Por María Jimena Duzán, Revista Semana.
OPINIÓN. Queda claro que la inmunidad para expresar sus opiniones solo opera para los funcionarios copartidarios del procurador.
Para
el procurador Alejandro Ordóñez los conservadores, sus copartidarios,
nunca son culpables. Son seres impolutos, castos y… generosos. Se toman
el tiempo de hacerle homenajes inmerecidos, como el que hace poco le
hicieron en Medellín. Basta mirar sus fallos y decisiones para advertir
ese ses
go que lo hace tan humano y tan poco celestial.
Acaba
de liberar de toda culpa al senador conservador Roberto Gerlein por
haber insultado a los homosexuales. Gerlein, opositor del proyecto de
ley que permitía el matrimonio entre parejas del mismo sexo, defendió su
posición en el Congreso no con la altura que le imponía su investidura
sino con la bajeza del insulto. “Me produce repulsión el catre
compartido por dos varones”, dijo. “Su sexo es sucio, asqueroso, es sexo
excremental”.
En cualquier país democrático
estas declaraciones hubieran ameritado por lo menos una sanción o
incluso su destitución. Aquí, no. El procurador, que es el defensor de
las minorías, apoyó a Gerlein con la tesis de que los congresistas
tienen inmunidad para expresar sus opiniones personales… Sobre todo,
agregaría yo, si son conservadores como Ordóñez y comparten su odio por
los homosexuales como Gerlein. Si piensan como Alonso Salazar, el
alcalde de Medellín, que fue destituido por el procurador, la tesis no
funciona.
Salazar no es conservador ni odia a
los gais y tuvo la audacia de hacer una clínica para la mujer en
Medellín con la idea de que ellas pudieran practicarse el aborto en los
tres casos específicos que permite la ley colombiana. El procurador, que
se opone a la aplicación de esa ley, consiguió cerrar la clínica y
desde entonces Salazar se convirtió en un hombre peligroso por pensar
distinto a él y su camarilla. Al poco tiempo fue destituido por Ordóñez
dizque por intervenir en política, cuando lo que hizo fue cumplir con su
deber.
Siendo alcalde denunció a uno de los
candidatos de estar presuntamente aliado con sectores de la mafia y en
lugar de que se investigara su denuncia, fue descabezado por la
Procuraduría, acusado de participar en política. Queda claro que la
inmunidad para expresar las opiniones solo opera para los funcionarios
copartidarios del procurador, pero no para los que piensen como
Salazar.
Otro conservador que resultó ungido
por su varita mágica fue el exdirector de la Dirección Nacional de
Estupefacientes, Carlos Albornoz, acusado de ser la cabeza de un
escándalo que según la Fiscalía es tres veces mayor que el carrusel de
la contratación de Bogotá. Albornoz es muy cercano a los congresistas
conservadores que fueron los jefes de debate de la reelección del
procurador, como Eduardo Enríquez Maya, Miriam Paredes y Hernán Andrade.
Y desde hace tres años, cuando estalló este escándalo, tampoco se ha
vuelto a saber en qué van las investigaciones disciplinarias.
En
la Fiscalía, donde sí ha avanzado la investigación, la Procuraduría se
está atravesando como una mula muerta. Acaba de rendir un concepto
negativo para la privación de la libertad de Albornoz con el argumento
de que la Fiscalía no fundamentó los delitos, no se sabe cuáles son los
testigos. Según el ente acusador, no puede destapar sus cartas como se
lo pide el Ministerio Público, porque daría al traste con la
investigación en esta primera etapa del proceso, pero la Procuraduría ha
decidido amparar a Albornoz bajo su manto.
Otro
protegido suyo es Luis Alfredo Ramos, exgobernador de Antioquia,
también conservador y quien solamente tiene investigaciones preliminares
en la Procuraduría por hechos denunciados hace mucho tiempo, a pesar de
que su gestión como gobernador fue una de las más cuestionadas por
temas de corrupción, tal cual lo evidencia el Libro Blanco de Sergio
Fajardo. Ramos fue uno de los oferentes del homenaje que le rindieron
los políticos conservadores en Medellín al procurador y que fue –ese
sí–, una clara intervención en política.
En la
parapolítica, se ha aplicado el mismo rasero. El conservador y
exsenador Ciro Ramírez acaba de ser absuelto disciplinariamente a pesar
de que la CSJ lo condenó penalmente por los mismos hechos y lo mismo
sucedió con Luis Humberto Gómez Gallo. En cambio, con argumentos menos
obvios, Ordóñez destituyó a la senadora Piedad Córdoba y en su caso no
se paró a cuestionar la idoneidad de los testigos. Ahora va por la
cabeza del superintendente financiero Gerardo Hernández, un funcionario
honesto, que no tiene padrino político y que fue el único que les paró
el macho a los dueños de InterBolsa.
El procurador ha desatado una cacería de brujas y no hay quien lo pare.
Publicar un comentario