El 29 de noviembre de 1982 apareció en el barrio Bonanza de Bogotá el cadáver de Gloria Lara envuelta en una bandera con las siglas ORP. La entonces directora Nacional de Acción Comunal y asuntos indígenas había sido secuestrada cinco meses atrás. La cúpula militar arrebató la investigación a la justicia penal ordinaria y, solo un mes después de hallado el cuerpo, declaró culpables a una veintena de militantes de izquierda sin que el juez hubiera encontrado méritos para llamarlos a juicio previo y sin haber hallado pruebas que los sindicasen. Detenciones arbitrarias, tortura, clandestinidad, desapariciones; todos ellos vivieron un calvario que condujo a algunos al exilio.
El Ministro de Defensa, General Fernando Landazábal y el Director de la Brigada de Institutos Militares, BIM, General Hernando Díaz Sanmiguel irrumpieron el 28 de diciembre de 1982 en los medios colombianos para anunciar que tenían a los autores del secuestro y asesinato de Gloria Lara cuyo cadáver había aparecido un mes antes. El jefe de la BIM mostró un organigrama de militantes de izquierda y antiguos activistas de la Organización Revolucionaria del Pueblo, cuyas siglas, ORP, coincidían con las de la bandera que había envuelto el cuerpo inerte de Gloria Lara. El alto mando militar enseñó también ante las cámaras un video en el que un hombre joven, con importantes señales de tortura, confesaba pertenecer a la OPR y se auto implicaba y responsabilizaba a sus compañeros de militancia de haber perpetrado el horrendo crimen. Esa ORP, de la que efectivamente hicieron parte los acusados, no era una banda criminal sino una organización ligada al movimiento campesino liderado por la ANUC (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos) y que había desaparecido del paisaje político años atrás luego de una fuerte lucha política interna.
Hernando Franco, el supuesto autor intelectual.
Dígales a esos muchachos que pueden estar tranquilos, que la investigación va por otro lado, respondió el procurador Carlos Jiménez Díaz a un alto dirigente de FECODE (Federación Colombiana de Educadores) a quien habíamos contactado para esclarecer cualquier posible malentendido que nos vinculara con los autores de ese crimen porque la bandera de la ORP sobre el cadáver de Gloria Lara nos daba mala espina. Yo sí había pertenecido a la extinta ORP pero porque era un revolucionario, maoísta, que había estudiado en Francia y liderado el trabajo de organización campesina a nivel nacional, yo fui uno de los dirigentes de izquierda que a nombre de Democracia Popular participó en las elecciones del 82 junto a un mosaico de organizaciones marxistas, trotskistas e, incluso, liberales. En fin, yo no era un criminal y la ORP nunca fue una banda de secuestradores y asesinos sino una de las vanguardias del movimiento campesino..
Pero pocos días después de la cita con el Procurador ocurrió algo aterrador. Desapareció en Bogotá, Tadeo Espitia, un muchacho que hacía parte de nuestro trabajo de organización barrial. Los vecinos contaban que vieron como lo habían sacado de la casa y metido a la fuerza dentro de un taxi. Luego se supo que era el mismo vehículo que estaba bajo custodia de la Brigada de Institutos Militares y en el que secuestraron a Patricia Rivera, sus dos hijas y Marco Antonio Crespo, de 74 años, las únicas personas sin militancia alguna a las que también vincularon con este crimen y cuyos rastros desaparecieron para siempre.
Ahí empezó la caza de Brujas. Varios compañeros de nuestra organización política fueron detenidos arbitrariamente por los militares. Dos semanas después, el 28 de diciembre, vi a Tadeo Espitia en televisión, completamente desfigurado y confesando que yo era el autor intelectual del secuestro y homicidio de Gloria Lara. En esa puesta en escena que hizo la jerarquía militar sobre el caso, se decía que habíamos hecho el plagio en un Renault 4 blanco de mi propiedad y la verdad es que ese carrito yo lo había vendido muchos meses antes de ese secuestro. Dijeron que al principio guardamos a Gloria Lara en una casa de inquilinato y que luego la habíamos tenido en cautiverio en la casa de mi familia, con mi mujer y mis hijos. Imagínese eso, qué hace uno ante semejante relicario de calumnias insensatas dichas por los mas altos mandos militares!
Apenas tuve unas horas para avisarle a mi esposa Inés y a la madre de mi primer hijo que debía esconderme. Duré siete meses oculto en casas de amigos muy solidarios que arriesgaron su libertad y hasta sus vidas por ayudarme. Meses después pude estar con mi compañera pero, por seguridad, era imposible ver a nuestros hijos. Recuerdo que durante varios meses, vivimos prácticamente sobre la cama del cuartito de un amiga que nos escondía en su departamento. Como ella vivía sola, desde el momento en que salía a su trabajo y hasta que regresaba en la noche no podíamos hacer ningún movimiento que delatara a los vecinos nuestra presencia. Solo en un par de ocasiones pudimos tomar el sol camuflados entre las sábanas blancas que ella colgó en la terraza.
-Por qué cree que los eligieron a ustedes para endilgarles ese crimen?
Las razones por las que la banda de Murcia –que son los verdaderos autores de este crimen- escogió la sigla ORP en su bandera las desconozco . Pero cuando los militares vieron esas siglas sobre el cadáver de Gloria Lara decidieron utilizar el caso para tratar de recuperar su prestigio que estaba empañado por las graves acusaciones en su contra sobre los lazos con el narcotráfico y sus mafias. Así y por cuenta propia, los militares se volvieron los investigadores de un proceso civil. Fueron a sus archivos y ordenaron la captura de todos los que en ellos aparecían como miembros de la ORP. Y a los que lograron capturar, los torturaron y les hicieron confesar un guión lleno de errores y de contradicciones.
En el momento de los hechos, el gobierno de Belisario Betancourt se encontraba negociando la paz con el M-19. Los militares se oponían a este proceso. Así que nos usaron para mostrar al país que la izquierda era cruel y asesina y no digna de un proceso de paz.
Este caso lo utilizó y lo sigue utilizando la extrema derecha en el marco de lo que se podría llamar la «teoría de los dos demonios ». En ocasiones los militares admiten que han cometido atrocidades, pero nuestros opositores de izquierda han cometido peores, replican de inmediato y, entonces, nos citan. Aunque no hayamos sido nosotros y aunque en 1992 un juez nos haya absuelto de los cargos, se sirven de nosotros para excusar sus actos y para indignarse de la supuesta impunidad de la que goza la izquierda. Con nuestros nombres se exculpan de sus crímenes.
-Hace treinta años que Usted vive en exilio en Francia. Durante ese tiempo, un juez sin rostro dictó una sentencia absolutoria a favor de ustedes pero que, meses mas tarde, el Tribunal Superior de Orden Público revocó y remplazó por una condena a 28 años de cárcel para algunos y 12 para otros. En 1998, la Corte Suprema de Justicia cerró el caso por prescripción de la acción penal y dejó sin validez la condena del Tribunal. Es decir, ustedes son inocentes pero sin que se les haya declarado como tal.
- Sí, por eso es que recordar lo que nos pasó no es llanto de viuda. Se trata más bien de la denuncia de un emblemático falso positivo judicial. Pero sabe una cosa? A Nosotros nos pudieron quitar todo menos lo bailao. Y qué es lo bailao? En mi caso es ver a un pueblo humillado que se levanta a luchar, hombres y mujeres armados de dignidad, a ellos los pude ver en el movimiento campesino. La otra cosa que no me pueden quitar es haber hecho parte de un “nosotros”, compartir con un colectivo los sueños, ese sentimiento de pertenecer a un proyecto común, saber que “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”.
Miguel Ángel, el supuesto chofer.
A Miguel Ángel Vargas lo llamaban Petete sus compañeros de militancia política. Por la época en que ocurrió el secuestro de Gloria Lara, Miguel Ángel tenía 23 años y andaba pegando afiches, alfabetizando campesinos y echando discursos en las Plazas de los pueblos de Cundinamarca y en las asambleas estudiantiles. La noticia aciaga lo agarró sentado frente al televisor en la casa de unos amigos: “Descubierta la banda que asesinó a Gloria Lara: la ORP”. Miren, ese es Petete, gritaron los niños cuando reconocieron el rostro de Miguel Ángel señalado por el General Hernando Díaz Sanmiguel como el chofer del Renault 4 blanco en que fue secuestrada Gloria Lara.
Miedo. Sentí mucho miedo al ver en la pantalla a Tadeo, terriblemente golpeado, confesando que él le había pegado dos tiros a Gloria Lara dentro del automóvil que yo conducía. Después supimos que los once días en que Tadeo estuvo desparecido los pasó soportando la violencia de los interrogatorios en la Brigada de Asuntos militares y no en un juzgado frente a abogados – como lo indica el debido proceso- sino en presencia del juez 47 de instrucción criminal, Luis Eduardo Mariño. Supimos que Mariño había sido nombrado arbitraria y repentinamente y que fue Mariño quien, una vez nombrado, dictó las órdenes de captura de nuestros compañeros. Supimos también que Tadeo resistió a la crueldad de las torturas y vejaciones que le infligieron en la Brigada hasta el día que escuchó los gritos de una mujer suplicando que no la lastimaran más y sus verdugos le dijeron que era su madre. Entonces aceptó confesar todo lo que ellos le ordenaron que confesara mientras lo filmaban.
Con el tiempo y mientras andaba escondido o ya en el exilio, Miguel Ángel fue constatando las incoherencias y contradicciones de la versión en contra suya y de sus amigos elaborada por los mandos militares. En primer lugar, hubo prejuzgamiento pues la cúpula militar los declaró culpables sin haber sido previamente procesados, juzgados, ni declarado en su contra sentencia alguna. Las únicas pruebas en que se basaron los militares fueron las inculpaciones “bajo tortura” de dos militantes de izquierda detenidos arbitrariamente (Tadeo Espitia y Freddy Rivera) y las declaraciones del detective José Vicente González quien aseguró que un informante “de identidad desconocida” le había revelado que los miembros de la ORP eran los autores del crimen de Gloria Lara.
En el expediente que alcanzó a llevar la justicia penal antes de que los militares se apropiaran de la investigación hay testimonios de testigos del secuestro de Gloria Lara que aseguran haber visto que la plagiaron en un Renault 12 azul seguido de un campero y, en ningún momento, mencionan el Renault 4 blanco del que hablan los militares que nos achacaron el crimen. El chofer de Gloria Lara dice que los secuestradores se dirigieron hacia el norte de la ciudad, que a él lo hicieron bajar a la altura de la calle 72 y que continuaron la ruta en la misma dirección. Según la versión que nos inculpó, tras secuestrarla nos dirigimos hacia el sur de la capital rumbo a la casa de Hernando e Inés. Los militares dijeron que Gloria Lara fue violada y que estaba embarazada, en el expediente de la justicia penal se descartan las dos situaciones. Los peritos comprobaron que recibió un tiro y no dos como se vio obligado a confesar Tadeo.
Tres meses llevaba escondido Miguel Ángel cuando fue secuestrado el funcionario de la Texaco Kenneth Bishop. Nuevamente la ORP reivindicaba el plagio. Y en la casa donde estuvo cautivo Bishop se hallaron banderas y pancartas de esa presunta organización de izquierda que también se había atribuido el secuestro de Gloria Lara. A partir de una denuncia, los organismos de seguridad dieron con los autores del plagio de Bishop: no eran militantes de izquierda sino una banda de delincuentes comunes liderada por el ex juez de Caicedonia, Iván Darío Murcia.
En el allanamiento a la casa del barrio las Ferias de Bogotá donde estuvo secuestrado Bishop se encontraron fotos de Gloria Lara, armas del mismo tipo que se utilizaron en ese crimen y una máquina de escribir que presentaba la misma falla en el teclado que aquella con la que se escribieron los comunicados enviados durante su rapto. En los 48 allanamientos que nos hicieron a nosotros, nuestras familias, los amigos y amigos de nuestros amigos nunca hallaron ni un arma, ni una sola prueba que nos vinculara al caso Lara. La amante de Iván Darío Murcia, que fue quien lo denunció, contó que cuando él se enteró que nos habían incriminado en el secuestro y homicidio de Gloria Lara decía entre risas burlonas “pobres güevones, ellos no tienen nada que ver con eso”. Después de ser liberado, Kenneth Bishop narró que los secuestradores le mostraron fotos de Gloria Lara y lo amenazaron con correr con el mismo destino que ella corrió si no pagaba por su rescate. Le dijeron también que estaba durmiendo en la cama que ella durmió mientras estuvo secuestrada. Además, pidieron la misma suma en los dos casos. Sin embargo, Murcia y sus secuaces están libres.
Las evidentes coincidencias entre el secuestro de Gloria Lara y el del funcionario de la Texaco fueron silenciadas por los militares y la Policía, al punto que en su columna publicada en El Tiempo, el 25 de agosto de 1983, el periodista Enrique Santos Calderón llamó a hacer una « revisión necesaria » del caso Lara insistiendo en que el F-12 no se atrevía a decir que los autores del secuestro de Bishop – delincuentes comunes de cuello blanco, dirigidos por un ex juez de la República – eran los mismos del de Gloria Lara, pues eso suponía reconocer la inocencia de las nueve personas ya condenadas por este último crimen y, peor aún, desmentir a la BIM. (ver columna Contraescape de Enrique Santos Calderón, publicada en El Tiempo el 25 de agosto de 1983).
En octubre de ese mismo año, el juez 16 superior de Bogotá, Enrique Alford Córdoba, decretó autos de detención contra los miembros de la banda del ex juez Iván Darío Murcia y derogó los autos de detención contra los imputados por los militares en el caso Gloria Lara ordenando también la libertad inmediata de los inicialmente implicados con este último crimen. Pasaron tres años antes de que empezara el juicio contra la banda de Murcia por el caso Bishop y el secuestro y asesinato de Gloria Lara, pero rápidamente el tribunal Superior rompió el vínculo entre esa banda de delincuentes comunes y el caso Lara. Poco después, Murcia escapó de la cárcel Modelo y otros dos miembros de la banda quedaron libres por vicios de procedimiento.
-Hay dos elementos singulares en esta historia. Primero, la banda de Murcia, que es pura delincuencia común, utilizó la sigla de la entonces extinta ORP que correspondía a una organización política de izquierda legal a la que usted perteneció. De otra parte, se trasluce un empeño ciego de los militares y cierto sector de la justicia por incriminarlos a ustedes.`
Mire, mi teoría es la del infortunio. Es posible que la banda de Murcia conociera de la existencia de la ORP y que hubiera recurrido a ella para reivindicar sus fechorías. Y pese a que la revista Semana había aclarado que la ORP era una organización disuelta del movimiento campesino y pese a que nosotros aclaramos que nuestra ya inexistente ORP no tenía nada que ver con el crimen de Gloria Lara, el infortunio hizo que los sectores militares enemigos de la paz que en ese momento se negociaba entre el Gobierno y el M-19 aprovecharan esa sigla para mostrar eficacia y desprestigiar a la izquierda presentándola como un sector capaz de cometer los más oprobiosos crímenes.`No hay que olvidar que el entonces Ministro de defensa, general Landazábal, el mismo que nos inculpó sin pruebas ante la opinión pública, fue el mas férreo opositor a ese proceso de paz a tal punto que el presidente lo llamó a calificar servicios.
Siempre se han servido de nosotros.. Recuerde que el ex presidente Uribe nos mencionó en varias ocasiones como un caso crapuloso para tapar las denuncias de asesinatos a líderes de izquierda que ocurrían en su mandato. Su hermano, Santiago, llegó a decir que Gustavo Petro estaba vinculado al caso de Gloria Lara. Y en el 2009, el procurador Alejandro Ordóñez solicitó a la Corte Suprema de justicia la reapertura del caso, que había prescrito diez años antes, por considerarlo delito de lesa humanidad y, en consecuencia, imprescriptible. Una demanda que la Corte Suprema rechazó.
Inés, la dueña de la supuesta “casa del pueblo”.
La casa quedaba en uno de esos barrios de la clase media bogotana de arquitectura homogénea, con grandes antejardines y amplios patios traseros. Ninguna de las puertas tenía chapa porque hasta hacía poco había funcionado allí un jardín infantil y debía evitarse que los pequeños quedaran encerrados. En el patio de atrás, el abuelo había construido en madera una casita de muñecas del tamaño de la nieta, con huecos como ventanas, una puerta sin cerradura y en la que no había espacio para un adulto. Dijeron que ahí habíamos mantenido encerrada a Gloria Lara. Cuando escuché esa calumnia sentí que nos habían profanado lo más íntimo, dice Inés Acosta al recordar el momento en que se enteró por los medios que estaba acusada de ser la dueña de “La casa del pueblo” donde supuestamente estuvo secuestrada Gloria Lara.
Hasta ese día Inés era una psicóloga dedicada al trabajo con mujeres campesinas y que tiempo atrás había dirigido con la Unicef y el instituto Bienestar familiar, ICBF, la creación de Hogares Infantiles a lo largo y ancho del país. Venía de una familia de dirigentes del Partido Comunista perseguidos que llegaron a Bogotá huyendo de atentados de muerte y de ellos había heredado la rebeldía y la voluntad de justicia que la convirtieron desde edad temprana en una militante de izquierda. Pero de un momento a otro, el discurso castrense la transformó en una criminal.
Me quedé sola con mi hijita de siete años y mi bebé nacido un par de meses antes. A Hernando, mi compañero, lo acababan de acusar de ser el autor intelectual del crimen y, en cosa de horas, tuvo que esconderse. Los otros compañeros imputados injustamente hicieron lo mismo. Muchos de los amigos tenían miedo de ayudarnos y contactarlos resultaba, además, un peligro para ellos. Se decía que los militares estaban preparando una arremetida brutal… y así fue. Inés hace una pausa y empieza a narrar el horror vivido ese 28 de diciembre de 1982.
Tuve la suerte de contar con un amigo filósofo que me ayudó a sacar en la noche a los niños de la casa y llevarlos a donde mi madre. Horas mas tarde, los militares allanaron mi hogar, destruyeron todo y se llevaron para la Brigada de Institutos Militares a la niñera a quien encontraron, presa de pánico, escondida dentro de la alberca. En la madrugada, irrumpieron en el edificio donde vivía mi madre, pero ella, en un reflejo atávico de un pueblo que ha vivido siempre en guerra, alcanzó a tocar la puerta del vecino y él, sin preguntarle nada, la hizo entrar con rapidez para esconderla y camuflar a mi niña en medio de sus hijos que ya dormían. Los soldados encontraron en el departamento de mamá al resto de mi familia y a mi bebé. No sé quién, tal vez el mismo vecino, llamó a un pariente médico para alertarlo sobre la situación y éste se las ingenió para llegar con una ambulancia y rescatar al niño de manos de los militares argumentando que venía a llevarse a un bebé que se estaba deshidratando. Y le funcionó el cuento. Después supe que ese mismo día mi madre se fue a Cali en piyama, apenas cubierta con un abrigo y con mi niña agarrada de su mano. Allí estuvieron refugiadas mucho tiempo.
Inés pasó varios meses escondida de casa en casa de amigos mientras sus dos hijos aprendían prematuramente y por la fuerza de la desventura los avatares de la clandestinidad. Cuenta Inés que el pequeño, que apenas iba a cumplir un año, estuvo encubierto por varias semanas donde una tía y que, cada vez que la casa iba a ser allanada o que se evidenciaban movimientos sospechosos en la calle, ella pasaba al niño por el muro del patio a la casa vecina donde lo protegían hasta que se disipaba el peligro.
Me costó mucho hacerme a la idea de que debía abandonar el país pero me costó más aceptar que, por razones de seguridad, tenía que hacerlo sin mis hijos. Es que yo no concebía el exilio sin mis niños. Cuando me resigné a la idea, pedí verlos. Una amiga del alma nos prestó su casa y tuvimos que montar un estricto dispositivo de seguridad para ese cita. Llevábamos ya muchos meses separados y el reencuentro fue muy duro. Mi hija se había transformado en un ser dócil, no musitaba palabra y tenía la mirada de una niña regañada… es que estaba adiestrada a hacer todo lo que se le decía para burlar el peligro. El niño no me reconoció y se aferró a la falda de la abuela, pero giraba la cabeza en dirección mía cada vez que escuchaba mi voz. Era lo único de mi que había sobrevivido en sus recuerdos.
Hace treinta años que Inés salió del país y durante los primeros meses estuvo en un campo de refugiados en Paris lejos de sus hijos. Nunca ha regresado a Colombia seguramente porque todo ese tiempo no ha sido suficiente para borrar las secuelas que dejó en su alma la infamia de haber sido inculpada de un terrible crimen con el que nada tuvo que ver.
-Qué ha sido lo más duro de toda esta historia?
El impacto que tuvo en los niños. El ver a mi hija correr aterrorizada la primera vez que los bomberos llegaron a nuestra casa de Paris, durante su visita tradicional navideña, y ella creyó que venían a capturarnos. En los primeros meses, el más pequeño decía solo cinco palabras, la niña era taciturna y la maestra del hijo mayor de Hernando estuvo convencida de que se trataba de un niño mudo. Nuestros hijos perdieron la voz en medio de esa horrenda historia que padecieron y aquí tuvieron que recuperarla en una lengua diferente. Mire, cuando uno es una madre en el exilio se ve forzada a acomodarse a la brava a una cultura distinta, muchas veces adversa, y en esa lucha uno le exige mucho a los hijos. Es una experiencia muy dura e injusta para ellos.
Víctor Rojas, culpado por intento de sospecha
Es la hora en que Víctor Rojas no sabe a ciencia cierta cuál es el cargo exacto que se le imputó en el crimen de Gloria Lara. Lo que si es cierto es que, desde que apareció en el organigrama de los culpables presentado por la cúpula militar, Víctor tuvo que dejar atrás el código civil colombiano, la dialéctica marxista, el trabajo barrial y las parrandas en Café y Libros para refugiarse en Suecia. A esa esquina fría del mundo llegó hace treinta años.
Algunos amigos míos y yo fuimos vilmente acusados por la cúpula militar colombiana de un crimen atroz. Los motivos de esa acusación aún no los puedo entender a pesar del paso del tiempo. Lo único claro es que con esa acusación nos obligaron a vivir una vida jamás soñada, lejos de nuestras familias. Y créase o no, todo lo que se hace obligado, por más fructífero que sea, siempre tiene el sabor de la derrota.
Småland quiere decir en sueco pequeño país. Es allí donde Víctor Rojas ha echado sus nuevas raíces escribiendo en un idioma ajeno que cada vez le pertenece más. Escribe historias de exilio, burlonas y desenfadadas, que le han merecido un rosario de galardones literarios cuya última cuenta es el Premio de la Academia Sueca, el mas importante que otorga el país escandinavo a un escritor después del Nobel.
Hace un lustro que decidió contar su propia historia: la del adiós forzado por la calumnia. Y lo hizo como solo él puede hacerlo: a través de la literatura. Acaba de poner el punto final a este relato que lleva por título “Juego de Escorpiones”. Es la palabra escrita que deja como prueba de su inocencia y la de sus amigos en el crimen de Gloria Lara. Eso me basta, dice Víctor.
Con la presentación de la novela doy por terminado el exilio. Quiero vivir donde me plazca, hacer las cosas que me gustan, actuar de acuerdo a lo que considero justo y noble… El exilio es el estado de derrota en el que viven los poetas. Y yo acá me despojo de mi capa de invierno zurcida con treinta derrotas, una por año.
Jotaele, culpable por haber amado
Jotaele llegó a la izquierda llevado por el amor. Pero muy pronto abandonó su corta militancia porque el amor por esa muchacha menuda de jeans y pelito rubio no le alcanzó para soportar las largas reuniones con los “compañeros” que hablaban de Mao, Lenin y otras palabrejas incomprensibles. Un día del mes de diciembre de 1982, cuando el trabajo de masas y los amoríos con “la monita” apenas si burlaban el olvido, los militares allanaron su casa, violaron la intimidad de ese hogar tan humilde como pueden serlo los del sur de Bogotá y, aunque no encontraron ningún indicio que vinculara a Jotaele con el crimen de Gloria Lara, se lo llevaron arbitrariamente para la Brigada de Institutos Militares.
Tres días después, la madre de Jotaele vio a su hijo en los noticieros de la televisión, con el rostro prácticamente desfigurado y sindicado de haber sido el hombre que condujo el automóvil en el que fue secuestrada Gloria Lara. El mismo cargo que le habían imputado a Miguel Ángel.
Aunque Jotaele no sabía conducir, a la madre le quedaba difícil creer que los militares mintieran y que en los noticieros se contaran calumnias como verdades. Llamó a su hijo mayor quien, ante el impacto de la noticia, sufrió un ataque que lo dejó sin conocimiento. Cuando lo recuperó, se vio tendido en una camilla de hospital, con una aguja aguijoneando su brazo y una máscara de oxígeno sobre el rostro. Quién sabe si fue el horror de verse allí sin recordar nada o el horror de recordarlo todo lo que hizo que saliera corriendo y se arrojase al vacío a través de un gran ventanal. La caída dejó al hermano de Jotaele paralítico de por vida y Jotaele perdió la razón para siempre a causa de los choques eléctricos, las palizas, las asfixias y el sinnúmero de torturas que le propinaron en la Brigada de Institutos Militares. Nunca se supo mas de él. Sus pasos se perdieron camino al exilio.
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