Por: Lisandro Duque Naranjo.
Hay 842 exoficiales y exsuboficiales del Ejército colombiano al servicio de los Emiratos Árabes. La mayoría de ellos —lo de “mayoría” lo digo por si las dudas, pues en realidad como que son todos—, renunciaron a las filas locales y se fueron a buscar salarios varias veces superiores a los de acá.
Esa venta de destrezas bélicas en
otras patrias, obviamente, se llama mercenarismo. Sería desconsiderado
decir que por fortuna quienes lo ejercen ya no están aquí, pues hay que
apiadarse de las víctimas lejanas contra las que actúan esos coterráneos
con semejante nivel de conciencia. También es inquietante que esas
destrezas las hayan adquirido con plata nuestra, ya que el presupuesto
de guerra da hasta para eso.
Y
aunque en lo económico no hay afectación a nuestro patrimonio público,
es muy lamentable que el ejército español tenga 2.633 jóvenes
colombianos, algunos de los cuales han perecido en las aventuras
internacionales en que ese país participa al lado de la OTAN. Muertos
gratuitos e imperceptibles, y sin necesidad de que Colombia sea miembro
pleno de esta organización, a la que el presidente Santos llamó hace
poco “las grandes ligas”. Nuestro país habrá bajado al segundo lugar en
las estadísticas de felicidad, pero en España y el Oriente Medio está a
la cabeza de los países extranjeros que aportan carne de cañón para
enfrentar a enemigos ajenos. El príncipe Felipe de Asturias y su señora
Letizia concurren a las exequias de esos pelados y hasta les otorgan
visa póstuma, lo que hace más irónico su final. En esos casos, y por
mera decencia, a esa realeza debieran prohibirle la entrada a la
iglesia.
En Argentina se
descubrieron 202 colombianos sometidos, por paisanos al servicio de una
“empresaria” argentina, a condiciones laborales calificadas de
esclavistas.
La trata de personas
funciona también con una fluidez espantosa en el Japón y Rusia
—principales, aunque no únicos destinos–, a cuyos prostíbulos son
llevadas jóvenes incautas e ilusas de nuestras regiones, del Eje
Cafetero en su gran mayoría. En esos antros se las condena a una
explotación sexual por encima de cualquier resistencia, hasta cuando
paguen los costos de lo “invertido” en ellas. Los intermediarios de este
tráfico son, vuelve y juega, colombianos, que reciben comisión de las
mafias de esos países.
Y están los
que llevan, a las grandes capitales del consumo, perica o heroína en su
aparato intestinal. Me rehúso a llamarlos “mulas”. Corren demasiados
riesgos con su vida y su libertad como para agregarles ese insulto. Y si
no “coronan”, se les cobra con canazos desproporcionados el favor que
intentaron hacerle a la nariz insaciable del resto del planeta, que
seguirá aspirando a perpetuidad.
Colombia,
entonces, es un gran exportador de seres humanos, pura juventud y con
escasos bienes las más de las veces. No incluyo entre ellos a quienes
venden sus habilidades para la violencia, perdón, la “seguridad”. Esos
son otro cuento. Me refiero es a esa legión de rebuscadores que terminan
estrellándose contra la vida, por ingenuidad, imprevisión o pequeñas
ilicitudes que se les cobran hasta la empuñadura.
No
ayuda para nada a levantar el ánimo el hecho de que el presidente
Santos intentara tranquilizar al estamento militar diciéndole que
opciones laborales son las que sobran para nuestras armas. Aludo a la
vez esa en que planteó la equivocada afiliación a la OTAN. Supongo que
esa ocurrencia fue producto del temor de la oficialidad a quedarse sin
los privilegios que concede un estado de guerra permanente, en el caso
de que se arreglara por las buenas el conflicto interno. Y como si un
presupuesto tan alto no les permitiera, en tiempos de tranquilidad,
dejar de disparar tanto por fuera y por dentro sin quedar en la miseria.
Y ayudándoles a los demás a resolver parte de la suya.
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Lisandro Duque aranjo | Elespectador.com
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