universidad Nacional para estudiar sociología. Terminó en 1971, en una época emblemática de la alma mater, en la que, en sus propias palabras, entre múltiples condiscípulos y profesores, aprendió de tres maestros tres lecciones: ‘de Orlando Fals, el país real; de Camilo Torres, el país posible, y de Eduardo Umaña, la ética’. Al concluir sus estudios universitarios, el médico y defensor de derechos humanos Héctor Abad Gómez lo invitó a trabajar en la región del Alto Sinú, entre Córdoba y Sucre, y allí, en contacto con los campesinos y su resistencia por la tierra, entendió que ese era su destino. Aunque después viajó a Francia como becario en La Sorbona y permaneció hasta 1977, tuvo que aplazar 40 años su título de doctorado por discrepancias con la academia respecto a sus métodos.
Sin embargo, Molano ya estaba jugado en su estilo: editar la voz de los campesinos, las minorías étnicas y los testigos y protagonistas de la guerra. Hizo una pausa en su quehacer catedrático y empezó a recorrer Colombia en busca de historias. Entonces comenzaron a surgir sus libros: Los bombardeos de El Pato, en 1980; Los años del tropel, en 1985; Selva adentro, en 1987, y así sucesivamente, hasta consolidar una obra que todo colombiano debería conocer en detalle. De manera simultánea empezó a hacer periodismo y desde siempre El Espectador ha sido su casa. Primero en el Magazín Dominical, después como cronista, autor de reportajes y columnista de opinión. Ni siquiera entre 1998 y 2006, cuando se vio forzado a vivir en el exilio por las amenazas de la casa Castaño, detuvo su intensa producción bibliográfica y periodística. Cuando retornó del todo al país, ya tenía listo un cronograma para seguir desentrañando a Colombia.
Hace un año, la Universidad Nacional le otorgó el honoris causa en sociología, gesto que sirvió para que Molano se reconciliara con la academia que algún día no creyó en sus métodos. Meses después, la mesa de negociación de paz de La Habana lo sumó a la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas. Como ha sido su costumbre desde hace muchos años, a las cuatro de la mañana encenderá la luz de su estudio, antes de que su familia despierte, se tomará un café, prenderá su computador y empezará a escribir con frenesí y admirable disciplina, hasta que el alba le anuncie que es hora de terciarse su mochila, empacar su radio y sus lápices para salir a caminar”.
Jorge Cardona, editor general de El Espectador, 2015.
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