La persistencia de la confrontación del Estado colombiano contra el pueblo, aún en el marco de la coexistencia de las negociaciones políticas, y de la creciente privatización de las estructuras de poder del régimen, acentuarán en el gobierno su grave crisis de legitimidad, pese a las “maniobras”, con las que Santos accedió de nuevo a la presidencia, pretendiendo un falso equilibrio en beneficio siempre del poder.
Está claro que Santos representa un modelo autoritario enquistado en un fraccionado régimen oligárquico, que muestra ya una escasa autonomía ante el reclamo de paz social y política de las fuerzas populares, a las que el poder se apresta a diezmar o dividir.
El imperio de la represión estatal representado en la clase dominante y en el poder político, exigen en toda circunstancia evitar la incorporación social y política del movimiento popular y de las vigentes fuerzas insurgentes, para ello harían fracasar las negociaciones y continuar en la vía del despojo y la guerra.
La solución negociada debe por lo tanto abrir paso a una Nueva Colombia, con el reconocimiento político pleno de la insurgencia popular y revolucionaria, la abolición del aparato narco-paramilitar del Estado, y del reciclaje de sus capitales a través de la vía terrateniente, y/o con la alianza de estas con las multinacionales mineras, la banca, y los latifundistas, poderosos aliados del terrorismo de Estado, y del Imperialismo, que con el Uribismo constituyen la más grave amenaza al proceso de paz en Colombia, como a la paz del Continente.
Así entonces, “la paz no puede ser disculpa para que vuelva a tronar la guerra”, la búsqueda de la paz con justicia social, se ha interiorizado – desde el pueblo y con la solidaridad internacional-, como la única salida a la crisis social y política colombiana, que no puede ya avanzar hacia la “destrucción total”, pero sí, a una nueva construcción social de convergencia y pactos populares para la paz, con estrategias definidas en las regiones, y por las mayorías que construyen en rebeldía sus propias rutas emancipadoras, legitimando una creciente dinámica de articulación social, a la que el Estado responderá de nuevo con su reorganización autoritaria.
No se podrá permitir “la receta” oligárquica reconciliación-represión, hay que avanzar desde lo unitario y popular para superar los fracasos de las “pequeñas y grandes constituyentes”, y con ello los protagonistas y los ejes para la paz social y política del país.
Es indispensable dar respuesta desde la lucha social a las tensiones y a las traiciones, reconociendo que la injusticia, la guerra y la explotación son el origen real de la violencia, y factores constitutivos de las relaciones políticas y sociales del país.
Si permean las desigualdades sociales y se obstruye la participación política de las mayorías, no habrá paz posible, el pueblo con sus mayorías debe crecer una nueva y constituyente legitimidad, desde la movilización y la autonomía.
La ideología de la seguridad nacional con sus esperpentos narco-paramilitares, y la muy importante autonomía del estamento militar debe desaparecer, al igual que la conformación de una poderosa red de capitales mafiosos basada en el despojo, el crimen y el tráfico de drogas, como andamiaje del para-Estado, que persiste en la tendencia a resolver en conflicto por la vía militar, - terror, violencia, y/o aniquilamiento del enemigo interno-, y/o el desconocimiento de acercamientos , o los acuerdos de paz, en una especie de “complicidad estructural” de las fuerzas armadas oligárquicas, con el desarrollo de la guerra, y siempre contra la paz digna.
Negarse a un cese bilateral de fuego es negarse a “oxigenar la paz” que exigen las mayorías, hay que insistir en romper definitivamente con la estructura del URIBATO, y avanzar en la solución negociada que ya no es solo con todas las guerrillas, sino con sus herman@s, que como pueblo asumen la paz desde la unidad y la diversidad, con unas definiciones que le dan un contenido democrático y popular a la paz, con fuerzas y propuestas propias, alternativas, a las tendencias autoritarias del Santismo reencauchado, pero sin terminar defendiendo al Estado capitalista, o de manera indirecta a las relaciones de dominación que lo sustentan, pero para sustituir el actual estado de cosas “de abajo hacia arriba”, construyendo poder popular. “Destruir lo viejo, construir lo nuevo”.
Esto es, afianzar la soberanía popular desde los territorios, con la cultura de la resistencia, y con el máximo común denominador en la participación, para podernos representar como clase popular.
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