Por Marta RuizRevista SEMANA.
OPINIÓN. El muro de Macayepo no es más que un ejemplo de la manera como se hace el desarrollo rural en Colombia. Las entidades del Gobierno ejecutan obras de cualquier manera.
Macayepo
es un pueblito enclavado en los Montes de María rodeado por un arroyo
transparente y sonoro en cuyas orillas crecen majestuosos caracolíes y
que de vez en cuando, en inviernos fuertes, se crece y lo inunda todo.
La gente vivía hasta hace poco del aguacate, pero
más de 5.000 hectáreas se han muerto por un hongo cuyo
origen y cuyo remedio todavía se desconocen. Esto significa que
Macayepo es un pueblo en dificultades. Y no de ahora. Como tantos
pueblos de esa región, también fue azotado por la violencia durante casi
dos décadas y vivió un desplazamiento total de la población durante
cuatro años.
Desde el 2004 la gente está regresando y ahora hay cerca de mil personas. Viven felices con el retorno. Y es que pocos lugares de la costa se dan el lujo de tener un arroyo donde los niños juegan y pescan en las tardes, la gente se baña, lava la ropa y hasta se beben el agua si no hay más; y es el lugar donde los burros, que tanto le ayudan a la gente, se refrescan después de sus largas jornadas.
La gente de Macayepo nunca se imaginó algo así y alcanzaron a revirar, pero no sirvió de nada. ¿No querían un muro? Pues ahí tienen su muro. Que no digan que el Gobierno no les cumplió. Terminaron por callarse. “Al fin y al cabo, los ingenieros son los que saben de eso”, dicen resignados.
El muro de Macayepo no es más que un ejemplo de la manera como se hace el desarrollo rural en Colombia. Las entidades del Gobierno, que manejan cifras y no realidades humanas, contratan “operadores” que ejecutan las obras de cualquier manera, sin tener en cuenta lo que piensan, desean y, sobre todo, lo que saben las comunidades. Actúan con la lógica de que a caballo regalado no se le mira el diente. Y la gente, necesitada como está, recibe lo que le llega, como le llega.
Eso ha pasado en todo el país, incluso en Macayepo, con las viviendas rurales que se construyen como cajas de fósforos asfixiantes en las que nadie quiere vivir, pues los diseños no se adaptan ni al clima ni a los hábitos de la gente. Es el resultado de soluciones que los “operadores” tienen estandarizadas y que les sirven sea para el páramo de Pisba o para Buenaventura.
Lo peor es que el sistema de subcontratar “operadores” de proyectos llegó también a la educación. Muchas Gobernaciones contratan entidades privadas para que “presten el servicio” en las zonas rurales, y así sacarle el cuerpo a la ampliación de la nómina de maestros. El impacto en la calidad de la educación es nefasto. No hay continuidad ni proyecto pedagógico que sobreviva a este modelo.
Y así en muchos campos, la intervención del Estado se hace casi siempre a través de terceros, con mala calidad en lo social; dispersa porque cada entidad va por su lado; arrogante porque no consulta en serio a las comunidades, y sin sostenibilidad porque la gente nunca logra apropiarse de las obras.
La gente vivía hasta hace poco del aguacate, pero
Desde el 2004 la gente está regresando y ahora hay cerca de mil personas. Viven felices con el retorno. Y es que pocos lugares de la costa se dan el lujo de tener un arroyo donde los niños juegan y pescan en las tardes, la gente se baña, lava la ropa y hasta se beben el agua si no hay más; y es el lugar donde los burros, que tanto le ayudan a la gente, se refrescan después de sus largas jornadas.
Hace unos meses el
presidente Juan Manuel Santos estuvo allí y, muy al estilo de Álvaro
Uribe en sus consejos comunitarios, les preguntó qué necesitaban, que lo
que pidieran les sería concedido. “Un muro de contención para el río”,
respondieron. Y efectivamente, el muro se está haciendo. El problema es
que se trata de una muralla de 500 metros de largo por casi cuatro de
alto, vaciada en concreto, que aisló por completo el pueblo de su
arroyo.
La gente de Macayepo nunca se imaginó algo así y alcanzaron a revirar, pero no sirvió de nada. ¿No querían un muro? Pues ahí tienen su muro. Que no digan que el Gobierno no les cumplió. Terminaron por callarse. “Al fin y al cabo, los ingenieros son los que saben de eso”, dicen resignados.
El muro de Macayepo no es más que un ejemplo de la manera como se hace el desarrollo rural en Colombia. Las entidades del Gobierno, que manejan cifras y no realidades humanas, contratan “operadores” que ejecutan las obras de cualquier manera, sin tener en cuenta lo que piensan, desean y, sobre todo, lo que saben las comunidades. Actúan con la lógica de que a caballo regalado no se le mira el diente. Y la gente, necesitada como está, recibe lo que le llega, como le llega.
Eso ha pasado en todo el país, incluso en Macayepo, con las viviendas rurales que se construyen como cajas de fósforos asfixiantes en las que nadie quiere vivir, pues los diseños no se adaptan ni al clima ni a los hábitos de la gente. Es el resultado de soluciones que los “operadores” tienen estandarizadas y que les sirven sea para el páramo de Pisba o para Buenaventura.
Lo peor es que el sistema de subcontratar “operadores” de proyectos llegó también a la educación. Muchas Gobernaciones contratan entidades privadas para que “presten el servicio” en las zonas rurales, y así sacarle el cuerpo a la ampliación de la nómina de maestros. El impacto en la calidad de la educación es nefasto. No hay continuidad ni proyecto pedagógico que sobreviva a este modelo.
Y así en muchos campos, la intervención del Estado se hace casi siempre a través de terceros, con mala calidad en lo social; dispersa porque cada entidad va por su lado; arrogante porque no consulta en serio a las comunidades, y sin sostenibilidad porque la gente nunca logra apropiarse de las obras.
Es plata perdida que, sin embargo, sigue engrosando las ejecutorias con las que los gobiernos sacan pecho.
Este es el arroyo que rodea a Macayepo.
Muro que ahora rodea a Macayepo.
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