Por Juan Diego Restrepo E.Ver más artículos de este autor
OPINIÓN. Estamos ante un proceso electoral turbio, nutrido de sesgos informativos y versiones contradictorias que han impedido observar con claridad los programas de los candidatos.
Foto: SEMANA
Vamos
de escándalo en escándalo y las propuestas de los candidatos a la
Presidencia de la República para el periodo 2014-2018 se tornan débiles
y, por momentos, quedan invisibles ante tanto ruido político. Buena
parte del electorado se encuentra confundido y su poder de decisión se
enfrenta a l
os vaivenes de la “guerra sucia” que rodean este proceso electoral.
El
escenario político actual es de los más turbios en los últimos años,
resultado de una feroz polarización de corrientes ideológicas que otrora
fueron afines y que hoy, en su afán de alcanzar el poder, no vacilan en
acudir a oscuras estrategias de propaganda para desvirtuarse entre sí.
Con sus prácticas, Santistas y uribistas perpetúan el desgano por la
política entre la ciudadanía.
Y es preocupante
hasta dónde han llegado esos ataques electorales. En esta campaña hacen
parte de ellos sectores de los organismos de control y de investigación,
de las Fuerzas Militares y de las entidades descentralizadas. Unos y
otros le hacen el juego a las tendencias políticas dominantes, afectando
de esta manera la función del Estado, que ya no está puesto al servicio
de la gente, sino de los intereses económicos que están en juego.
En
las entrañas del Estado hay tanto santistas como uribistas, lo que
genera un escenario de disputa electoral pocas veces visto en la
historia reciente del país. Mientras los unos defienden con ahínco la
gestión del actual presidente de la República, los otros están empeñados
en filtrar información para socavarla y dejar en evidencia que su
reelección sería altamente inconveniente para el país.
Pero
esa defensa y ese ataque constantes no solo pasan por exponer cifras,
positivas y negativas, dependiendo del lugar que se ocupe en la disputa;
también transitan por la injuria, la calumnia, la difusión de falsas
versiones, la exageración de hechos y la desinformación. Hay una
paranoia total en unos y otros que están alcanzando niveles
inimaginables, con resultados sociales, económicos, políticos y
culturales difíciles de prever, pero sin duda alguna dañinos para la
democracia.
El enrarecimiento del debate
electoral es el resultado de la degeneración de los procesos políticos
en los que se embarcó el país hace varias décadas, cuando se decidió que
lo mejor, decían en aquellas épocas, era alternarse el poder entre
conservadores y liberales, sin dejarle margen de participación a
sectores ideológicos distintos a ellos, que emergían con otras
propuestas.
La metástasis de ese fenómeno
degenerativo se aceleró cuando irrumpieron en el escenario electoral los
grupos paramilitares orientados por los hermanos Fidel, Vicente y
Carlos Castaño Gil, impulsados por élites políticas y económicas
intolerantes con expresiones diferentes a sus causas ideológicas. La
solución contrainsurgente se convirtió entonces en la causa de unos y
otros, y fue así como se unieron para cerrarle el paso a todo lo que se
percibiera como izquierda, fuera ésta civil o armada. Por eso no es de
sorprender que hayamos llegado a este punto, políticamente hablando.
Para
atacar a un enemigo común como la insurgencia se apeló a acuerdos
ilegales, débiles concertaciones y cohesiones de papel. En el fondo, no
había tanta afinidad, pese a representar élites armadas, económicas y
políticas, y tener una causa común.
La
realidad ha mostrado que unos y otros, legales e ilegales, son
depredadores. Entre ellos no existen lealtades; por el contrario, apelan
a todo tipo de estrategias para atacarse mutuamente y mantener su
hegemonía. Crear escándalos es la más común de las prácticas. Día a día
surgen hechos, reales o no, que se sobredimensionan o no, dependiendo de
quiénes están involucrados y cuáles son los intereses que se pretenden
afectar.
En los escándalos recientes,
observable en otros del pasado, hay una falta de responsabilidades
políticas en quienes están comprometidos en ellos. En el país hizo
carrera, gracias a los medios de comunicación, la exposición de los
culpables y el ocultamiento de los responsables.
No
puede ser posible que en dos de las campañas, los equipos de
comunicaciones y de estrategias los únicos que afronten las
consecuencias sean los que operan las redes y diseñan los mensajes. En
estricto sentido, son tan responsables ellos como los que los invitaron a
participar y los contrataron. Sus capturas y renuncias son acciones
concretas de buen recibo, pero ¿y cuál es el castigo para sus jefes?
Los
escándalos recientes también sugieren otro tipo de preguntas: ¿Qué tipo
de conexiones llevaron a los señalados como culpables a dos de los
movimientos políticos hoy en contienda? ¿A nombre de quién excedieron
sus tareas en el proceso electoral? ¿Estar en uno u otro equipo de
trabajo da licencia para hacer lo que les venga en gana con el fin de
ganar las elecciones, alterando, incluso, el orden constitucional y
bordeando la ilegalidad?
Tal irresponsabilidad
debe tener una sanción y es allí donde juega un importante papel el
electorado. Ante la absurda campaña electoral que padecemos, es
importante pensar en la creación y consolidación de un nuevo escenario
político en el que confluyan de manera determinante la comunicación, la
información y la política, con el fin de fortalecer en la sociedad civil
una sólida cultura deliberativa, que lleve a consensos transparentes,
alrededor de los temas vitales para nuestro desarrollo como personas y
como comunidades.
Para superar las simples
opiniones, los señalamientos sin fundamento y las críticas sin razón,
este nuevo espacio exige un arduo trabajo de investigación y de estudio,
al cual deben abocarse todos los sectores sociales, para jalonar una
transformación efectiva del quehacer político y de la participación
ciudadana. No puede ser posible que por cuenta de dos movimientos
políticos, que tanta riqueza les han generado a los ricos y tanta
pobreza a los pobres, la democracia esté cada vez más degradada y sus
fines cada vez más prostituidos.
El próximo 25
de mayo es la oportunidad para castigar en las urnas a los escandalosos
que tanto daño hacen y comenzar a transitar, como país, un camino menos
belicoso. Que el castigo se sienta.
En Twitter: @jdrestrepoe
*Periodista y docente universitario.
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