Ramiro Bejarano Guzmán 5 Jul 2014 - 9:00 pm
Somos una Nación corrompida. Mientras el primer
ministro inglés Cameron ofrece públicamente disculpas al nombrar como
asesor a un periodista que resultó condenado por haber interceptado
comunicaciones privadas, aquí dudamos de la trascendencia de esos
delitos, y no faltan quienes los interpreten como juegos de
adolescentes.
Por: Ramiro Bejarano Guzmán
Con igual suerte cuenta el excandidato Zuluaga, el único aspirante presidencial de quien se conocen pruebas contundentes de andar en conversaciones con personas al margen de la ley por interceptar comunicaciones o usar información privilegiada, quien no sólo no ha sido llamado por la justicia, sino que su abogado también ha solicitado se le reconozca como víctima de los delitos por los que tendrán que responder en su campaña. Los pájaros tirándoles a las escopetas.
En el caso de Zuluaga el asunto es además insólito, porque las informaciones divulgadas después de las elecciones que casi gana dan cuenta de que el espionaje se convirtió en regla inclusive entre los mismos seguidores de Uribe. Si creemos a los medios, todo indica que si bien la campaña de Zuluaga contrató un hacker, Pacho Santos no se quedó cruzado de brazos, pues a su lado apareció Carlos Escobar, otro hacker, el mismo que al parecer estaría enviándonos desde hace meses a varios columnistas mensajes insultantes y calumniosos. Es decir, de ser cierto todo lo que se ha dicho mediáticamente, el uribismo se habría comportado en la campaña del mismo modo que cuando gobernó. Yo chuzo, tu chuzas y entre todos nos chuzamos, reza el dogma del Centro Demoníaco.
Tiene razón Pacho Santos cuando exige a la Fiscalía que investigue las denuncias de los medios sobre los sucesos del reino del chuzo en el que se convirtió la campaña presidencial uribista, porque lo de los hackers no puede tratarse como un asunto normal imputable al afán de un hijo de su papito candidato interesado en manejar su imagen en las redes sociales, como lo pregona la inverosímil e inmoral tesis de que la campaña de “Zurriaga” fue infiltrada. No señor, en las toldas del uribismo alguien perpetró delitos que pusieron en riesgo la democracia, como para atribuirlos a ímpetus juveniles o enterrarlos sin pena ni gloria. Una cosa es el tratamiento vanidoso de la imagen personal en las redes y otra el espionaje, que es lo más grave de una guerra sucia.
Y mientras en el uribismo la polémica se traduce en saber quién chuzó más, a nadie parece importarle que se hayan perdido los archivos que contenían la información sobre las gracias que ejecutaron los directores del DAS en los tiempos en los que estuvo al servicio del mesías. ¿Cómo pudo ocurrirle al Gobierno que desaparecieran valiosos documentos, que además contienen información clasificada sobre la seguridad nacional? El DAS no ha desaparecido legalmente, ni es rueda suelta ni una republiqueta independiente porque el actual Gobierno lo controla. Algo tendrán que decir el director de la Agencia Nacional de Inteligencia, el consejero de seguridad, el ministro de Defensa y el presidente, porque lo único que falta es que guarden silencio precisamente los custodios de los papeles “extraviados”. Y el procurador calladito, porque tendría que excavar en el lodazal de sus entrañables aliados uribistas.
Adenda Nº 1. La tesis de que el Estado debe pagarle la gasolina del carro particular que compró para su hijo, con la que la contratadora Morelli pretende eludir su imborrable falta de hacer mal uso del erario, la retrata como indelicada, mezquina, avivata, avara, pero sobre todo miserable.
Adenda Nº 2. Gracias, selección Colombia y Pékerman.
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