Por: Alfredo Molano Bravo
Se cayó la modificación del fuero militar que autorizaba el blanco legítimo, una manera de legalizar el asesinato oficial.
Todas las falacias y los fariseísmos que han soltado a favor del fuero no tienen un significado distinto al de evidenciar un hecho simple: el poder Ejecutivo no tiene mando, como se consigna en la Constitución, sobre el poder armado. La tesis de que el presidente es el jefe supremo de las FF.AA. es una ficción jurídica. Santos tendrá que prometerles lo que pidan para poder hablar con la guerrilla y tendrá que darles cielo y tierra para poder firmar el acuerdo, si es que lo dejan llegar allá. Y no es que lo vayan a tumbar. No lo necesitan: un ruidito basta. Recuérdese la que le hicieron a Belisario “defendiendo la democracia”. Santos ha aceptado el juego. Es un político pragmático. Dirá con más estilo, claro está, lo que Maduro dice a sus generales: pidan... pero déjenme el andamio quieto. En la convención uribista se podrá calibrar qué piden por el arreglo. Porque esas fuerzas y las otras son íntimas del alma y del bolsillo. Podremos saber cuánto vale en términos de paz el desafuero que la Corte cometió.
La Corte no podía dejar pasar, así fuera por diez minutos, la burla de los que hacen las leyes al reglamento del Congreso, es decir, su propia ley. El pato lo pagarán en La Habana. No tanto las Farc como el equipo negociador, al que ya también —Garzón y Cristo— le están apretando la clavija. Embarazoso sobre todo para Humberto de la Calle, que está bien aburrido y de ñapa tendrá que enmendar la plana. Al fin, es el precio que hay que pagar por respetar la ley. Roy Barreras —en aquel momento transitando del uribismo al santismo— siempre anda de afán como cirujano pobre, no miró el reloj y, tampoco, según parece, el reglamento. El fuero se le cayó como a Villegas Moreno, mentor de Uribe, el edificio Space de Medellín. El uribismo está acostumbrado a pasarse por la faja toda ley, incluida la de la gravedad. No siempre le salen bien los tiros.
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