Por: Alfredo Molano Bravo
LA FRONTERA DE VENEZUELA CON Colombia está cada día más crispada. No tanto como durante la barbarie de Uribe, aunque lo que él hizo tiene su peso en la actualidad. Todos nos criamos oyendo hablar de los matutes de juguetes, tenis y aparatos que llegaban al país por La Guajira.
La situación fue cambiando
hasta que se volteó del todo. El bolívar se devaluaba en la medida en
que el gobierno Chávez invertía en subsidios salariales, vías, vivienda,
hospitales, colegios, y en que nuestra guerra lo obligaba a comprar
fragatas, aviones, fusiles, cañones. De la corrupción no se puede hablar
porque esta ha sido una tradición de Estado. Total, hoy la mano de obra
ya no va a trabajar a Venezuela y el contrabando de alimentos y
combustibles cambió de dirección: viene de Venezuela a Colombia. ¡Y en
volúmenes astronómicos! La cola para pasar de Cúcuta a San Antonio mide
kilómetros. Los colombianos cruzamos el puente del Táchira en tropel
para ir a comprar alimentos; parecemos nubes de langosta que revolotean,
caen y acaban con lo que hay en las tiendas del Estado que, como se
sabe, venden a precios subsidiados. Los anaqueles y depósitos quedan
vacíos, los empleados exhaustos y la gente quejándose por el
desabastecimiento. Los precios se trepan a las nubes. No se encuentra la
famosa harinapán con que se cocinan las charapas —arepas insustituibles
en la dieta del venezolano—, ni el papel higiénico, tan socorrido y
que, dicho de paso, es la única bandera ideológica de la oposición
contra Maduro. En ese río revuelto aparecen los astutos mercachifles que
venden caro en Colombia lo que compran barato en Venezuela. Un
verdadero carrusel.
Lo peor es el contrabando de
combustibles. Entra al país por todo camino, carretera o puente; a pie,
en bicicleta, en moto, en camión. Una especie de oleoducto a buches. Una
cadena de la que viven cientos de pimpineros y con la cual se
enriquecen miles de policías y guardias, agentes secretos y altos mandos
de allá y de aquí. La razón es simple: cinco galones, el full de un
carro normal, cuestan en Colombia 45 dólares, y allá sólo un dólar. Es
más cara el agua que la gasolina. La diferencia se explica porque el
gobierno bolivariano subsidia el combustible para mantener bajos los
precios y nuestro gobierno lo eleva para sostener su economía de guerra.
Las colas en las gasolineras de toda la frontera son tan largas como
las colas para comprar comida barata en la misma frontera. La gasolina
que entra de contrabando a Colombia se lleva al Táchira y al Zulia de
contrabando para venderla de donde salió. La vuelta del bobo que
enriquece a los vivos.
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Alfredo Molano Bravo | Elespectador.com
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