Lunes, 14 de Abril de 2014.
Militarización y dominio paramilitar sojuzgan con violencia a los habitantes de esta región colombiana, donde el 80 por ciento de los habitantes vive en la pobreza y a la que el capital pretende explotar todavía más.
Buenaventura, Colombia.
La sangre hiede, como los gritos de los picados cuando su cuerpo es
hecho polvo, atraviesa las paredes de madera, que separa cada casa en
los barrios de Bajamar, en sus maderas van quedando huellas de lo que un
día fue sangre y que poco a poco desaparece con la mugre. Pero el
olvido se mata, los NN, los que ya han sido asesinados o desaparecidos
aparecen en medio de la bullaranga, del terror y del miedo, la gente no
quiere más.
Allá en Buenaventura ya no se proyecta
sino que se instituye un modelo de desarrollo con publicidad y muerte.
Allá no se usan los metales sobre el cuello o sobre los pies. El metal
se ha convertido en violencia de terror y en el control sobre cada calle
y cada movimiento a través de jóvenes afros vinculados al
paramilitarismo con está neo esclavitud se consolida un control sobre el
territorio conforme a los propósitos del mercado mundial.
Pasear por los barrios El Lleras, San
José o Sanyu, La Playita, Viento Libre, Muro Yusti, Campo Alegre, Santa
Mónica, Morrocoy, Arenal, Piedras Cantas, Alfonso López, Palo Seco, El
Capricho y La Palera en Buenaventura es congelar las imágenes del
tráfico africano a las Américas pero en los tiempos de la llamada
modernidad. En todos ellos existen casas de “pique”, son parte de la
memoria viviente y presente, no son una invención o fantasmas
inexistentes, no son mentira son una realidad.
Además de los afros que las perciben los
indicios se encuentran con las aves de carroña, aquellas que se ven
revoloteando sobre el mar en círculos de color negro, ellas avisoran lo
que ya está muerto, se nutren de la muerte, pero a diferencia de los
paramilitares, los chulos lo hacen para sobrevivir, para resignificar
los deshechos, entre ellos el cuerpo humano. Allá entre el movimiento
circular de las aves oscuras, la cadencia del cuerpo convertida en
mercancía o en pecado, según, la norma paramilitar, es usada como
carnada para ir moldeando la sociedad que se proyecta detrás de esa
criminalidad. La mujer es danza, es placer a la vista o para satisfacer
la pasión machista, para atrapar a los enemigos o para ser parte de una
red sexual.
Algunas de las bellas niñas negras, de
12 a 14 años son iniciadas sexualmente por los paramilitares, poco a
poco, la cadencia africana solo expresa movimientos sexuales, que se han
ido interiorizando en las pequeñas de no más de cinco años como réplica
de las mayores. Cuando pasa el tiempo de la satisfacción de los
paramilitares, ellas son desechadas o enrumbadas en el mundo del
comercio sexual que también ellos manejan, cuando no, algunas de ellas
son asesinadas. Es parte del control social.
Tanto como las vacunas. Los asesinados
entre ellas varias mujeres lo son por no haber pagado a los
paramilitares. No son más de dos dólares, pero que la gente no siempre
puede pagar, no siempre se gana lo que se espera, pero los paramilitares
eso no lo perdonan. En Buenaventura hasta las vendedoras de tinto
pagan, las que venden almuerzos, de lo contrario no pueden trabajar o
sobrevivir.
Pasear por los barrios de bajamar en
medio de nueve ríos es evidenciar que el derecho es la fuerza y la
exclusión. El agua es un derecho también negado. Los afrobonaverenses
viven rodeados de agua, para bañarse, para pescar, pero no cuentan con
agua potable, ni servicio de recolección ni de procesamiento de basuras.
El 80 por ciento de sus habitantes vive en la pobreza y el 63 por
ciento no tiene empleo cualquier ingreso vale la pena para sobrevivir,
incluso, el de vivir cortado o picando a otros seres humanos, no hay más
de dónde. Por Buenaventura circula un poco más del 50 por ciento del
comercio externo de Colombia que se
incrementaría con la Alianza el Pacífico. Según informes de prensa
Buenaventura reporta al país 4 billones y por el Sistema Nacional de
Participación se reciben en el municipio 300 mil millones en pesos.
Pero todas estas situaciones a la
tradicional corrupción se adoba con grandes edificaciones que se han ido
levantando en Buenaventura como preconizando el nuevo tiempo del
turismo y de la economía en donde los pobres se niegan o se ocultan o
donde los empobrecidos de bajamar reciben los desechos de quienes se
reposan y disfrutan de la vista al mar desde esas moles.
Son las mismas proyecciones en video beam que el gobierno colombiano
y local muestran a propios y extraños, hablan del progreso pero negando
la pobreza. Razón de más para que la reciente cumbre se hiciera en
Cartagena, en un gran centro de convenciones, en donde no entra la
pobreza o está se oculta para que todos los mandatarios limpien su buena
conciencia y sigan creyéndose a ellos mismos que están haciendo lo
mejor, y claro era Cartagena y no Buenaventura porque todavía la pobreza
no se ha invisibilizado.
Hiede la vida a muerte como hiede la
violencia en su barbarie, como hiede los deshechos anclados debajo de
las casas de madera, palafitos que resisten al tiempo.
Buenaventura es uno de los municipios más militarizados y con mayor presencia policial de Colombia. Sin embargo, la protección no es para sus habitantes; es para el comercio.
Aquí matan la gente a menos de 40 metros
de la presencia Naval en el punto conocido como Pueblo Nuevo, afirma un
líder comunitario de San José y los regulares dicen: “que no puede
hacer nada, que su función en cuidar la riqueza”. Esto ocurrió hace
pocas semanas cuando la gente fue en ayuda de los militares para evitar
que una persona fuera asesinada por paramilitares.
Para la gente es claro que ni la policía
ni los militares generan seguridad ni confianza. El reciente anuncio
del presidente Santos de mayor pie de fuerza para brindar seguridad se
recibe con escepticismo. Uno de los habitantes expresa que la policía no
hace nada porque se abstienen de ingresar a las calles secundarias de
los barrios en donde los paramilitares montan sus grupos, sus armas y
sus centros de tortura. La policía circula perimetralmente en esos
lugares como parte de un pacto, a veces implícito, a veces explícito.
La gente denuncia a los paramilitares,
sus lugares de ubicación y cuando regresa al sector, los paramilitares
ya saben quién los denunció. En otras ocasiones los ven departiendo con
los paramilitares llamados “La Empresa” o “Los Rastrojos”. Porque lo
cierto es que no hay tal confrontación con los Urabeños y Gaitanistas”,
estos ya no están en Buenaventura.
Los paramilitares enquistados en la
cotidianidad son la ley y el poder real en los barrios de bajamar, la
gente los identifica, los conoce, poco les habla, están allí en casas
que algunos pobladores, que no resistieron más y, abandonadas, estos se
las tomaron. Estas viviendas se convierten en su asentamiento, en el
espacio de control de los movimientos de la gente y en los espacios de
tortura. Esas mismas casas son las que usan para cortar en pedacitos,
para picar. La miseria de la gente es tanta que hasta partes de los
muertos se venden como carne de res.
Hace poco en el barrio San José un
habitante de la calle en una plaza de mercado tomó una bolsa congelada
en su interior, el vio carne, llegó a venderla en ese lugar bajamar. Un
poblador observó que el color de la carne era distinto al de la res,
algunos ya habían comprado una porción, era tarde, la habían consumido,
otros descubrieron la tetilla de un hombre. Desde ese día, algunos de
ellos se negaron a volver a comer carne. Así de cruel es la vida.
Allá, todo el mundo escucha pero nadie
puede hablar. El sonido del uso de armas blancas y de machetes con los
que desmiembran los cuerpos de sus víctimas atraviesan las paredes de
madera, los suplicios, las súplicas se escuchan, pero nadie puede hacer
nada, el que diga algo o su familia pueden correr la misma suerte.
Allí en estos barrios de bajamar se
proyecta un muelle turístico, como hace menos de 10 años donde ocurrió
la Masacre de Punta del Este, donde más de 10 jóvenes fueron asesinados
por paramilitares, y se generó un desplazamiento forzado, hoy existe
allí un moderno bodegaje de una empresa española. Al mismo tiempo,
varios de los barrios fueron perdiéndose para ser luego convertido en
centros de acumulación de carbón que viene de la Costa Caribe, más de
mil 400 kilómetros de distancia. Incluso, lo que hoy se llama Islote
Calavera será convertido en una ampliación de la sede de bodegaje de las
empresas carboneras.
Hay que recordar que en el 2000 y 2002
se produjeron en la carretera que conduce a Buenaventura tres masacres
con desplazamientos forzados, y es allí donde hoy se implementa la obra
de infraestructura de la Doble Calzada. Algo similar a lo que vivieron
las comunidades negras de Calima con el proyecto de ampliación de Agua
Dulce por el cual se les ha negado el derecho de propiedad total a las
comunidades. La empresa de facto privatizó la tierra y quemó más de 50
ranchos de uso tradicional de las comunidades.
Durante este año han sido asesinadas 56 personas en Buenaventura y 13 desaparecidas, de las muertes violentas, 13 son mujeres.
El ritual es interiorizado por todos.
Los jóvenes paramilitares trasladan a su víctima de un sector o de un
barrio a otro, lo llevan a pie, son siempre dos que se mueven en
silencio con sus tenis de alto costo, que miran de frente y en la mitad
de ellos quien va a ser asesinado o asesinada, lo llevan de la mano sin
mucho esfuerzo, sin cadena. Atraviesan calles y calles e ingresa a una
de las viviendas y allí empieza la tortura, hasta la muerte.
Alguna de las víctimas, que
recientemente logró sobrevivir a los machetazos, que no se ahogó en el
mar, fue recuperada por sus victimarios, se le colocó una piedra para
que ya “no jodiera más, y se ahogara”. En otros casos, como ha sido la
violencia paramilitar en el norte de Colombia, les han abierto las entrañas y les han colocado piedras para que se hundan.
Hay un centro de culto necrófilo, se
mira en la distancia, al que nadie se quiere acercar salvo los del
progreso. Es el islote “calavera”” antes llamado islote Margarita. Allí
revolotean por cientos los chulos, las aves de carroña cada vez que los
paramilitares arrojan el cuerpo sin vida de una de sus víctimas, es
también el cementerio de los desaparecidos forzados. Allí se proyecta el
progreso. Se pretende transformar el islote como parte de la cadena de
transporte de carbón de una multinacional.
Así es toda Buenaventura ahogada, negada
en su miseria por la imagen del progreso, un mundo imaginario que poco a
poco se hace realidad para el gran capital, un mundo que oculta lo que
hiede, la sangre pobre, la sangre negra, la vida negra, la esclavitud
moderna.
Comisión Intereclesial de justicia y Paz
http://justiciaypazcolombia.com/Herederos-de-la-esclavitud-en
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