"Pueblo, por la restauración moral, ¡a la carga!
Pueblo, por la derrota de la oligarquía, ¡a la carga!
Pueblo, por nuestra victoria, ¡a la carga!”.
Jorge Eliécer Gaitán.
Con la llegada de los españoles se
inició la conquista. La violencia era la técnica preferida utilizada
por los invasores para someter a los nativos de este continente. Se
combinaba con la negación y la división de los de abajo, la perpetuación
de la ignorancia, el engaño y la superstición. Se especializaban cada
día más en el manejo de la espada y de la cruz para subyugar y
aniquilar, para aterrorizar y someter. Tras la invasión, los propósitos
altruistas solamente se dieron en casos excepcionales de algunos
sacerdotes desinteresados y gentes del viejo mundo que abrazaban el
humanismo. Fue durante la letárgica y prolongada noche de más de tres
siglos de dominación colonial, donde con mayor claridad resalta la
aseveración.
Los virreyes, bendecidos por el
respectivo arzobispo, dosificaban con el rigor del boticario la cantidad
y tipo de medicina que debían aplicar frente a la coyuntura que
vivieran. Si la situación se complicaba, ahí estaban la horca, el
descuartizamiento y el empalamiento para imponer su voluntad y
supremacía. Así ocurrió contra los comuneros del Paraguay, Perú y Nueva
Granada, por ejemplo.
Cuando las luchas por la independencia
fueron arreciando y se comenzaba a vislumbrar el final del período
colonial, por allá en el año de 1814 aparecieron el capitán peninsular
Domingo Monteverde, un militar de apellido Antoñanzas y el
contrabandista José Tomás Boves, quienes se erigieron en las figuras
descollantes en la promoción masiva del terrorismo de Estado en
Venezuela, aniquilando a un tercio de la población. Fueron tempraneros
precursores del terrorismo y del paramilitarismo que antecedió de manera
más inmediata a la independencia. Pero ello no bastó para salvar la
corona.
La reconquista de Colombia se le encargó
al General Pablo Morillo, el “pacificador”, quien llegó a América
portando los relucientes soles obtenidos en combate frente a las tropas
de Napoleón. Después de fusilar a toda una generación de destacados
patriotas, regresó a España cargado de ignominia, mientras la espada de
Bolívar fulguraba en el cielo de América dando la libertad al Nuevo
Mundo.
Francisco de Paula Santander, José María
Obando y José Hilario López, instalaron en los albores de la República
el atentado personal para deshacerse de sus enemigos o adversarios. La
buena fortuna salvó a Bolívar en la Noche Septembrina. No corrió la
misma suerte Antonio José de Sucre, víctima de la emboscada fatal en
Berruecos.
Guerras civiles desatadas por caudillos
liberales y conservadores para hacerse con el botín del Estado se
extendieron por todo el siglo XIX, así la nación quedó herida e
impotente para impedir en 1903 el matrero zarpazo de los Estados Unidos
para apoderarse de Panamá.
Represión, cárcel y muerte recibieron
por igual artesanos, braceros del Río Magdalena, trabajadores de
ferrocarriles, campesinos, gente humilde...; la resistencia fue tenaz,
pero no logró detener el espíritu sangriento de la clase dominante, la
muestra más evidente y dolorosa fue la masacre de miles de trabajadores
bananeros de la United Fruit Company, en Ciénaga, departamento del
Magdalena, en diciembre de 1928.
Las élites locales y los inversionistas
extranjeros llenaron sus bolsillos mientras la sangre obrera abonaba el
surco del cual se había apropiado su verdugo.
En ningún momento la resistencia amainaba. Estaba allí. Se replegaba y volvía con renovados bríos.
De pronto alguien trata de serlo todo: rebelde, hombre, esperanza, pueblo. Es voz sonora que agita el aire y despierta conciencias, es la voz del “negro” Jorge Eliécer Gaitán denunciando a las oligarquías por los padecimientos del pueblo, la entrega de la patria al amo gringo, la pérdida de valores, la corrupción reinante, la miseria espiritual de una sociedad podrida que debe ser restaurada por y para los de abajo.
Millones de desposeídos se unen al
líder. La presidencia está garantizada. El imperio y las oligarquías
descendientes de Santander, Obando y López, se confabulan y perpetran
entonces el magnicidio del caudillo, el 9 de abril de 1948.
Un pueblo adolorido y humillado se alza
en busca de justicia. Tras la muerte de Gaitán 300.000 colombianos más
serán brutalmente asesinados. Desde sus palacios señoriales los
victimarios ven correr la sangre que se transforma en más riqueza y más
poder para los asesinos.
Surgen guerrillas liberales que serán
traicionadas por los jefes de esa organización política. Los comunistas
no se doblegan. Junto al pueblo encabezan la resistencia y crean
guerrillas no sujetas a designios de la burguesía, las cuales comienzan
el recorrido hacia la toma del poder, combinando acertadamente todas las
formas de lucha de masas, frente a un enemigo que también ofrece la
zanahoria y el garrote.
Pero la violencia oficial no cesa. Los
pájaros de la primera violencia mutan hacia el narco-paramilitarismo del
presente con sus frenéticas orgías de terrorismo de Estado, que siembra
de fosas comunes el suelo de la patria, desaparece personas y practica
los “falsos positivos”, pretendiendo ganar en los titulares de prensa
una guerra que sabe perdida.
Cuentas mal hechas calculan los muertos
en 500.000 en los últimos 30 años. Ningún presidente que haya gobernado
en ese período, ni las cúpulas militares que los acompañaron están
exentos de responsabilidad que comparten plenamente con las élites que
representan y los habitantes de la Casa Blanca.
Llegó la hora que el pueblo todo de Colombia imponga la paz con justicia social, atando las manos genocidas de sus enemigos e impulsando los cambios que el país requiere y que los detentadores del poder se obstinan en negar. El cuerpo herido pero no vencido del pueblo colombiano se yergue altivo en esta definitiva batalla y las probabilidades de salir airoso son cada vez mayores.
Desde la Habana nos sumamos a los
esforzos del pueblo llano, del pueblo-pueblo para encontrar la
convergencia de las luchas populares, de los desposeídos, quienes con su
movilización, organización y lucha harán realidad el milenario sueño de
una Colombia mejor.
La Habana, abril 6 de 2013
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