En medio de la tormenta jurídica que se ha
desatado con los fallos de los tribunales sobre la suerte de Petro y el
rompimiento del ligamento trasverso de la rodilla izquierda de Falcao,
ha pasado casi inadvertida la sentencia del Consejo de Estado que ordena
que en zonas donde el orden público se ve afectado con frecuencia, “las
estaciones de policía deben tener una ubicación que no ponga en riesgo a
la población aledaña”. ¡Elemental!
La estrategia de las Fuerzas Armadas
y de Policía de “acercarse a la población civil” no puede consistir en
escudarse en ella, como ha sido denunciado por columnistas y por la
misma Corte Interamericana de Derechos Humanos. Más aún, el Derecho
Internacional Humanitario condena la utilización de escudos humanos
tanto de las fuerzas insurgentes como de las institucionales. El
pronunciamiento del tribunal tuvo como fundamento la destrucción de la
iglesia y de la alcaldía como consecuencia de un ataque de la guerrilla
al puesto de policía en Rondón, Arauca.
El caso no es excepcional; más
aún, es la regla. En los pueblos la Policía ubica sus cuarteles al lado
de edificios públicos como alcaldías y juzgados, o pared de por medio
con casas de civiles. El argumento oficial es que siendo un cuerpo “cuya
misión es defender la población civil”, debe vivir en ella como el pez
en el agua. El Ejército hace lo mismo en zonas rurales: acampa en las
escuelas y, cuando las desocupa, no es raro que algún soldadito olvide
dónde dejó una granada.
He visto con mis ojos en Zambrano, Bolívar,
niños de la escuela ayudar a la Policía a construir una trinchera.
Los
generales opinan que cumplirán la ley como siempre, pero que no se
imaginan los pueblos huérfanos de Fuerza Pública. Interpretación torcida
a su manera. El intrépido general Palomino ha declarado que no se irán
de las poblaciones porque no son cobardes y que lo que dice el fallo es
que se deben pagar los gastos a la parroquia de Puerto Rondón, cuya
iglesia quedó destruida en un demencial ataque del terrorismo. Para el
alto oficial, la Policía debe estar “incorporada” en la población civil y
constituir con ella un matrimonio indisoluble. Le faltó agregar que ese
matrimonio deja muchos hijos y no pocos muertos, como se vio en el
reciente caso de Pradera. Sería interesante saber la reacción de los
pobladores del barrio Los Rosales en Bogotá si al general Palomino le
diera por instalar un puesto de policía en una de las residencias de ese
exclusivo sector.
Es difícil imaginar que la tan mentada
población civil pueda contraer matrimonio con un cuerpo que, como la
Policía nacional, es denunciado todos los días por la corrupción de uno
de sus miembros y uno de cuyos órganos, el Escuadrón Antidisturbios
(Esmad), deja muertos y heridos por donde pasa.
El Esmad es odiado por
el pueblo no sólo por la violencia con que ataca a la gente, sino porque
lo hace para impedir toda protesta contra actos arbitrarios de la tan
alabada institucionalidad.
Hace pocos días, por ejemplo, resultó herido
de gravedad en Manizales Óscar Arturo Orozco, presidente de la CUT,
seccional Caldas, cuando encabezaba la protesta del sindicato de la
Central Hidroeléctrica de Caldas contra el congelamiento de las
negociaciones del pliego de peticiones. Una manifestación legítima,
lícita y pacífica, reprimida a sangre y fuego por el Esmad, que se ha
convertido en una especie de guardia pretoriana del Gobierno.
La sentencia del Consejo de Estado es un aporte real y concreto a la paz.
Justificada sentencia
Written By Unknown on domingo, enero 26, 2014 | domingo, enero 26, 2014
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