Un año después de firmados los acuerdos, los únicos que le han cumplido verdaderamente al país son las Farc, que, aunque a muchos les pese, ahora son ciudadanos amnistiados y organizados en un partido político. A pesar de los inconvenientes de la implementación, de los problemas con su seguridad y lo referido a su situación cotidiana, cuando se les pregunta afirman que siguen creyendo no sólo en la paz, sino en un futuro de reconciliación y progreso. Con sus vidas en peligro, con injusticias legales aún de por medio, presionados en algunas regiones para entrar a bandas ilegales (les ofrecen dos millones de pesos), la gran mayoría de esa exguerrillerada sigue firme. Acá la palabra es esperanza.
Los enemigos del Acuerdo siguen al pie de la letra el guion elaborado por su jefe desde el plebiscito del 2016: mantener a la gente furiosa, no dejar que se apague el odio. Lo que sea para evitar la reconciliación. Ellos invocan una justicia de vencedores, pero sin haber ganado la guerra, y llevan un año gritando a los cuatro vientos una sonora frase que es sobre todo hueca, tonta y falsa, pero muy fácil de repetir en salones y cantinas: “¡Le están regalando el país a las Farc!”. Caramba, cuánto camino ha hecho esta frasecita, que habremos oído mil veces (¡espero que mis lectores no la repitan!). Pero después de un detallado análisis, llegué a la siguiente conclusión. Los que la dicen, una y otra vez, se dividen en dos grupos: los cínicos y los ignorantes. Los cínicos saben que no es verdad, pero la dicen porque alimenta la rabia y les permite ejercer un cierto menosprecio de clase. Los ignorantes, los menos privilegiados, creen en cambio que sí es verdad, aunque no saben muy bien por qué. Estos son muchos más, por desgracia, en un país tan repleto de rencor y grosería como el nuestro, condición necesaria para que alguien como Uribe sea considerado un “líder importante”. El mismo Uribe que, tal y como van las cosas, tendrá que dividir su electorado de derecha y cristiano, en primera vuelta, con Vargas Lleras (y tal vez con algún otro u otra), provocando una fragmentación de la torta reaccionaria que puede debilitarlos. Ojalá, ojalá. La esperanza es que, así, permitan el paso a segunda vuelta de dos candidatos decentes. Acá la palabra es de nuevo esperanza.
Da lástima que una campaña presidencial tan bella e importante como la de Humberto de la Calle haya nacido de un acto que fue muy legal, por supuesto, pero asombrosamente inmoral. Ya se ha comentado mucho y pasan los días, pero la indignación hacia el Partido Liberal no decrece. Todo lo contrario, aumenta, sobre todo ahora que otros jefes liberales planean no reconocer ese resultado, ¡hágame el favor! ¿Y por qué no lo pensaron antes? Ahí ocurrió algo esencialmente antiético, egoísta y perverso. La sospecha sigue y seguirá, cual nube de moscas, y me temo que hasta la primera vuelta. ¡$57.000 nos costó cada votico! Otros partidos también quedan señalados, pues habrían podido aprovechar la infraestructura y hacer menos ostensible el gasto, pero no. Parece ingenuo pretender mesura y austeridad de los mismos que, increíblemente, ¡aspiran a ser los ordenadores del gasto nacional! Acá la palabra es mezquindad.
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