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Lo mataron por socialista y por maricón- Reinaldo Spitaletta

Written By Unknown on martes, agosto 16, 2016 | martes, agosto 16, 2016

La luna, tan cantada por el poeta, no estaba en el cielo cuando lo asesinaron.
Por: Reinaldo Spitaletta - El Espectador. 

Según uno de sus presuntos matones (y su nombre de mierda no quiero recordarlo), que proclamaba con ufanía su acto al entrar a un bar granadino, a García Lorca lo mataron por socialista, por ser partidario del Frente Popular, por masón y por homosexual. “Le metí dos tiros en el culo por maricón”, dijo.
Sucedió el 19 de agosto de 1936, cuando el nacido en Fuente Vaqueros hacía poco había terminado su obra teatral La casa de Bernarda Alba. Franco, el generalísimo (y dictadorsísimo), había ordenado la eliminación de un tercio de la población masculina con ánimos de “limpiar” al proletariado de los influjos rojos. La guerra civil había incendiado a España, y de pronto, un poeta de romanceros gitanos y cante jondo, era un peligro para el fascismo, un enemigo por sus maneras de decir, de cantar, de armonizar el mundo con el poema.
Cuando lo mataron, ya García Lorca había conquistado la gracia de anidar en el alma popular. Por ejemplo, los versos de La casada infiel (dedicada “a Lydia Cabrera y a su negrita”) iban de boca en boca, por las Américas y España: “Y que yo me la llevé al río / creyendo que era mozuela, / pero tenía marido…”. Lo mismo que La muerte de Antoñito el Camborio: “Tres golpes de sangre tuvo / y se murió de perfil. / Viva moneda que nunca / se volverá a repetir”.
A su muerte, ya era un poeta universal. Y con su asesinato, la guerra civil española estuvo en la mira de todo el mundo, con sus horrores y despropósitos. Se convirtió en una especie de héroe de guerra, lo que él jamás quiso ser, aunque estaba para cantar a la vida y a la muerte. Y, como diría Luis Cernuda, “para el poeta la muerte es la victoria”. García Lorca, que estuvo en Estados Unidos, en Cuba, en Buenos Aires, que de aquellos recorridos dejó una obra tan lograda como Poeta en Nueva York, en la que se tornó común la Oda a Walt Whitman (“y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson…”), fue, a su vez, una especie de rey de las metáforas.
Poeta, dramaturgo, pianista, discípulo musical de Manuel de Falla, García Lorca pronunció un discurso en su pueblo natal en la inauguración de una biblioteca, en 1931, que pasó a la historia con el título de Medio pan y un libro. “No solo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombras jamás las reivindicaciones culturales, que es lo que los pueblos piden a gritos”.
En su bella apología del libro, el poeta hace un recorrido por la cultura, por escritores, por la manera cómo hay que preservar la inteligencia y la memoria de los pueblos. “¡Libros!, ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: amor, amor, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras”, declaró el poeta, que terminó su discurso con estas palabras, convertidas en refrán: “Dime que lees y te diré quién eres”.
Parte de una generación que desde España iluminó las letras mundiales, la del 27, García Lorca entonó nuevas músicas, sonoridades distintas, emparentadas muchas veces con el canto popular, con las maneras de decir de la gente. La gitanería, las saetas, las bulerías, los miriñaques de una virgen morena, el llanto de la guitarra, las peteneras, van enriqueciendo las creaciones del poeta. “Pasan caballos negros / y gente siniestra / por los hondos caminos / de la guitarra”, dice en uno de sus cantos.
Tenía duende. O ángel. Era poeta, según sus palabras, por la “gracia de Dios o del demonio”. Y también por la “gracia de la técnica y del esfuerzo”. El asesinato de García Lorca hace ochenta años vistió de luto la tierra y dejó un crespón negro sobre el mundo. A Lorca lo amaron todos: Borges, Miguel Hernández, Alberti, Hemingway, Bukowski, Ginsberg, los maricas neoyorquinos, los intelectuales rusos, Lezama Lima. Y los pueblos. Y el amor continúa por el poeta que “se durmió de plomo” y siguió viviendo en las palabras.
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