En el blog del Club de los libros perdidos leo el artículo de una profesora de gramática en que recuerda las atrocidades que se cometen con la lengua castellana en ese afán de “el reconocimiento de género”, originado en un feminismo primario y atrabiliario.
Por: Aura Lucía Mera, El Espectador.
Nos recuerda que en nuestro idioma existen los participios activos derivados de los verbos: de atacar viene atacante. De salir, saliente. De cantar, cantante. Etc.
Y ojo, el más importante y pisoteado es el verbo ser, que se convierte en ente y significa “que tiene identidad”, “el que es”, “la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo”.
En plata blanca, se dice presidente y no presidenta, gobernante y no gobernanta, estudiante y no estudianta, residente y no residenta, dirigente, paciente, independiente...
“Deshacer y masacrar la lengua por motivos o presiones ideológicas o de género solo aumenta la ignorancia, que viene de ignorar-ignorante. Tratan de vendernos ‘ignorantas semovientas’”.
Todo esto a raíz de que muchos firmantes de una carta a la Academia de la Lengua solicitan algunos cambios para darle mayor equidad al “género”. La firman muchos dentistos, poetos, pediatros, artistos, violinistos, oculistos, telefonistos, pianistos...
Y esto me lleva, a título personal, a recordarles a todos mis colegas periodistos la gran responsabilidad que tenemos ante la coyuntura histórica que estamos viviendo. Ya se han silenciado las armas. Muchas veredas y pueblos están durmiendo en paz. Ya muchos policías pueden abandonar sus trincheras hechas de sacos de yute rellenos de arena y caminar por las calles sin temor a que les caiga una descarga o una bomba; muchos niños pueden salir a jugar sin tener que esconderse al atardecer debajo del colchón, o dormir con zapatos por si hay que salir en fuga precipitada para salvar sus vidas. Ya mujeres y niñas campesinas caminan sin sentir el terror del fuego cruzado o ser víctimas de una toma en la que los vencedores se sienten con el derecho de violarlas.
Los que manejamos la información, acomodados cómodamente —y valga la redundancia— ante el computador, y escribimos sin untarnos de nada, estamos muy lejos del campo, de las veredas incrustadas entre montañas, no dormimos en esas casitas de adobe o madera, muchas de las cuales carecen de luz y agua potable.
A la gran mayoría, y me incluyo, no nos han asesinado un hijo delante de nuestra casa, ni hemos tenido que caminar entre fosas comunes buscando el cuerpo de un ser querido. No hemos vivido el horror del hijo adolescente desaparecido y encontrado luego en otro departamento, vestido de guerrillero, víctima inocente de un falso positivo.
Nuestros conceptos, columnas y enfoque sobre el proceso de paz muchas veces están gestados por inconscientes atávicos, impulsos emocionales, rencores políticos, conveniencias personales o económicas, mala leche o terquedad.
Reflexionemos, periodistos queridos. Lo que está en juego es el futuro de Colombia.
Publicar un comentario